El asunto en cuestión de hoy es hasta qué punto un cineasta tiene que estar involucrado con el propio negocio de su obra.
Consejo nº1: involúcrense
Lo primero definamos en qué consiste estar involucrado.
Tu película forma parte de ti, le has echado 5 años de tu vida y tu destino está encadenado a ella. En este sentido es necesario que el cineasta conozca el negocio, el modus operandi de las productoras, de las distribuidoras, de las televisiones, de las plataformas de VOD, de la situación del mercado y sus festivales, los costos de producción, los costos financieros, etc.
Una película no sólo es una obra artística destinada a satisfacer a los espectadores, es una propiedad que se explota en un mercado y que sobrevivirá 70 años a la muerte de su autor, porque sí, los cineastas también mueren algún día (salvo mi adorado Woody Allen o Clint Eastwood, claro).
El cineasta no puede estar desmarcado de un aspecto tan importante de su obra, debe conocer –y no digo dominar- los mecanismos por los que las películas se hacen. Es absurdo pensar que hay sitio en la cabeza para saber algo de decoración, maquillaje, peluquería, guión, fotografía, etc., y no hay sitio para saber del costo financiero de la película o cómo se calculan los ingresos netos (de los cuales muchas veces dependerá tu salario).
Los límites de este consejo es lo que lo que podemos llamar los riesgos de la integración vertical. Me explico. Casi todas las industrias modernas han sufrido una transformación de vertical a horizontal. El mundo gana en complejidad y uno no puede saber todo de todo.
Tras varios azotes de leyes antimonopolio y la propia dinámica del sector pasamos de estudios de cine que lo hacían todo - el set, estrellas y talento en nómina, equipos de rodaje en propiedad, cines en propiedad, financiación propia etc.- al modelo horizontal actual: financiación ajena, producción ajena, postproducción ajena, estrellas y talento independientes con agente y manager, etc.
Con la complejidad llega la especialización y por eso, lo que no puede pretender un cineasta es serlo todo. Saberlo todo, o más bien casi todo, sí. El modelo vertical ha muerto. Cada área –dirección de producción, financiación, marketing, publicidad, distribución, etc.- es vital para tu película y aunque igual puedas hacer tus chapuzas, no puedes ser el mejor en todo.
Eso nos lleva al segundo consejo contradictorio:
Consejo nº2: involucre a otros
Un buen productor recibirá los palazos por ti. Buscará la financiación, venderá el proyecto, asumirá los riesgos, repartirá las ganancias, pero sobre todo hará una acción tan invisible como poco reconocida: tirará del carro. Y se me olvidaba, hablará bien de ti, cosa que te costará mucho hacerlo tú mismo sin quedar como un imbécil.
Involucra a un productor. Cuando se trata de tu película, en ocasiones careces de la perspectiva o del tiempo necesario para ir consiguiendo esos pequeños avances cuya suma supone que la película finalmente se produzca. Cuando estás en pleno rodaje y los astros se confabulen en tu contra necesitarás alguien a quién quejarte o con quien llorar. Cuando acabes tu película necesitarás una opinión menos sesgada que la tuya, más objetiva y próxima al mercado, para que no acabe siendo Dune (1984).
Los productores pueden ser creativos. La lucha en el barro del mercado, los inversores, los incentivos fiscales y las subvenciones no les privan necesariamente del buen gusto y la creatividad.
Los límites de este consejo es no desentenderse completamente de la producción ni tampoco dejarse llevar totalmente por ella. Delegar es necesario, escuchar otro punto de vista también, pero sin perder el norte que marca tu criterio, sin dejar de ser leal contigo mismo, con tu mirada.
El equilibrio entre los dos consejos del Filmonauta de hoy –involucrarse o no en la producción- es complejo, lo sé.
Tendremos que conseguirlo nosotros solos.