Entre las 11:15 y 11:30 de la mañana la tierra se cimbró por más de seis minutos. Este terremoto comenzó en San Marcos, Guerrero, y recorrió las costas de Oaxaca y Michoacán. Derrumbes de casas, iglesias, conventos y oficinas públicas se extendieron a lo largo de 16 localidades, ubicadas en Veracruz, Puebla y todo el centro de la Nueva España. La magnitud registrada fue entre 8.4 y 8.6 grados, con una intensidad máxima de nueve grados. Pero sólo fue el principio. Era el 28 de marzo de 1787.
Poco después ocurrió el tsunami. Fueron olas de seis metros en Acapulco y de unos 18 metros en Pinotepa; de 3 y 2 metros cerca de Santiago Jamiltepec y Tehuantepec, respectivamente, concluyó el modelo utilizado en el libro The great 1787 mexican tsunami de Francisco J. Núñez-Cornú, Modesto Ortiz y John J. Sánchez.
Se le conoce como el terremoto de San Sixto, producto del choque de las placas tectónicas de Cocos y Norteamericana. Dejó inundaciones de hasta 20 metros de altura. A este sismo se sumaron tres réplicas de gran intensidad, ocurridas en los días subsecuentes, que alcanzaron de entre seis y siete grados de magnitud. Durante un mes continuaría sintiéndose sismos menores. El 3 de abril de 1787, en una de esas réplicas, habría otro tsunami.
El geofísico Gerardo Suárez Reynoso y su equipo del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM integró en su página todos los sismos de la historia de México, con sus características e impacto; así como los libros “Catálogo de Tsunamis (Maremotos) en la Costa Occidental de México” de Antonio J. Sánchez Dévora y Salvador F. Farreras, que da cuenta de estos días de destrucción que abarcaron los 278 kilómetros de la franja costera, desde la bahía de Acapulco hasta la de Salina Cruz:
“El alcalde de Igualapan, Guerrero, describió el tsunami en una carta publicada en la Gaceta de Acapulco del mes de mayo de 1787 en la forma siguiente: ‘El mar se vio correr en retirada, y luego crecer y rebosar sobre el muelle, repitiéndose esto varias veces por espacio de 24 horas, al mismo tiempo que la tierra se cernía con frecuentes terremotos. En la playa abierta se salieron de caja las aguas del mar, derramándose con fuerza y arrastrando entre sus ondas gran cantidad de ganado, que pereció. Algunos costeños, como el mayordomo de la hacienda de Don Francisco Rivas, regidor de Oaxaca, pudieron salvar sus vidas encaramándose a los árboles hasta que se retiraron las aguas. Algunos pescadores en la barra de Alotengo, a las once horas de ese día, vieron con asombro que el mar se retiraba, dejando descubiertas en más de una legua de extensión tierras de diversos colores, peñascos y árboles submarinos, y que retrocediendo luego con la velocidad con que se había alejado, cubría con sus ondas los bosques de la playa, en que se internó más de dos leguas (8 kilómetros), dejando entre las ramas de los árboles al volver a su casa, muchos y variados peces muertos; algunos de los pescadores perecieron, y otros pudieron salvarse muy estropeados’”,
Esos ocho kilómetros que entonces quedaron anegados, hoy día serían, por ejemplo en Acapulco, desde Puerto Marqués o desde Playa Revolcadero hasta La Sábana en línea recta. Lo que incluye, además de la zona turística el Boulevard de Las Naciones, el Viaducto Diamante, establecimientos comerciales y casas habitación.
Los especialistas advierten en The great 1787 Mexican Tsunami (editado en 2008), que la costa de Guerrero y Oaxaca “podría volver a ser escenario de un gran choque tsunamigénico”.