Recién salido del calabozo, sólo con tiempo para afeitarse y ponerse ropa limpia, José se presentó ante el faraón...
Resulta simplista, pero la historia bíblica del joven judío que supo interpretar el sueño del gobernante egipcio resulta adecuada ahora para saber qué hacer ante el cambio climático que nos está cayendo encima.
En mi sueño, estaba parado a la orilla del Nilo, cuando del río salieron siete vacas gordas y lustrosas, que pastaron entre los juncos. Después de ellas, aparecieron otras siete vacas, escuálidas y muy feas. Nunca había visto vacas tan feas en toda la tierra de Egipto”, contó el faraón.
“Las vacas flacas y feas se comieron a las siete vacas gordas que salieron primero; pero incluso después de que se las comieron, nadie pudo decir que lo habían hecho; se veían tan feas como antes. Después me desperté”.
José le explicó al gobernante que en sus sueños “Dios le ha revelado al Faraón lo que se disponía hacer”, que era conceder a Egipto siete años de abundancia, seguidos por siete años de sequía. “Entonces se olvidará toda la abundancia en Egipto, y el hambre asolará la tierra”, dijo José.
El fin de la abundancia
El equivalente de la interpretación de José al sueño del faraón, en la actualidad y a nivel mundial, se dio hacia finales de la década de los 70, cuando, tras una serie de sequías que causaron hambrunas sobre todo en Asia, el gobierno de Estados Unidos solicitó a la organización científica Jason (por Jasón, el que fue con los argonautas por el vellocino de oro) que presentara un informe sobre el futuro del clima global.
Como lo contamos en estas páginas en julio de 2020, el informe de los Jasons en 1979 decía lo mismo que diversos climatólogos habían comentado desde antes: los altos niveles de dióxido de carbono ocasionarían un aumento promedio de la temperatura de la superficie terrestre que sería devastador para la agricultura a nivel mundial.
A pesar del informe, la economía de Estados Unidos y la mundial se enfocaron en los combustibles fósiles, por lo que el calentamiento global con su desorden climático ya están aquí, y no solo eso. “Siempre ha habido una variabilidad natural en los eventos de sequía en todo el mundo, pero nuestra investigación muestra la clara influencia humana en las sequías, específicamente de aerosoles antropogénicos, dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero”, dijo Felicia Chiang, estudiante de posgrado en la Universidad de California en Irvine y autora principal de un estudio publicado recientemente en la revista Nature Communications.
›Los aerosoles antropogénicos son los emitidos por las actividades humanas, como la producción de electricidad en plantas de combustión, los escapes de automóviles y quemas para despejar la tierra para uso agrícola.
Los investigadores incluso descubrieron que los gases de efecto invernadero tuvieron mayor impacto en las zonas del Mediterráneo, el Amazonas, el sur de África y Mesoamérica, región que incluye al sur de México, mientras que los aerosoles desempeñaron un papel más importante en ciertas regiones del hemisferio norte que incluyen la zona centro de México.
Para empeorar las cosas, las sequías pueden ir acompañadas de olas de calor, el calor alto y la baja humedad pueden aumentar el riesgo de incendios forestales”, dijo en un comunicado Omid Mazdiyasni, otro de los autores. Agrega que, si bien la investigación presenta un panorama catastrófico, apunta a una posible solución: “Si las sequías del siglo pasado se han visto agravadas por la contaminación de origen humano, existe una gran posibilidad de que el problema pueda mitigarse limitando esas emisiones”.
Las vacas flacas, feas y caníbales
Si bien no toda la degradación de tierras y ecosistemas se debe a las sequías, esta tiene una participación importante, sobre todo porque se ha visto que no basta que llueva el siguiente año para que se recuperen.
De acuerdo con el informe de la ONU #GenerationRestoration: restauración de ecosistemas para las personas, la naturaleza y el clima, publicado a principios de junio, los costos globales de restauración de tierra cultivable y ecosistemas terrestres se estiman en al menos 200 mil millones de dólares por año de aquí a 2030; también calcula que cada dólar invertido en restauración generaría hasta 30 dólares en beneficios económicos.
La degradación ya está afectando el bienestar de aproximadamente tres mil 200 millones de personas, es decir, el 40% de la población mundial. Cada año perdemos servicios de los ecosistemas que valen más del 10% de nuestra producción económica mundial”, se señala en el informe.
