En octubre de 1918 llegó a México donde se le llamó la “peste roja”. A nivel mundial se le conocía como “la muerte púrpura”, debido a que las víctimas adquirían un tono negro azulado por falta de oxígeno.
La pandemia de influenza AH1N1 de principios del siglo XX pasó a la historia con el desafortunado nombre de “gripe española”, pues los medios noticiosos de España fueron los primeros en reportarla porque no estaban censurados por la segunda guerra mundial; pero inició en Estados Unidos el 11 de marzo de 1918, cuando el soldado Albert Gitchell, cocinero del Fuerte Riley, mostró signos de fiebre, tos y dolor de cabeza. El movimiento de tropas por distintos países facilitó los contagios por el mundo.
Según la reconstrucción que hicieron Lourdes Márquez Morfín y América Molina del Villar en su artículo El otoño de 1918: las repercusiones de la pandemia de gripe en la ciudad de México, en el Hemisferio Norte hubo tres olas de esta pandemia y a México, a través de la frontera norte, llegó la segunda.
“Para el 8 de octubre, tan sólo en el área de Laredo Texas y Tamaulipas se calculaba que había 12 mil enfermos. Las cifras del 24 de octubre alcanzan un total de 60 mil contagiados en el país. La prensa declara entre mil 500 y dos mil muertes diarias en México”, cuentan las investigadoras.
A nivel mundial, la pandemia de influenza, que duró poco más de dos años (hasta junio de 1919), se cobró al menos 50 millones de vidas tras infectar a alrededor de 500 millones de personas, un tercio de la población mundial en ese momento; pero algunas de sus repercusiones en la salud mundial salieron a relucir casi un siglo después.
En 2009, un estudio encontró que las personas que nacieron o pasaron el segundo o tercer trimestre de gestación durante el apogeo de la pandemia en 1919 tenían alrededor de un 25 % más de enfermedades cardíacas después de los 60 años y un mayor riesgo de padecer diabetes, en comparación con quienes no nacieron ni se gestaron en ese año.
La actual pandemia de Covid-19 ya ha durado más que la peste roja y algunas de sus repercusiones en cuestiones de salud metabólica y mental ya se están detectando, aunque faltan muchas por descubrir e incluso por manifestarse, pues la pandemia aún podría continuar incluso más allá de este invierno.
“Creo que Covid nos está preparando cien años de problemas”, dijo Eileen Crimmins, coautora del artículo de 2009, en una entrevista hecha cuando la pandemia de Covid-19 apenas estaba en su primer año. Y probablemente tenía razón.
Las cuatro variedades de Covid persistente
Es usual que las infecciones virales, sobre todo cuando se ha padecido enfermedad grave, dejen secuelas; sin embargo, las secuelas de la Covid-19 superan a lo que se ha observado hasta ahora, ya que se han descrito alrededor de 140 síntomas distintos de la infección del SARS-CoV-2 (conocidos en conjunto como Covid larga o persistente), y algunos de ellos se presentan independientemente de si se padeció la enfermedad grave o no.
Hasta ahora, la mayoría de los estudios han examinado estas condiciones individualmente; pero hace unos días en la revista Nature se publicó un análisis que, a partir de dos cohortes de 20 mil 881 y 13 mil 724 pacientes infectados con SARS-CoV-2, encontró coincidencias.
A través del análisis de aprendizaje automático de más de 137 síntomas y condiciones, el equipo de investigación de diversas universidades de Estados Unidos (sobre todo de Cornell), logró identificar cuatro conjuntos de síntomas: el de los problemas cardíacos y renales, que incluyó al 33.75 % de los pacientes; el del aparato respiratorio, el sueño y la ansiedad (32.75 %); el de los sistemas musculoesquelético y nervioso (23.37 %), y del aparato digestivo y respiratorio (10.14 %).
Incluso detectaron que estos grupos de secuelas se pueden asociar con los distintos datos demográficos de los pacientes, condiciones subyacentes antes de la infección por SARS-CoV-2 y con la gravedad de la fase de infección aguda. Esto sin duda ayudará a que eventualmente se encuentren curas para los distintos tipos de Covid larga.
De hecho, un artículo publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences señala que se están desarrollando diversos tratamientos de las secuelas de Covid, y algunos incluso han resultado exitosos; desafortunadamente lo que funciona para unos cuantos pacientes no sirve para muchos otros.
Sin embargo, la mayoría de estos estudios se hacen en adultos y hasta ahora no se sabe sobre las afectaciones que puedan tener en el futuro los niños que fueron infectados por el coronavirus, o, como en el caso de la influenza, los que aún no habían nacido.
Las células asesinas contra las variantes del SARS-CoV-2
Los expertos en epidemiología, virología, evolución e inmunología insisten en que la pandemia de Covid-19 no ha terminado y que probablemente no lo haga después de la actual ola invernal, pues aún existen posibilidades de que el coronavirus genere variantes que evadan la inmunidad de las vacunas y de que cause enfermedad más grave.
Estas posibilidades no son, aunque puedan parecerlo, sólo especulaciones teóricas catastrofistas, sino que se fundamentan en observaciones y experimentos, de los que quizá el más revelador es el que hizo el equipo de Alex Sigal en Sudáfrica.
