Podemos decir que todo comenzó con los perritos de las praderas. Hay una especie de estos animales, llamada Microtus ochrogaster, que no sólo es más sociable, sino que forma parejas monógamas. En las que ambos progenitores crían a los hijos y pasan la mayor parte del tiempo sentados uno junto al otro.
Otra especie, la Microtus montanos, que como su nombre indica viven en zonas montañosas, no son tan sociales, sus patrones de apareamiento tienden a ser más promiscuos y los progenitores se involucran mucho menos en el cuidado de los hijos de lo que lo hacen sus parientes de las llanuras.
Cuando el psiquiatra y director del centro de neurociencia conductual de la Universidad de Emory Thomas Insel comparó los cerebros de las dos especies noto que difieren en la actividad de solo un neurotransmisor, la oxitocina.
Ahora a esta sustancia se le considera más que un neurotransmisor y se le suele llamar la “hormona del amor” porque además de promover lazos sociales y cuidados parentales, participa en el parto, la regulación de la lactancia y las contracciones uterinas en la hembras de los mamíferos, y en la regulación de la eyaculación, el transporte de esperma y la producción de testosterona en los machos.
En los seres humanos, además, se ha visto que la oxitocina genera sensaciones placenteras a partir del arte, el ejercicio y, por supuesto, el sexo…
Y ahora resulta que no sólo tiene que ver con el corazón, también con el más anatómico músculo cardiaco, y de manera más directa de lo que se esperaba.
¿Corazón o músculo cardiaco?
En los últimos años se ha descubierto que la oxitocina desempeña funciones fisiológicas en el sistema cardiovascular, donde reduce la presión arterial, tiene efectos sobre la eficiencia y el ritmo cardiacos, sirve como antiinflamatorio y antioxidante; también tiene beneficios cardioprotectores ante la insuficiencia cardiaca y después de un infarto al miocardio.
Como si esto fuera poco, hace unos días (el 30 de septiembre) se publicó una investigación en la revista Frontiers in Cell and Developmental Biology que la oxitocina podría participar incluso en la estructura del corazón y, sobre todo, en su reestructuración.
Después de un ataque al corazón, las células musculares llamadas cardiomiocitos generalmente mueren en grandes cantidades. Esto representa un grave problema para la recuperación de los pacientes, no sólo porque los cardiomiocitos son los principales responsables de la contracción, también porque están unidos unos a otros en una compacta malla; por esto y porque son células altamente especializadas, en principio no pueden reponerse.
Sin embargo, se ha demostrado que un subconjunto de células ubicadas en la membrana que recubre al corazón (el epicardio) pueden reprogramarse para convertirse en células madre y estas pueden desarrollarse para ser no sólo cardiomiocitos, sino también otros tipos de células cardiacas.
Desafortunadamente, la producción de estas “células progenitoras derivadas del epicardio”, su nombre oficial, es ineficiente para la regeneración del corazón en humanos en condiciones naturales.
Entra el pez cebra…
Los peces cebra son famosos por su extraordinaria capacidad para regenerar órganos, así sea el cerebro, la retina, los órganos internos, los huesos, la piel y el corazón, que puede crecer completo cuando se ha perdido hasta una cuarta parte.
Esta regeneración tiene sucede en parte por la proliferación de cardiomiocitos, pero también por las “células progenitoras derivadas del epicardio”, así que los autores de la investigación, encabezados por Aitor Aguirre, decidieron averiguar por qué y si, lo que fuera que descubrieran, podría usarse en humanos.
Y sí, como ya se lo ha de estar imaginando quien esté leyendo este texto, eso que encontraron es la oxitocina.
›Los autores detectaron que dentro de los tres días posteriores a la lesión en el corazón del pez cebra, la producción de la oxitocina, que se genera en el cerebro (en los humanos y otros mamíferos es en la región llamada el hipocampo) aumenta hasta 20 veces.
También demostraron que la oxitocina viaja al epicardio del pez, donde se une a un receptor específico, desencadena una cascada molecular que estimula a las células locales a expandirse y convertirse en células progenitoras derivadas del epicardio, que a su vez migran al miocardio del pez cebra para convertirse en cardiomiocitos, vasos sanguíneos y otras células cardiacas importantes, reemplazando a las que se habían perdido.
¿Y en los humanos?
La buena noticia es que el equipo de investigación demostró que la oxitocina tiene un efecto similar en el tejido humano, algo que no tuvo ninguna de las otras 14 neurohormonas que probaron. De acuerdo con los investigadores, el efecto mucho más fuerte que otras moléculas que estimulan la producción de células progenitoras derivadas del epicardio en ratones; la mala es que, hasta ahora, sólo se ha visto que funciona en tejidos en cultivo y no en sujetos en vivos.
“La oxitocina se usa ampliamente en la clínica por otras razones, por lo que la reutilización para pacientes después de un daño cardiaco no requiere de un gran esfuerzo de imaginación. Incluso si la regeneración del corazón es solo parcial, los beneficios para los pacientes podrían ser enormes”, dice Aguirre en un comunicado de prensa.
Evidentemente, el siguiente paso para el equipo es empezar a planear ensayos preclínicos en animales y ensayos clínicos en humanos.
Epílogo con dedicatoria
Mientras escribo esto, Juan se recupera de un infarto al miocardio, y aunque no hemos medido la oxitocina ni las células progenitoras derivadas del epicardio, no tenemos duda de que la gran cantidad de muestras de afecto que ha recibido han sido de mucha
ayuda en su recuperación.