En abril de 1888, la señorita Beatrice Potter inició su investigación vivencial sobre las condiciones de trabajo esclavizantes de las costureras en Londres. A sus 30 años de vida, Beatrice, que era la hija de un rico industrial ferroviario, no había ganado dinero a cambio de su trabajo ni sabía coser, pero eso no la detuvo.
Después de unos días de buscar empleo, ser rechazada por su falta de experiencia y porque no parecía una persona acostumbrada al esfuerzo, finalmente consiguió un empleo. En su libro My Apprenticeship recuerda que, ante su torpeza, una mujer dedicó tiempo a enseñarle a pesar de que les pagaban por la pieza terminada. Al final del día, cobró un chelín, el primero que ganaba.
Este trabajo fue revolucionario y completamente distinto a cómo trabajaban los economistas o los periodistas de la época; de hecho una semana después Beatrice fue invitada a la cámara de los lores para testificar sobre las condiciones laborales en los talleres de las costureras.
En 1943, poco antes de morir, la influyente socióloga, economista e historiadora Beatrice Webb (su nombre de casada), escribió: “Nos dimos cuenta de que el gobierno era el único al que podía confiarse la provisión de las generaciones futuras…
es decir, nos vimos arrastrados a aceptar una nueva forma de estado al que podríamos denominar el estado administrador para distinguirlo del estado policial”.
Actualmente, le llamamos “estado de bienestar” y en Gran Bretaña se reconoce que la persona a la que más se le puede atribuir esta idea, copiada en muchos países, es a la científica social Beatrice Webb, más incluso que a su marido Sydney Webb, aunque ambos trabajaron juntos en muchas cosas.
Beatrice además es reconocida por su lucha contra la pobreza; por escribir sobre la paridad de salarios entre hombres y mujeres, cuando ellos fueron a combatir a la primera guerra mundial y ellas ocuparon sus puestos y por ser una de los cuatro fundadores de la aún muy activa London School of Economics and Political Science, entre otras aportaciones.
Sin embargo, a Beatrice no se le podría llamar “luchadora social”, pues no hacía protestas ni participaba en movimientos, lo suyo era la aproximación académica a los problemas sociales; además tenía la posibilidad de platicar de estos temas con políticos poderosos, incluyendo en una época a Winston Churchill, a quien no le caía bien, pero la escuchaba y le hacía caso.
Por ejemplo, a principios de la década de 1900 escribió un influyente Minority Report (Informe sobre minorías), que se incluyó en el reporte más grande que elaboró la Comisión para la Ley de la Pobreza.
En el documento, detalló la necesidad de una provisión nacional y local coordinada de bienestar, que abarcara la educación, la atención médica, las pensiones y el trabajo. También abogó por un sistema de ayuda para las familias, buscando garantizar que los fondos no se utilizaran para subsidiar el consumo de alcohol, condiciones insalubres del hogar y el abandono de los niños.
De niña sin amor a mujer comprometida
Hija de Richard y Laurencina Potter, Beatrice creció en un ambiente poco común para la época, cuando lo único que se esperaba de una mujer de clase alta como ella era que se casara lo mejor posible.
“Mi padre… es el único hombre que he conocido que creía sinceramente en la superioridad de las mujeres respecto a los hombres y actuaba en consecuencia”, escribió Beratrice en My Apprenticeship.
“Hizo de su esposa e hijas sus confidentes en todas sus empresas, o al menos pareció hacerlo. Siempre nos habló como iguales; discutía con sus hijas, aun cuando eran niñas, no sólo de sus negocios, sino también de religión, política y problemas del sexo, con franqueza y libertad”.
Como ejemplo, Beatrice cuenta que a los 13 años le preguntó si le aconsejaba leer La historia de Tom Jones, un libro que corresponde a lo que en español se llamaba novela picaresca.
“Por supuesto léelo, si te interesa… Si fueras un chico, dudaría en recomendarte Tom Jones, pero una chica de mente amable puede leer cualquier cosa; y cuanto más sepa sobre la naturaleza humana, mejor para ella y para todos los hombres que se relacionen con ella”, le contestó Richard.
La madre de Beatrice también era singular. Procedía de una familia en la que la habían educado igual que a sus hermanos y la habían hecho aprender matemáticas, idiomas y economía política, cuenta Sylvia Nasar en su libro La gran búsqueda, sobre la historia de las grandes mentes de las ciencias económicas. Laurencina era una mujer desdichada y frustrada; su ambición era ser novelista pero las obligaciones de tener ocho hijas y un hijo, además de la depresión que sufrió tras la muerte del pequeño Richard, se lo impidieron y solo publicó un libro.
Según Norman y Jeanne MacKenzie, quienes hicieron una biografía de Beatrice, fue el ejemplo de su madre lo que la llevó a escribir.
Además, Nasar cita a Barbara Caine, autora de una historia de las hermanas Potter, y explica que ante la ausencia afectiva de su madre, Beatrice, que tenía siete años cuando murió su hermano, encontró cariño con los criados que atendían a la familia, sobre todo con la niñera Martha Jackson, o Dada, como le decían. De ahí también obtuvo su determinación de hacer el bien y su identificación con los trabajadores pobres y “respetables”.
Quizá también en su infancia se encuentre la explicación para su desprecio por los sentimientos, la cual puede notarse cuando Beatriz rechazó la primera propuesta de matrimonio del enamoradísimo Sydney Webb, diciéndole que sería su colaboradora y no su esposa y le prohibió volver a hablarle de “sentimientos inferiores”.
Eventualmente, se casó con Webb y al respecto escribió: “...una camaradería de trabajo fundada en una fe común y perfeccionada por el matrimonio; quizás la más exquisita, ciertamente la más duradera, de todas las variedades de felicidad”.
Epílogo
Beatrice Webb o, mejor dicho, Potter, pues ella misma escribió sobre su desagrado por perder el apellido al casarse, fue la primera gran economista práctica, una honrosa línea a la que se pueden sumar Ellinor Ostrom, quien obtuvo el Nobel en 2009 por demostrar con datos de campo que la gente no siempre actúa en beneficio personal, y Esther Duflo, premiada en 2019 por su trabajo experimental de combate a la pobreza.