El otro lado de la guerra: sobrevivir en medio del embargo
Los civiles rusos no ven caer de cerca los misiles, pero ya comienzan a resentir los estragos de las sanciones económicas. Las tiendas en Bélgorod, ciudad rusa cercana a la frontera con Ucrania, han comenzado a racionar los víveres, mientras que estudiantes ya piensan regresar a sus países de origen
Los ataques de Rusia sobre Ucrania han despertado los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial: migraciones forzadas, bombardeos sobre civiles y la constante amenaza nuclear. Durante estas últimas dos semanas, Europa vive uno de los más crudos capítulos de su historia desde 1945, sólo que a diferencia de antaño la respuesta no ha sido bélica, sino económica.
Gobiernos como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania o Francia han prohibido las exportaciones o importaciones de productos y servicios rusos, así como confiscado bienes y capitales de políticos y oligarcas con el propósito de presionar al Kremlin a negociar condiciones más flexibles. Tras tres diálogos fallidos entre Rusia y Ucrania, las sanciones han escalado día con día, aislando al país como se hizo durante la Guerra Fría.
Hasta el 11 de marzo, 340 compañías habían ya anunciado su retiro o cierre parcial de Rusia, de acuerdo con un conteo de la Universidad de Yale. Grandes corporativos como Facebook, Instagram, Microsoft, Disney, Netflix, IKEA o H&M han dejado de operar en las últimas dos semanas, afectando no sólo a los líderes políticos y económicos, sino a toda la población.
Las restricciones, sin embargo, no se limitan al entretenimiento y recreación. La rígida postura del gobierno de Vladimir Putin ha llevado a la imposición de más sanciones que han hecho recordar a Rusia su época comunista cuando la comida se racionaba y el dinero era insuficiente para cubrir las necesidades.
Cadenas de alimentos populares como Coca-Cola, KFC o Pizza Hut anunciaron el cese de sus operaciones. El pasado miércoles grandes filas se registraron en Moscú para comprar los últimos productos disponibles de McDonald’s, antes de su cierre temporal el 14 de marzo. El estilo de vida de los habitantes está cambiando de manera vertiginosa. No sólo por los cambios en el consumo, sino también en su trabajo. Tan sólo en McDonald’s trabajan 62 mil empleados, y aunque la empresa ha prometido pagarles durante el cierre, lo cierto es que la extensión de estas medidas es incierta y podría no ser redituable a largo plazo.
Ante la salida de las empresas, el Ministerio de Economía anunció que el país podría tomar el control temporal de las empresas que se retiran, si la propiedad extranjera supera el 25 por ciento. Mientras que a las empresas que se quedan y a las locales el Ministerio les concedió una extensión de seis meses en el pago de sus créditos.
Otra de las restricciones que más ha afectado a los habitantes y las empresas es la salida de los sistemas de pago y transferencia MasterCard, Visa, American Express, PayPal, Western Union y Wise, así como la expulsión de algunos bancos del sistema de transferencias bancarias, SWIFT.
›El pánico generado por el anuncio de retirada de los servicios de pago llevó al Banco Central a restringir los retiros en efectivo en moneda extranjera hasta 10 mil dólares, del 9 de marzo al 9 de septiembre de 2022.
El desasosiego
Desde la distancia, esas medidas impuestas por Occidente parecieran ser las acciones más inteligentes para forzar al Kremlin a ceder, pero la experiencia en el día a día en Rusia exuda preocupación e incertidumbre, al menos así se vive en una de las ciudades cercanas al conflicto.
Bélgorod es un poblado ubicado en el centro occidente de Rusia, a sólo una hora y media de Járkov, Ucrania, uno de los puntos más atacados durante la invasión. Esta región ganadera y minera respira aún ese aire campirano donde el sentido de comunidad y pertenencia local sigue siendo base central de la identidad de sus habitantes. Es normal encontrarse con uno o dos conocidos cada vez que se sale a caminar. El tráfico es algo ocasional. Y el silencio predomina en las solitarias calles.
Al ser una zona fronteriza, las relaciones entre ambas naciones son muy estrechas. En Bélgorod viven ciudadanos de Járkov y allá pobladores rusos. Antes de los ataques, había vuelos y viajes diarios entre ambas ciudades. Si bien desde 2014, cuando las tensiones aumentaron, la rutina entre ambas metrópolis comenzó a mancharse de tintes bélicos.
“Es normal”, dijeron los ciudadanos que presenciaron la explosión de un presunto proyectil lanzado al aire desde Ucrania el sábado 5 de marzo. Por fortuna, no hubo heridos y sólo un inmueble resultó dañado. El siguiente fin de semana, el gobierno ruso acusó a Ucrania de ocultar y guardar material nuclear en Járkov.
