El dengue, una amenaza controlable

29 de Noviembre de 2024

El dengue, una amenaza controlable

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México pierde alrededor de 200 millones de dólares por la enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegipty, que también contagia el chikungunya y Zika; pero tiene la posibilidad de erradicarla sin exterminar a los mosquitos

Cuando el legendario explorador inglés Richard Francis Burton estuvo en Somalia, escuchó que la gente del lugar tenía la hipótesis de que las picaduras de mosquito ocasionaban las fiebres que en muchas ocasiones eran mortales.

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“Esta superstición —escribió con cierto desdén Burton en su libro Primeros Pasos en el Este de África (1856) —, probablemente surge del hecho de que los mosquitos y las fiebres se vuelven formidables más o menos al mismo tiempo”.

En aquella época, mucha gente en Europa, incluyendo a algunos científicos, aún consideraba que la malaria, la más severa de esas fiebres, hacía honor al nombre que recibió en la Italia Medieval y que significa “aire malo”.

›Para finales de siglo, según cuenta Adam Kucharski en su libro The Rules of Contagion (Las reglas del contagio), dos científicos, Patrick Mason y su discípulo Ronald Ross, empezaron a tomarse en serio la hipótesis de los mosquitos.

Tras hacer un fallido y éticamente cuestionable experimento en el que pagó a unas personas para que bebieran agua con hueva de mosquitos que habían picado a un paciente de malaria, Ross pensó que tal vez el contagio se producía a través de la picadura, y no de los huevecillos, con la saliva que inyectaban a la víctima.

Los siguientes experimentos ya no fueron con personas sino con aves, a las que sí logró contagiar de malaria con picaduras de mosquito.

Ross generó la base matemática de la actual epidemiología y obtuvo el Nobel de Medicina en 1902, pero siguió trabajando para erradicar la enfermedad. En su libro La prevención de la malaria, de 1910, explica por qué no hace falta eliminar a todos los mosquitos o impedir todas las picaduras.

Para contagiar la enfermedad, el mosquito debe picar a una persona que la esté padeciendo en el momento, sobrevivir el tiempo suficiente para que el parásito se desarrolle (esto aplica en la malaria, pero no en el dengue) y picar a otra persona. Según los cálculos de Ross, si en una población de mil personas hay un enfermo de malaria y 48 mil mosquitos, es apenas suficiente para que los contagios avancen de una persona en una.

Contra la malaria o paludismo como también se conoce a la enfermedad, la ciencia ha avanzado mucho y ha habido muy buenas noticias en las últimas semanas: se erradicó por completo en China y hay dos vacunas contra ella en pruebas clínicas, una en fase 2 y otra en fase 3.

En México hay poco paludismo y no es un problema grave, pero hay otra enfermedad transmitida por un mosquito que sí lo es: el dengue, y a ella se sumaron el chikungunya en 2014 y el Zika en 2015, que son transmitidos por los mismos mosquitos, los de la especie Aedes aegypti.

“Se acerca la manipulación transgénica de mosquitos, y es excelente que exista un plan para ayudar a guiar las decisiones políticas sobre esta tecnología y para proteger el medio ambiente y las comunidades”, Roly Gosling, Investigador en la Universidad de California en San Francisco.

Dato: De los últimos seis países que han eliminado la malaria, tres están en América: República de El Salvador, en 2021; Argentina, en 2019, y Paraguay en 2018.

El virus y sus problemas

A diferencia del Plasmodium vivax, el organismo unicelular causante de la malaria, que quizá ha estado con la humanidad desde sus orígenes, el virus del dengue, según los estudios de diversidad genética, pasó la mayor parte de nuestra historia como enfermedad de otros primates, adquirió su forma actual hace unos mil años y la transmisión endémica entre humanos se originó en los últimos cientos de años, la medicina lo reconoce plenamente desde mediados del siglo pasado.

El dengue es una enfermedad viral que puede ser asintomática, tener manifestaciones como fiebre ligera o una gripe fuerte, hasta, con menos frecuencia, causar complicaciones como hemorragias graves e insuficiencia orgánica que en ocasiones son fatales.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el dengue afecta a la mayor parte de los países de Asia y América Latina, donde se ha convertido en una de las causas principales de hospitalización y muerte para personas de todas las edades.

En México, hay dengue en 29 de los 32 estados de la República y se estima que el país tiene entre 75 mil 203 y 35 mil 534 casos anuales, lo que implica un costo económico de entre 149 millones y 257 millones de dólares por año, comentaron en un artículo publicado en The Lancet en mayo pasado investigadores de diversas instituciones mexicanas, como la Secretaría de Salud, el Instituto Nacional de Salud Pública y universidades tanto de México como de Estados Unidos.

La Organización Panamericana de la Salud (OPS) reporta que el número de casos de dengue en el continente se ha multiplicado por 10 en las últimas cuatro décadas, pues pasó de 1.5 millones de casos acumulados en la década de los 80, a 16.2 millones entre 2010 y 2019. A nivel mundial, en 2019 se registró un número récord de 400 millones de casos, y hay evidencias de que el cambio climático ha expandido la distribución geográfica de estos virus.

El dengue es causado por un virus de ARN, de la familia Flaviviridae, al que se reconocen cuatro “serotipos” (llamados DENV1 al DENV4), es decir, las infecciones forman cuatro tipos de anticuerpos distintos. Se ha visto que la infección por un serotipo, seguida por otra infección con un serotipo diferente aumenta el riesgo de padecer dengue grave y de morir. En México, como en muchas otras regiones, existen los cuatro serotipos.

