Después de que conocimos el reporte del PIB del 2T-22 en Estados Unidos, surgió un debate sobre si la economía estadounidense se encuentra en recesión o no. Haciendo alusión a la idea de recesión técnica, que algunos definen como la presencia de dos trimestres consecutivos de caídas.
Dado que determinar el punto en el que se encuentra la economía dentro de su ciclo puede prestarse a interpretaciones subjetivas, han surgido organismos que se encargan del estudio basado en evidencias para determinar en qué momento un país entra en una recesión.
La definición tradicional de recesión de la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER por sus siglas en inglés) es que ésta ocurre con una disminución significativa de la actividad económica que se extiende por toda la economía, y que dura más de unos pocos meses. Esta definición hace alusión a tres criterios: profundidad, difusión y duración, los cuales se deben de cumplir de forma individual. Aunque, en los casos en los que se presenten condiciones extremas en alguno de ellos, éstas pueden compensar parcialmente las señales más débiles de otro.
En el caso contrario, según esta institución, la expansión es el estado normal de la economía; mientras que, la mayoría de las recesiones son breves. Sin embargo, el tiempo que tarda la economía en volver a su nivel máximo anterior puede ser bastante prolongado.
Haciendo esta precisión, las condiciones observadas en lo que va de 2022 no sustentarían la afirmación de que economía estadounidense se encuentra en recesión; aunque, sin duda, sí se encuentra en una inminente desaceleración. Aquí, me gustaría hacer una breve recapitulación de lo que ocurrió en el 1T-22. La caída de 1.6% a tasa trimestral anualizada se debió principalmente a una contribución negativa al crecimiento de tres sectores: las exportaciones netas, que recortaron el PIB en 3.2%, los inventarios y el gasto del gobierno. Ninguno de estos factores tiene que ver con una caída de la actividad económica interna, pues la balanza comercial presentó un déficit histórico debido a la baja demanda externa, mientras que la interna repuntó significativamente. Por otra parte, los inventarios disminuyeron por el elevado consumo y la imposibilidad de reponer las existencias por las disrupciones internacionales en las cadenas de producción. Mientras que, el gasto del gobierno disminuyó por el retiro de los estímulos fiscales.
Aunque todos nos quedamos tranquilos con esta explicación, en el segundo trimestre sí se observó un deterioro de los componentes centrales del PIB estadounidense. Por ejemplo, el consumo de mercancías disminuyó 2.4% a tasa trimestral anualizada, la inversión se contrajo 13.2%, y los inventarios volvieron a tener una contribución negativa para el crecimiento.
Estos resultados empiezan a mostrar focos de alerta; sin embargo, la pérdida de dinamismo no es generalizada. Me gustaría subrayar, principalmente, el comportamiento del mercado laboral. La semana pasada conocimos que la economía estadounidense generó 315 mil puestos de trabajo en agosto, por encima de las previsiones del mercado de 290 mil; mientras que la tasa de desempleo aumentó de 3.5% a 3.7%, reflejando que, a pesar del incremento, la economía se mantiene en pleno empleo. Pero esto no implica que esta condición no pueda cambiar hacia adelante.
La atención de los inversionistas se mantiene en la pendiente de la curva de rendimientos de los bonos del Tesoro, la cual se ha mantenido negativa entre el plazo de 10 y 2 años desde principios de julio. A menudo se considera que una curva invertida presagia una recesión, que estaría en línea con las recientes declaraciones de la Reserva Federal, que apuntan a que la economía crecerá por debajo de su tendencia, en favor de contener la inflación.
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