Desde siempre hemos escuchado voces que nos alertan de las señales que pueden llevarnos a quedarnos sin agua: su pérdida de calidad, su creciente escasez; las sequías prolongadas, las altas temperaturas... Hemos llegado, incluso, a un nivel de insensibilidad donde parece que, por más información que recibamos, no podemos (o queremos) dimensionar aún la gravedad del problema.
A este escenario hay que agregarle, sin duda, las décadas y décadas de gobiernos omisos que no han querido afrontar este problema, que representa una amenaza a la mera supervivencia de los mexicanos, como lo es la crisis hídrica de nuestro país. Y es que, si bien nos puede costar la vida, no parece un asunto que proporcione una alta rentabilidad electoral ni donde valga la pena el análisis, el consenso, la propuesta y, sobre todo, la acción concreta y contundente.
En México la crisis está perfectamente documentada por expertos nacionales e internacionales, quienes demuestran que el 75% del agua disponible en nuestro país es consumida por los sistemas agroindustriales. Y que el llamado “Día cero” (el momento en que la disponibilidad de agua sea crítica y no pueda satisfacer las necesidades de la población) está muy cerca, tan cerca como el 26 de junio de 2024 para la Zona Metropolitana del Valle de México.
Analistas y expertos han demostrado que se trata de un problema tan complejo que asusta enterarse de cómo se han entreverado los actores, intereses, dinero, mafias y desigualdad que implica el sistema sobre el cual se maneja el agua en México. Lo cual obedece bien a la lógica negligente y demagógica de nuestros gobernantes.
Además, es necesario manifestar que este preciado recurso aumenta su valor de forma exponencial por la demanda creciente y la oferta cada vez más comprometida. Si a este escenario le sumamos un esquema legal y de gobernanza totalmente desarticulado, desigual y obsoleto, tenemos como resultado que el agua se convierte hoy en día en uno de los bienes para negociar puestos políticos, proyectos de la iniciativa privada, fondos de inversión y muchas otras cosas que obedecen a la lógica de seguir conservando el poder en manos de muy pocos.
¿Qué hacer ante un escenario que, además de complejo, es tan delicado que amenaza la estabilidad social, política y económica de nuestro país para el siguiente sexenio?
Cambiemos la lógica del agua. Comencemos a pensar en un modelo que, lejos de obedecer a intereses económicos y políticos, obedezca la lógica de la naturaleza misma. Dejemos el agua donde pertenece, mantengamos y captemos el agua donde cae, no queramos explotar más donde hay menos y, sobre todo, no tratemos al agua como moneda de cambio.
Las tuberías no se ven, pero la insalubridad de los hogares sí. Las fugas se hacen normales, pero los niveles de contaminación no deben serlo. Los pozos se consumen, y parece que nuestras opciones y prioridades también.
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