›La restauración puede producir, de manera simultánea, beneficios económicos, sociales y ecológicos. En el informe se pone como ejemplo la agrosilvicultura (la combinación de prácticas agrícolas, ganaderas y forestales), que por sí sola tendría el potencial de aumentar la seguridad alimentaria de mil 300 millones de personas.
Hay esfuerzos de restauración por todo el mundo, por lo que junto con el informe la FAO y el PNUMA lanzaron el Centro Digital para la Década, para monitorear los progresos; sin embargo, dado que es muy posible que tome aún mucho tiempo, hay que pensar en otras formas para ir solucionando los problemas.
Inteligencias vegetal y humana
También motivados por sequías y sus consecuentes hambrunas en Asia, sobre todo en India, a mediados del siglo XX se desarrollaron en México, como parte de la llamada revolución verde, variedades de cereales de menor tamaño que requieren menos agua.
Esos experimentos, conducidos por Norman Bourlag, se hicieron antes de que se descubriera la estructura del ADN, pero desde la llegada de la ingeniería genética se han ido generando cada vez más variedades de cultivos resistentes a la sequía o las heladas en diversas partes del mundo.
El 18 de mayo de este año se publicó en la revista Cell un descubrimiento que podría ayudar a que diversos cultivos alimentarios sobrevivan a los períodos de sequía más prolongados e intensos que ocurrirán en el planeta en los próximos años.
Investigadores de la Universidad de California en Davis encontraron los genes que determinan cómo las plantas manejan tres elementos clave en su manejo del agua: el xilema, que es como la tubería por la que agua y nutrientes van desde las raíces hasta los brotes; las sustancias impermeables lignina y suberina, que ayudan a las células a retener el agua, y el meristemo, que es la punta de crecimiento de cada raíz y que “dicta las propiedades de las raíces mismas”, dicen los autores en un comunicado.
Una de las cosas más sorprendentes de este estudio es que, aunque solo analizó tres plantas, los genes que encontraron pueden tener aplicaciones muy amplias, pues resultaron ser muy similares entre el jitomate de origen americano, el arroz asiático y Arabidopsis, una hierba de Europa y el norte África.
El tomate y el arroz están separados por más de 125 millones de años de evolución, sin embargo, todavía vemos similitudes entre los genes que controlan las características clave”, comenta Bailey-Serres, uno de los autores. “Es probable que estas similitudes también sean válidas para otros cultivos”.
En la Universidad de Córdoba, España, tratan de desarrollar encinas que crezcan con menos agua, en Adelaida, Australia, hacen lo mismo con las uvas; en la de Cornell, Nueva York, hicieron unos “nanorreporteros de hidrogel” que permiten seguir los movimientos del agua en las hojas del maíz; en el Instituto Tecnológico de Karlsruhe, Alemania, buscan mejorar las predicciones del clima a nivel local. Como esos ejemplos hay muchos.
Epílogo bíblico
La historia de José y el Faraón es de alrededor del siglo VI antes de Cristo. Ahora recurrimos a la ciencia en lugar de a los sueños de los poderosos cuando queremos saber qué nos depara el futuro; sin embargo, el arte de gobernar del que hace gala el gobernante egipcio no debería haber cambiado tanto:
Y ahora busque el faraón a un hombre prudente y sabio, y póngalo a cargo de la tierra de Egipto” sugirió José, a lo que el faraón, tras consultar con su corte, contestó: “Puesto que Dios te ha dado a conocer todo esto, no hay nadie tan perspicaz y sabio como tú. Tú estarás a cargo de mi palacio y todo mi pueblo se someterá a tus órdenes. Solo con respecto al trono seré yo más grande que tú”.
En México, cada vez con más ahínco, hacemos lo contrario.
Hace unas semanas, el 85% del territorio mexicano padecía “una de las sequías más generalizadas e intensas en décadas”, de acuerdo con la NASA, y en el futuro no parece que habrá mejoría.
Sin embargo, en el país hay pocos meteorólogos y el Servicio Meteorológico Nacional está incluido en la politizada estructura de Conagua; la biotecnología no es considerada como una disciplina en sí misma por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y el plan de Agrosilvicultura, del que en 2012 había una versión preliminar, ha dado su lugar al programa Sembrando Vida, cuya base científica en aspectos ecológicos y económicos es prácticamente nula. Por poner algunos ejemplos.