“No sé cómo le harán, pero deben ganar este campeonato. Es una orden”, dijo Benito Mussolini a los integrantes de la selección italiana de futbol previo al arranque del torneo jugado en 1934, el cual se disputaría en ese país.
Se trataba de apenas el segundo mundial de futbol y el político y militar vio en el futbol una gran oportunidad para propagar el movimiento que lideraba en su país. Como cabeza del Partido Nacional Fascista y presidente del Consejo de Ministros Reales, Benito Mussolini buscó a toda costa demostrar el poderío y superioridad de su ideología y raza.
El 27 de mayo de 1934 dio inicio el torneo. En el encuentro inaugural, que se disputó en el estadio del partido político que comandaba, Il Duce (El Caudillo), jugaron Italia contra Estados Unidos. Tanto en ese como en el resto de los juegos de la selección local Mussolini y los Camisas Negras (grupo paramilitar del Partido Nacional Fascista) estuvieron en las tribunas.
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Con postura erguida, la frente y la palma de la mano derecha en alto, los 11 jugadores italianos hacían referencia al dictador desde el césped previo al inicio de cada partido. La orden dada antes del inicio del campeonato no se debía olvidar, el hombre más poderoso del país debía ser saludado como una forma de recordar que ganar era una obligación.
Ya sea por convicción, ideológica o simplemente futbolística, la selección dirigida por Vittorio Pozzo logró el título. No sin antes pasar por una serie de situaciones que demostró que el Mundial de 1934 estaba “diseñado” para que la copa Jules Rimet se quedara en Italia. Como el hecho de que previo al torneo se nacionalizó a talentosos jugadores nacidos en Argentina y Brasil para que jugaran por Italia, cuya selección contaba ya con figuras como Giuseppe Meazza, Giovanni Ferrari y Pietro Rava.
Además, hubo muchas decisiones arbitrales tendenciosas, todas en favor de los italianos fueron la constante a lo largo del torneo. La presión de Benito Mussolini no solo la percibían el entrenador y jugadores de la Squadra Azzurra, sino también los árbitros. La consigna era clara.
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Un día antes de que se jugara la final entre los locales y la selección de Checoslovaquia, Il Duce fue a “motivar” a los suyos:
“Señores, si los checos son correctos, nosotros somos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar de prepotentes, el italiano debe dar un puñetazo y el adversario caer. Buena suerte para mañana. Ganen, si no, crash”.
Benito Mussolini.
La frase fue lanzada por Benito Mussolini en tono férreo, concluyéndola con un dedo en el cuello. Ante tal amenaza de muerte los italianos se prepararon para el partido. Aunque no fue fácil. El encuentro debió definirse en tiempos extra.
Vittorio Pozzo relató cómo la presión era evidente en sus dirigidos. “En la final, antes de la prórroga no entramos al vestidor, nos quedamos en el césped. Los jugadores tenían rostros cadavéricos, por los nervios y por la situación que habían atravesado”.
Y no era para menos, centenares de testimonios de tortura y desapariciones rondaban en Italia desde 1922, año en que el fascismo impregnó por todo su territorio. Afortunadamente para los jugadores de la Squadra Azzurra la copa Jules Rimet llegó a manos de Mussolini, tal y como lo había “solicitado”.
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