Como todos sabemos, la inflación empezó a tomar relevancia como uno de los factores que podrían desestabilizar la economía desde el año pasado. Inicialmente, la hipótesis de los bancos centrales consistía en que ésta sería transitoria y que las elevadas tasas anuales que se presentarían serían fruto de un mero efecto estadístico, producto de una baja base de comparación.
Pero, conforme fueron pasando los meses, esta caracterización de transitoriedad fue perdiendo credibilidad hasta que se desechó por completo.
Lo que no se consideró fue que los choques de oferta propiciados por la pandemia se extenderían hasta bien entrado este año, en buena medida por la política de “cero Covid” implementada por China, y que Rusia terminaría invadiendo Ucrania, lo que interrumpió el envío de materias primas de este último país a Europa, generando una escasez mundial.
Por el lado de la demanda, la entrega de estímulos extraordinarios a la población en Estados Unidos hasta marzo de 2021, generó un ingreso excedente que no estuvo acompañado de un incremento de la productividad, lo que propició una serie de distorsiones en la economía más grande del mundo.
Por ejemplo, el ahorro personal como porcentaje del ingreso personal disponible aumentó a niveles nunca antes visto, lo que a su vez originó que muchas personas no estuvieran dispuestas a emplearse, lo que orilló a las empresas a incrementar los salarios hasta en 5.6% en términos anuales.
Sobre este último punto, los incrementos se mantuvieron por encima del 5.0% en julio, muy por encima de los niveles prepandemia.
Este error de cálculo de los bancos centrales, principalmente por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos, evitó que se empezaran a tomar acciones de manera oportuna, lo que posiblemente hubiera impedido que el problema se hubiera profundizado tanto. Ahora, el reto está en que este no se enraíce.
Sobre las cifras más recientes de julio, la inflación general estadounidense disminuyó a 8.52%, desde un máximo de más de 40 años del 9.1% que vimos en junio. Con ello, se ubicó por debajo de la estimada por el mercado de 8.8 por ciento.
La inflación mensual se mantuvo sin cambios, luego de subir a una tasa máxima de 17 años de 1.3%. Por su parte, la subyacente se ubicó en 5.9%, prácticamente en el mismo nivel que el mes anterior.
Sin embargo, el dato fue tomado de manera muy positiva debido a que se encontró por debajo de las previsiones del mercado del 6.1%. Y se mantuvo como la lectura más baja en seis meses. Mientras que la inflación mensual fue de 0.3%, la menor desde marzo.
En este mismo sentido, en otras economías importantes, como Alemania, Italia y Brasil, también presentaron una desaceleración de su inflación en el séptimo mes del año. Por el contrario, la nota negativa la han dado países como China, Francia, España y México, en los que la inflación siguió al alza.
En el caso de nuestro país, la inflación general pasó de 7.99 a 8.15% de junio a julio, con lo que tocó el mayor nivel desde diciembre del 2000. Pero, si consideramos la inflación de la Canasta de Consumo Mínimo, la cual está integrada por un subconjunto de 176 productos y servicios del Índice Nacional de Precios al Consumidor, ésta aumentó de 8.55% a 8.66%, con lo que alcanzó un nuevo máximo desde que inició su medición, en agosto de 2019.
Por otra parte, la inflación subyacente sigue en el centro de los reflectores, pues ha mantenido su tendencia al alza por 20 meses ininterrumpidos, es decir, ya por casi 2 años, periodo en el que pasó de 3.66% a 7.65 por ciento. Y, si vemos la inflación acumulada al séptimo mes del año, el subíndice subyacente ha subido casi 5.0% a julio de este año, algo que no se veía desde 1999.
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