Hasta el momento, no se han aprobado medicamentos antivirales contra ningún flavivirus ni se ha logrado hacer una vacuna realmente eficaz contra los virus de este grupo, que también incluye a la fiebre amarilla y al Zika; además, nuevos flavivirus emergen regularmente de reservorios animales con el potencial de causar epidemias.

Hay equipos científicos estudiando, por ejemplo, las reacciones del sistema inmune para poder hacer una vacuna que neutralice los cuatro tipos de virus, y otros que buscan mapear las vulnerabilidades en la superficie externa de los flavivirus para encontrar principios que permitan diseñar antivirales contra toda la familia. Pero, tal como pensó Ross hace poco más de un siglo, parece que la mejor estrategia es prevenir las picaduras de mosquitos.

Dato: En México, hay dengue en 29 de los 32 estados de la República, y se estima que el país tiene entre 75,203 y 35,534 casos anuales.

Mosquitos “mutantes” al rescate

A principios de junio de este año, la OMS publicó la segunda edición del documento guía para el uso de mosquitos genéticamente modificados para combatir las enfermedades que transmiten. En el caso de la malaria, la tecnología desarrollada impide a las hembras del mosquito Anopheles transportar al Plasmodium; para el dengue, el enfoque fue modificar un gen que elimina a las hembras de Aedes.

›“Todos los ingredientes importantes que pueden garantizar el uso responsable y seguro de esta tecnología, incluidos los desafíos técnicos, las cuestiones legales y éticas, la evaluación de riesgos y la participación pública, se encuentran en este documento para guiar a los científicos”, le dijo Diabaté Abdoulaye, entomólogo del Instituto de Investigación en Ciencias de La Santé en Burkina Faso, a la agencia SciDev.Net.

Los mosquitos modificados han sido liberados en India y Brasil para controlar las poblaciones de Aedes aegypti y se espera que los genes modificados se vayan difundiendo en la población de manera que esta se reduzca y que desaparezcan los virus del dengue, chikungunya y Zika sin por ello usar insecticidas ni exterminar a los mosquitos, que forman una parte importante en las cadenas alimentarias y son polinizadores.

Sin embargo, como lo acaba de demostrar China, eliminar mosquitos no necesariamente requiere de nuevas tecnologías.

10.8 veces se han incrementado los casos de dengue en América en las últimas cuatro décadas, al pasar de 1.5 millones acumulados en los 80s a 16.2 millones en la década del 2010-2019.

China, a la tradicional y a la antigüita

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“Tarea número 523”, así es como en ocasiones se conocía a la “tarea de combatir la malaria” durante la llamada Revolución Cultural que ocurrió en China entre 1966 y 1976, durante el gobierno de Mao Zedong. Esta tarea en particular tuvo éxito gracias, en buena medida, a las recetas guardadas del médico Ge Hong, quien vivió del año 284 al 363, y que fue, si no el descubridor, quien dejó registro del primer antimalárico conocido, el qinghao, o hierba verde azulada, cuenta Elisabeth Hsu en el British Journal of Clinical Pharmacology.

La “tarea número 523” era todo un programa de investigación a nivel nacional que fue lanzado en 1967, que involucró a más de 500 científicos de 60 instituciones, y condujo al redescubrimiento de las propiedades antipalúdicas del qinghao en 1971 y, para finales de la década, a la extracción de la artemisinina, el compuesto central de los medicamentos más efectivos disponibles en la actualidad. Esto se reforzó con la reducción de los espacios adecuados para el crecimiento de los mosquitos y la fumigación con insecticidas en los hogares de algunas áreas.

La OMS explica que en la década de 1980, China fue uno de los primeros países del mundo en usar mosquiteros tratados con insecticida para la prevención del paludismo; para 1988 se habían distribuido más de 2.4 millones de mosquiteros en todo el país.

En 1990, el número de casos de malaria en China se había desplomado a 117 mil y las muertes se redujeron en un 95%, en el año 2000, el número de casos fue de cinco mil por año y para el 2020 llevaban cuatro años consecutivos de no tener un solo caso autóctono. En los últimos años, el esfuerzo contó con la participación de 13
ministerios, incluidos los de salud, investigación y ciencia, educación
y turismo.

500 millones de personas en el continente americano están actualmente en riesgo de contraer dengue.

México, listo contra el dengue

Combatir el dengue es, en cierto sentido, más difícil que la malaria, pues el A. aegypti tiene una notoria preferencia por poner sus huevecillos en depósitos de agua relacionados con los seres humanos (llantas, cuencos o charcos). Así, el estudio publicado en The Lancet encontró “zonas calientes” (hotspots) o focos de la epidemia de dengue en todas las ciudades que estudió (fueron nueve: Acapulco, Campeche, Cancún, Coatzacoalcos, Iguala, Mérida, Tapachula, Veracruz y Villahermosa).

Si bien la presencia de los focos de dengue fue independiente de la cantidad de pobladores de cada ciudad, las distribuciones espacial y temporal no fueron homogéneas. Por ejemplo, Iguala acumuló el 50% de los casos en el 23% de su área, mientras que Veracruz tuvo el 18% de los casos en el 11% de su área, y a lo largo de los nueve años que duró el estudio, el número máximo de veces que una zona fue foco de dengue fue de siete, con zonas que mostraron una persistencia temporal promedio de tres años.

Esta investigación, dicen los autores, provee “información particularmente valiosa para los programas de prevención y control de enfermedades transmitidas por Aedes, si se usa de manera programática”, y añaden que la forma de “implementar el control de A. aegypti es crucial para el éxito o el fracaso de una intervención” y, por supuesto, conocer dónde están los focos y cómo se comportan es fundamental para que su control esté mejor dirigido y sea más costeable.

México está listo para combatir el dengue de manera sistemática, pero cuándo empezará.