¡Ánimo juventud!: optimismo sin azúcar

23 de Diciembre de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

¡Ánimo juventud!: optimismo sin azúcar

alejandro aleman

En una escena de ¡Ánimo Juventud! -segundo largometraje de ficción del egresado del CCC, Carlos Armella-, Martín (Rodrigo Cortés) —un joven grafitero— va de pasajero en el taxi de Daniel (Mario Palmerín). Ambos platican sobre si aún habrá gente buena en este mundo. Su conclusión es que sí, porque al final “la cosa es echarnos la mano entre todos”.

El giro es que, para ese entonces, nosotros sabemos que ambos personajes no tienen muchos argumentos que sostengan su optimismo: Daniel ha dejado la escuela para meterse de taxista porque embarazó a su novia (quien a la sazón ya no lo tolera) y por su parte Martín hace graffitis dedicados a Cristina, una chica a la que no se atreve a hablarle porque (según sus propias palabras) “sólo soy un pobre con cara de indio”.

Estamos frente a un divertido ejercicio coral que intenta por todos los medios eludir los clichés más recurrentes de este tipo de filmes y donde la premisa central es la ferviente convicción de que la juventud es nuestra única esperanza frente a un mundo corrompido por los adultos.

Así, a lo largo de 117 minutos conoceremos también a Dulce (Daniela Arce), una joven que bajo la máscara de bully esconde su necesidad de ser amada (le gusta el chico de intendencia de la escuela), Pedro (Iñaki Godoy), un joven que decide inventar su propio lenguaje y hablar todo el tiempo con él, aunque nadie le entienda nada, además de los ya mencionados Martín y Daniel.

El guion de Armella recurre a la trillada estructura de las historias cruzadas y la narración no lineal, pero sabe ejecutar estos recursos con gran solvencia y siempre al servicio de la trama. La película sucede en colonias populares de la ciudad de México, pero se aleja por completo del tremendismo (y el “chilanguismo”) con el que usualmente se retrata a la CDMX: aquí no hay caos, no suena ninguna cumbia, ni tampoco pasa el señor de los colchones usados al fondo.

El director se decide por una paleta de colores pálidos, casi grises, de encuadres siempre interesantes (gran fotografía de Ximena Amann) y un ritmo parco (sin edición frenética), que no obstante sabe construir buenos momentos potencializados por un soundtrack que sirve siempre de acompañamiento pero nunca de muleta narrativa.

Los protagonistas son jóvenes con poca o nula experiencia en la actuación y que no obstante tienen un gran desempeño frente a la cámara, proyectando una naturalidad que pocas veces se ve en el cine mexicano.

Así, a pesar de los desencuentros amorosos, las peleas en la escuela, o la violencia de esta ciudad, estos jóvenes seguirán adelante, con un entusiasmo impulsado en una fe absoluta de que en el futuro las cosas serán mejores. Ojalá así sea.