Para un extranjero, tales sucesos resultan alarmantes, pero en Bélgorod la población ya se ha acostumbrado a este tipo de acciones, movimientos y migraciones. Pero por muy “normal” que parezca, el conflicto armado por el que hoy se atraviesa ha impuesto rutinas que no tienen precedentes.
El 24 de febrero, cuando Rusia inició sus ataques, seis aeropuertos fronterizos fueron cerrados por el gobierno para ser utilizados como bases militares. Uno de ellos fue el de Bélgorod, cuyo pequeño espacio hoy se encuentra saturado de casas de campaña, hangares, camiones y ambulancias que dan servicio al ejército día y noche. Sobre todo, en la madrugada, cuando el ir y venir de aviones no deja de escucharse. Ahora llegar a Bélgorod, sólo es posible por tren o por auto, pero los viajes desde Moscú suelen tomar entre siete o nueve horas, muy diferente a las dos que tomaba volar.
Los cortes a las vías de acceso, a pesar de los obstáculos, han podido resolverse. El gran problema que actualmente se vive aquí como en toda Rusia son las sanciones interpuestas por los distintos países.
El 9 de marzo, el último día para poder acceder a los sistemas de pagos internacionales, había filas en los pequeños bancos de Bélgorod para poder sacar los últimos recursos antes del cierre total. En centros comerciales, tiendas minoristas y supermercados podía verse a ciudadanos hacer compras de pánico.
Tal fue el grado de ansiedad entre la población que se tuvieron que limitar las compras de víveres y otros bienes esenciales. En las tiendas minoristas Pyaterochka, Carousel y Crossroads se restringió la compra de azúcar, harina y aceite a sólo cinco unidades y los artículos por kilo a cinco, hasta nuevo aviso. De acuerdo con la cadena de tiendas de conveniencia Magnet, en los últimos días, la demanda de cereal, pasta, harina, azúcar, mantequilla y enlatados aumentó 30% en el estado.
“Esta medida fue… únicamente para combatir la especulación en bienes”, aseguró la cadena minorista Magazine.
A pesar de todo, el precio de algunos productos como huevo, carne y yogur ya está incrementando, y ni siquiera ha pasado un mes del conflicto.
La falta de acceso a recursos en el extranjero también ha puesto a muchos estudiantes de la Universidad Estatal de Bélgorod a considerar regresar a sus países. Unos ya lo han hecho, otros como Rashidi, prefieren aguantar las condiciones actuales a volver: “Yo vine cuando los talibanes volvieron a Afganistán, tuve que abandonar mi trabajo en la radio. Aquí estoy mejor”, comenta el aspirante a doctor en Literatura.
›Las residencias estudiantiles de la Universidad pierden habitantes día con día, pero los estudiantes que se han decidido quedar están acudiendo a bancos virtuales y extranjeros que operan con sistemas de pagos alternos, como el sistema MIR de Rusia o UnionPay de China. Algunos también recurren a criptomonedas para poder transferirse recursos. Aún así, la situación no es ideal, ya que la situación económica se agrava día con día.
De acuerdo con la primera previsión macroeconómica presentada por el Banco Central de Rusia, el PIB del país caerá 8% este año, en tanto que la inflación se disparará un 20 por ciento. Este primer análisis, por supuesto, contempla sólo el panorama actual, cuyos efectos aún no pueden medirse del todo.
Dadas las “sanciones sin precedentes” contra Rusia, la bancarrota del país “ya no es un evento improbable”, dijo la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, el pasado 10 de marzo, y reconoció que el país sufrirá una “recesión profunda” que no solo afectará su economía sino el crecimiento mundial.
“No sé por qué tanta paranoia, lo que pasa en Ucrania, es en Ucrania. Rusia es Rusia, es otra cosa. Aquí estamos bien, saldremos victoriosos”, comentó una ciudadana de Bélgorod.
Pero mientras en Rusia se respira incertidumbre y ansiedad por la crisis económica que se vive, en constante espera de nuevas sanciones, el número de refugiados ucranianos ya superaba los 2 millones a doce días de iniciado el conflicto de acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). El bombardeo al hospital materno-infantil de Mariúpol el 9 de marzo evidenció que el ejército dirigido por Vladimir Putin no tiene límites claros cuando se trata de alcanzar sus objetivos.
Rusia vive momentos difíciles, Ucrania, dolorosos y crueles. Ninguna nación ha salido ilesa y seguirá padeciendo hasta que no se alcance un acuerdo, por el momento, no se vislumbra ninguno.