Hubo una época en que el influyente economista John Maynard Keynes creía que gracias a los avances tecnológicos, la gente en la actualidad que estamos viviendo ahora —casi cien años después—, sólo trabajaría unas 15 horas a la semana.
Cegado por un extraño optimismo, en el mismo ensayo Posibilidades económicas para nuestros nietos, publicado en 1930, Keynes también escribió: “El amor al dinero como posesión —a diferencia del amor al dinero como medio para los placeres y las realidades de la vida— será reconocido por lo que es, una morbilidad un tanto repugnante, una de esas propensiones semicriminales y semipatológicas…”.
Este mundo ideal desapareció pronto de la mente del economista, pues se topó primero, con que no había forma de combatir la Gran Depresión y el inmenso desempleo que generó, y poco después con la Segunda Guerra Mundial.
›Actualmente, tras la parte más fuerte de la pandemia de Covid-19, estamos en una situación similar a la de Keynes, pues los últimos dos años permitieron demostrar que el trabajo remoto forzó la transición de algunos negocios (como la preparación de comida o las ventas de bienes) a la llamada “economía de plataformas” y aceleraron la automatización.
Así, hay quienes están haciendo predicciones esperanzadoras de que será posible aumentar el tiempo libre de las personas e incluso pagarles más; pero los ganadores de premios Nobel en ciencias económicas que asistieron durante la última semana de agosto a la edición de este año de los Lindau Nobel Laureate Meetings son menos optimistas.
Rumbo a más desigualdad
En su conferencia “El futuro del trabajo y el bienestar; después de Covid-19”, Christopher Pissarides, Nobel en Ciencias Económicas de 2010, empezó por decir que si vemos lo que sucede a lo largo de la historia con las nuevas tecnologías, “encontramos crecientes desigualdades, insatisfacción en el trabajo e incluso una esperanza de vida en descenso”.
Pissarides forma parte del Instituto para el Futuro del Trabajo, que lleva un año trabajando en el “legado” de la pandemia en un proyecto de tres años, por lo que avisa que las conclusiones aún no son definitivas.
Su análisis parte de que las revoluciones industriales asociadas a un intenso cambio tecnológico no implican únicamente un intenso cambio social, también requieren de invenciones sociales. “De hecho, conforme la sociedad se vuelve más próspera, éstas son cada vez más vitales”. Y en ese sentido, con las invenciones tecnológicas actuales, hemos fallado y “no hemos tomado las decisiones correctas”.
Se considera que una buena innovación tecnológica debe, sobre todo, ser sustentable desde los puntos de vista social y medioambiental, y promover el crecimiento inclusivo. Sin embargo, los datos de 2006 a 2017 muestran que en países desarrollados —donde más ha prosperado la actual revolución industrial—, la desigualdad ha aumentado, guiada sobre todo por el crecimiento de los ingresos de quienes más ganan y dejando atrás a los más vulnerables, y la expectativa de vida ha bajado.
La llegada de la Covid-19 empeoró la situación, aumentando el desempleo, y los puestos no se ocupan aunque haya vacantes. Parte de la explicación, comenta el Nobel de 2010, “es que hay mucha gente enferma”, no sólo de Covid, sino por enfermedades que no fueron tratadas adecuadamente durante la pandemia.
Además, dado que la pandemia del nuevo coronavirus aumentó el trabajo en casa, el paso de empresas a la economía de plataformas y la aceleración de la automatización van a aumentar la inequidad, pues todo eso requiere trabajadores de alta capacitación.
El buen trabajo y la innovación
En el Instituto para el Futuro del Trabajo tienen una definición de lo que es un “buen trabajo” que viene desde Aristóteles: Uno que permite a las personas desarrollar sus talentos y les da oportunidades de progresar, ya sea en ese mismo lugar o en otros, y consideran que los incentivos para lograr esto es dar a los trabajadores autonomía, un sentido de comunidad y de dignidad en el lugar de trabajo.
Por lo pronto, las mediciones del instituto encontraron que los lugares donde había estándares más altos de buen trabajo, hubo menos hospitalizaciones durante la pandemia. “No hay causalidad, sólo correlación”, aclara el Nobel; aunque como publicó hace unos días el periodista Mauro Álvaro Montero en estas páginas, la Covid-19 sí es la causa de la precarización de los empleos, al menos en México, uno de los países donde más muertes ha causado la pandemia.