Las distintas variantes del SARS-CoV-2, como Beta o Delta, que adquirieron de pronto muchas más mutaciones de las esperables, se generaron en pacientes inmunodeprimidos que se infectaron de Covid-19 y fueron atendidos con tratamientos de anticuerpos.
Esos tratamientos son, en cierto sentido, menos efectivos que la inmunidad natural, pues no pueden recurrir a las llamadas células T “asesinas”, que eliminan las células ya infectadas. Esto hace que el virus pueda permanecer “escondido” y tener mutaciones que le ayuden a ser más infeccioso y sobrevivir a los anticuerpos.
Tras seis meses de estudiar muestras de una persona en estas condiciones con infección del sublinaje BA.1 de Ómicron, Sigal y sus colaboradores encontraron que BA.1 sí podía volverse más agresiva y provocar más muerte celular. No al nivel que tenía la variante original del SARS-CoV-2, pero si a medio camino entre ésta y BA.1.
Se han registrado una multitud de lo que se podría llamar “sub sublinajes” de Ómicron, casi todos derivados de las subvariantes BA.2 y BA.5; algunos, además de sus clasificaciones, tienen apodos o nombres extraoficiales interesantes, como Centauro (BA.2.75), Basilisco (BA.2.3.20), Hydra (BN.4-3.1), BF.7 Minotauro /11/30 y Cerbero (BQ.1.1).
La mayoría de estos linajes han desarrollado resistencia a distintos tratamientos de anticuerpos, lo cual significa que también pueden evadir en cierta medida a los anticuerpos generados por la vacunación y por infecciones previas.
Hasta ahora, no se ha desarrollado una variante que pueda evadir a la inmunidad de las células T, por lo que se producen muchas infecciones de Covid-19 porque Ómicron puede pasar los anticuerpos, pero en general no se agravan porque, además de que la variante es más benigna, es controlada por las células T.
Las rutas de escape
De acuerdo con una investigación publicada el 1 de diciembre en Nature Immunology, aunque las células T siguen reconociendo al SARS-CoV-2 con las mutaciones que se han ido acumulando, lo hacen cada vez menos.
El equipo de investigación de la Universidad de Birmingham advierte que a medida que el SARS-CoV-2 continúa mutando, el reconocimiento por parte de las células T podría perderse, disminuyendo la protección general del sistema inmunitario.
Desafortunadamente, en este momento el SARS-CoV-2 tiene tres grandes oportunidades de evolucionar. La menos relevante parece la posibilidad de hospedarse en otra especie animal en la cual evolucionar para después regresar “mejorado” a los humanos. En ese sentido, investigadores de la Universidad de Missouri no sólo se han encontrado ratas de las alcantarillas de Nueva York infectadas con SARS-CoV-2, sino que demostraron que se pueden infectar con distintas variantes del coronavirus.
Otra oportunidad está en que China está dejando su política de cero Covid y tiene una gran población de adultos mayores sin vacunar y otra de personas que recibieron vacunas que mostraron no ser muy efectivas ante la variante original, por lo que es posible que lo sean aún menos ante Ómicron.
Desde luego la tercera opción es que, este invierno, la sexta ola de contagios, menos letal y con poca oposición tanto de las medidas sociales como de la inmunidad de anticuerpos, genere variantes entre las cuales podría estar una más agresiva que evada a las células T.
Epílogo de otra tardanza
La prensa de la ciudad de México “también cuestionó la lentitud del gobierno en la aplicación de las medidas sanitarias, la cual fue considerada como la causante de la rápida diseminación de la pandemia en la capital”, escribieron Márquez Morfín y Molina del Villar en 2010. Se referían a la pandemia de influenza de 1918-1919.
Diversos análisis de la reacción gubernamental con respecto a Covid-19 han llegado a la conclusión de que se cometió el mismo error de hace un siglo. Destaca el informe que el Institute for Global Health Science realizó para la Organización Mundial de la Salud, según el cual México pudo haber prevenido alrededor de 190 mil muertes durante 2020 de haber tenido una estrategia “mediana” para enfrentar la pandemia.
También se puede mencionar que a mediados de este año se publicó una investigación que mostró que en México de la variante, la B.1.1.519, la cual, siendo tan letal y contagiosa como Alfa, participó en la ola de contagios y muertes del invierno de 2020 a 2021 y que alcanzó una presencia máxima del 76% en marzo de 2021.
Es un hecho que en México no se han tomado precauciones para la sexta ola ni para lo que pueda suceder con Covid-19 en 2023. Dado que la evolución no es una ciencia exacta ni predictiva, no se puede decir que vaya a surgir una variante más agresiva del SARS-CoV-2, ni que si surge va a poder dispersarse, ni que esto va a suceder en México.
Sólo se puede decir que existe una probabilidad no despreciable de que sucedan cualquiera de esas cosas, que las soluciones desde la ciencia y la tecnología llegarán demasiado tarde para muchas personas… Ah, y es casi seguro que dentro de unas cinco o seis décadas saldrán a relucir más consecuencias de esta pandemia.
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