El reto de educar mente y corazón
Las habilidades socioemocionales forman parte de los planes y programas de educación básica desde 2017 y dos años después su enseñanza se hizo obligatoria por mandato constitucional; pero hasta ahora no se asoman pasos claros para una implementación generalizada
Durante el Siglo XX, el sistema educativo mexicano evitó incluir temas asociados con valores y con el estudio de la persona desde la perspectiva emocional, por asociarlos con prácticas religiosas. Sin embargo, los retos a los que nos enfrentamos como país y como parte del mundo hacen evidente la necesidad de incluir el manejo de las emociones, la cooperación, la actitud prosocial y la comprensión de la interdependencia humana, como parte integral de la formación de cualquier ciudadano. Estas serían herramientas de la mayor importancia para enfrentar no sólo la Covid-19, sino también la desigualdad, la violencia, la degradación ambiental y los altos niveles de insatisfacción emocional que se reflejan en los altos índices de depresión y ansiedad de nuestra sociedad.
La educación en el autoconocimiento, las emociones y en la relación con otras personas está lejos de ser nueva. Tradiciones milenarias como el budismo en el oriente, la filosofía griega y el cristianismo son solo algunos ejemplos de sistemas que educan o educaban tanto en las emociones como en los valores que podríamos asumir como universales. En nuestro territorio, la tradición tolteca–mexica ya establecía la educación de la mente y el corazón como objetivos esenciales a desarrollar en cada persona: “Corazón firme como la piedra, corazón resistente como el tronco de un árbol; rostro sabio dueño de un rostro y un corazón, hábil y compasivo” (Código Matritense, citado por Marín Ruiz, Guillermo “Pedagogía Tolteca”).
Todas estas tradiciones tenían claridad en la relación causal entre ciertas prácticas de las personas y sus efectos en el bienestar propio y de la sociedad; pero ha sido muy recientemente cuando la ciencia ha podido documentar y explicar tal relación para darle validez a estas prácticas e integrarlas plenamente en el mundo académico.
›Diferentes personalidades académicas provenientes de diversas disciplinas científicas como la psicología, las neurociencias, la medicina y, por supuesto, la educación, señalan la urgente necesidad de atender las habilidades socioemocionales.
Aún especialistas de disciplinas menos relacionadas con el desarrollo personal se han sumado a este llamado, como el Premio Nobel de Economía James Heckman, quien ha señalado reiteradamente el error de los sistemas educativos al centrarse exclusivamente en las habilidades cognitivas, dejando de lado el desarrollo de estas otras habilidades, también conocidas como “habilidades blandas” o “habilidades no cognitivas”. Estas otras habilidades, dice Heckman, son igualmente importantes para el éxito académico, pero también para tener buenos resultados en diferentes áreas de la vida como la salud, la familia y los ingresos, entre muchas otras.
La incursión de las habilidades socioemocionales en el mundo formal de la academia no ha podido ser más contundente. Universidades de gran prestigio como Stanford, Harvard, Oxford, Berkeley, MIT, Wisconsin, Emory y el Max Planck Institute, entre muchas otras, han creado centros de investigación donde se estudia de manera rigurosa el funcionamiento de la mente, las emociones y
comportamientos como la empatía y la compasión. Desde ellos demuestran que los temas de autoconocimiento y la práctica de valores humanos pueden ser abordados y promovidos desde una óptica científica, sin dejar de mantener compatibilidad con diversas acepciones filosóficas y religiosas que incluso les preceden.
Ante el surgimiento de una enorme cantidad de propuestas en el tema, y la falta de estándares de calidad que permitan compararlas, destaca una herramienta de análisis que ha creado la Universidad de Harvard: “Explore SEL” , que compara los principales programas de aprendizaje socioemocional en términos del rango de edad que atienden, el tipo de espacios donde pueden ser implementados y los dominios en los que ponen énfasis, entre otras características.
La incursión de la ciencia en estos temas ha dado estupendas noticias a los educadores. Además de la fundamentación científica de las habilidades socioemocionales, se ha comprobado que éstas pueden ser enseñadas desde la escuela y continuar su desarrollo a lo largo de la vida, tal como ocurre con las matemáticas o la lectoescritura, por ejemplo. Ello significa que es posible dotar a los estudiantes con las herramientas necesarias para explorar y familiarizarse con el funcionamiento de sus mentes, emociones y pensamientos; establecer relaciones interpersonales basadas la empatía, la compasión y la cooperación; así como tener una mejor comprensión de su papel en un mundo global e interconectado, a efecto de adoptar comportamientos que promuevan el bienestar propio, así como el de las personas tanto del ámbito inmediato como global.
En México, las habilidades socioemocionales forman parte de los planes y programas de educación básica desde 2017. En 2019 su enseñanza se hizo obligatoria por mandato constitucional e incorporada a la Ley General de Educación. No obstante, hasta ahora no parece haber pasos claros para una implementación generalizada. El reto no es menor: hacer realidad esa obligatoriedad implica formar a cientos de miles de docentes, tarea más compleja aún si consideramos que no se trata de conocimientos que puedan limitarse al plano teórico, sino que, como habilidades que son, deben asimilarse y practicarse para poder enseñarse. Ha llegado el tiempo de retomar la educación de la mente y el corazón. Pero ¿cómo comenzar cuando se trata de un terreno nuevo? ¿a quiénes procurarles una formación?
Ante la imposibilidad de llegar en el corto plazo a más de 30 millones de alumnos, hay que priorizar. En lo inmediato parece indispensable incluir el tema en la formación de todos los nuevos docentes, y asegurar un conocimiento del tema generalizado entre el magisterio en los años por venir. Ello también sería una herramienta para prevenir el agotamiento y la ansiedad laboral que aquejan a un alto porcentaje de nuestros maestros.
El campo ofrece una extraordinaria riqueza que debemos aprovechar: atender necesidades formativas esenciales para los estudiantes; elevar el bienestar docente; y, por qué no, redefinir los “para qué” de nuestro sistema educativo con elementos que, sustentados en la ciencia, combinan el pensar y el sentir; la teoría con la práctica; la tradición con el ánimo de innovación.