“Las compañías deberían tratar a los trabajadores más como asociados o accionistas, darles más autonomía al interior e involucrarlos en la toma de decisiones, y no tratarlos sólo como entradas en sus libros de cuentas, que es lo que suelen hacer”, indicó.
Además, señala, las empresas también deberían ser incluyentes con mujeres y grupos minoritarios. Esto no sólo porque sería éticamente importante, sino porque hay evidencia de que mientras más diverso sea un ambiente de trabajo, más innovador es, y mejor le va a la empresa.
Sin embargo, aunque considera que el reemplazo de las personas por robots o inteligencias artificiales será pequeño en la siguiente década, aclara “que la inteligencia artificial puede tomar el trabajo de los trabajadores con cualquier capacitación, alta o baja, así que necesita ser bien manejada para ser inclusiva”.
Desafortunadamente, ese manejo parece depender de la buena voluntad de los directivos de las empresas; aunque en ese terreno, al menos en algunos países, las cosas no pintan tan mal.
La buena voluntad de las personas morales
El toque de optimismo de la reunión le correspondió a Oliver Hart, Nobel de 2016, quien en su charla “Responsabilidad social corporativa”, señaló que “está mal” la idea de que la función de las empresas es sólo maximizar sus ganancias o su valor de mercado, porque se supone que los accionistas usarán esa riqueza extra para hacer cosas valiosas para la sociedad.
Sin embargo, dijo Hart, este funcionamiento de las empresas no sólo debe cambiar sino que está empezando a hacerlo, pues los accionistas pueden usar su voz y su voto para impulsar a que las empresas sean más socialmente responsables con el medio ambiente y con el trato a sus empleados.
Hart incluso mostró datos, como que el 95% de los accionistas de Wendy’s aprobaron la propuesta de “revelar evidencia concreta sobre la efectividad del código de conducta (de la empresa) para proteger los derechos humanos de sus trabajadores y sus proveedores con respecto a la Covid-19”.
Al respecto, Pissarides comentó que Herny Ford le subió el sueldo a sus empleados para que pudieran comprar los coches que ellos mismos estaban fabricando, con lo cual aumentó sus ventas y la satisfacción de su personal.
Sin embargo, dijo Hart, “no creo que si las compañías se comportan de manera socialmente responsable vaya a solucionar los problemas del mundo, el gobierno es crucial para eso; pero el gobierno en general no hace su trabajo, y ese es un problema importante cuando tienes problemas globales que requieren de la coordinación de muchos gobiernos”.
Epílogo de pesimismo e incertidumbre
Que los gobiernos no hagan su trabajo es un verdadero problema, coincidieron los premios Nobel en economía, pues tienen muchas funciones que cumplir.
“Para los gobiernos, el requerimiento principal es la educación”, señaló Pissarides, y que esta sea moderna y flexible, que además de Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM por sus siglas en inglés) incluya a las artes (STEAM), pero también capacidades gerenciales y sociales, que actualmente no se enseñan.
Además, dijo, “se deberían subsidiar los programas de capacitación a nivel de las compañías”; los gobiernos “deberían proveer infraestructura, sobre todo digital, para ayudar a las start-ups, haciéndoles más fácil el inicio”, y dar derechos laborales al creciente sector de trabajadores de la llamada gig economy, los que trabajan por su cuenta para las plataformas como repartidores y choferes, por ejemplo.
El influyente Nobel de 2001, Joseph Stiglitz, en su charla “Dinámicas económicas, inflación e inconsistencias macroeconómicas”, considera que la economía de mercado, en la que están la mayoría de los países incluyendo a México, va a tener problemas para ajustarse a las condiciones generadas por las actuales crisis, “consecuentemente, haciendo crecer mucho el desempleo”.
Pero para Stiglitz la pregunta principal no se refiere al empleo, sino “cómo manejar la inflación protegiendo a los más vulnerables de daños a corto y largo plazos”. Pero “los modelos económicos tradicionales no tienen nada que decir sobre estas preguntas”, sentenció.
Stglitz explicó que las ciencias económicas no crecieron con problemas globales ni medioambientales, y que parten de “suposiciones defectuosas” que “están influyendo hoy en día en las políticas de los bancos centrales para responder a la inflación”, por lo que en el mejor de los casos “tendrán un efecto limitado para frenar la inflación y que, de hecho, pueden exacerbarla”.
Aunque, como escribió Keynnes en 1936, en el espacio de una generación, una economía puede tomar una forma que habría sido inimaginable para la generación anterior.