La Secretaría de Educación Pública (SEP) muestra una inercia que acota cada vez más sus acciones. Esta tendencia, que lleva ya muchos años y que se ha agudizado recientemente, hace que poco a poco la dependencia ideada por José Vasconcelos esté más lejos de ser la principal función del Estado y de tener una “función civilizadora”, como él la concebía. Hoy parece ser solamente una Secretaría para la normatividad y el presupuesto escolares, pues incluso la operación de la gran mayoría de escuelas se ha transferido a los estados.
Cuando hace cien años se fundó la SEP, constaba de tres departamentos: Escolar, Bibliotecas y Bellas Artes. Se agregaban dos más que en aquel momento se pensaban transitorios: el de Educación Indígena y el de Desanalfabetización (sic). Sólo el primero se dedicaba a la formación en las aulas de niños y jóvenes, en tanto los otros apostaban por fomentar entre toda la población la lectura, las artes y la gimnasia (según se llamaba entonces a la educación física), además de atender a poblaciones específicas como los indígenas y los adultos analfabetas. A ello se agregaban las misiones culturales, que promovían el desarrollo de las comunidades con base en una combinación de conocimientos básicos y elementos prácticos para sus habitantes. Vasconcelos pensaba en la obra educativa del Estado como algo que debía llegar a toda la población y en todos los lugares, pues sólo así se podrían mejorar las condiciones de vida de las personas y construir la identidad mexicana.
En la actualidad, la SEP formalmente tiene múltiples asuntos bajo su responsabilidad, los cuales se encuentran establecidos por el Art. 38 de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal (LOAPF). Éstos son, en el orden en que ahí aparecen, la enseñanza básica, media superior y superior, incluida la normal; la enseñanza técnica, agrícola, industrial, comercial, y de artes y oficios; la educación para adultos; la enseñanza deportiva y militar; la enseñanza artística; la organización y enriquecimiento de bibliotecas; la creación de institutos de investigación científica y técnica, además de laboratorios, observatorios y planetarios; la creación de repositorios en bibliotecas para fortalecer la identidad colectiva, regional, local y comunitaria; la intervención en programas de inclusión social dirigidos a la población en pobreza extrema; el diseño y aplicación de políticas y programas tendientes a hacer efectivo el derecho a la educación; la promoción de la participación social; el impulso a la educación física y el deporte; la organización de sistemas de orientación vocacional; la orientación de las actividades recreativas y deportivas que realice el sector público federal; el establecimiento de criterios educativos en la producción de cine, radio y televisión, así como en la industria editorial; el establecimiento de sistemas de servicio social, centros de estudio, programas de recreación y de atención para los jóvenes; el desarrollo de mecanismos para conocer las mejores prácticas educativas a nivel internacional; y el fortalecimiento de la conectividad y el acceso a la información digital en las escuelas, entre otras acciones.
Varios de los asuntos señalados en la LOAPF son hoy temas centrales en la actividad cotidiana de la SEP, otros más tienen una presencia menor y varios de ellos son marginales en el mejor de los casos. De hecho, hay aquí temas sobre los que los titulares de la dependencia en los últimos años no han hecho referencia alguna.
De seguir con la idea original de Vasconcelos, tendríamos que considerar otros temas que contribuirían a la educación, más allá de la mera formación académica y de atender a quienes están inscritos en un servicio educativo formal. ¿Quién nos señala las razones para pagar impuestos conforme a la ley y nos hace ver de las consecuencias que tiene lo contrario para nosotros y para la sociedad? ¿Quién nos orienta sobre reglas de convivencia al conducir? ¿Con qué programas contamos para asegurar que todos los reclusos tengan acceso a elementos para reintegrarse con éxito a la sociedad? Además de certificados y títulos, que muchos de ellos ya tienen, deben sanar sus heridas internas, mejorar sus habilidades para conocerse mejor a sí mismos y aprender a convivir.
Hay temas cotidianos de enorme relevancia para grupos muy amplios de población en los que el Estado no ofrece orientación concreta: ¿Cómo debemos equilibrar nuestros alimentos para mantener una buena salud? ¿Cómo podemos entender lo que ocurre con las personas al llegar a la tercera edad para comprenderlas y atenderlas mejor? ¿Quién nos orienta para ser mejores padres, tíos o al menos buenos referentes? ¿Cómo es deseable acompañar a los hijos en las actividades escolares? ¿Cómo saber qué programas de televisión, películas, juegos o sitios de internet podemos permitirles? Algunos de estos temas cabrían en una reformulación de los planes de estudio, pero otros implican acciones que requieren que la autoridad educativa se perciba de diferente manera. En el centenario de la SEP, vale la reflexión: ¿queremos quedarnos con una Secretaría que coordine temas escolares y algunos más o podemos avanzar hacia una organización que genere procesos más amplios para la formación de las personas y de la sociedad que queremos?
Tiempos extras
En esta administración hemos visto cómo se nos recuerdan los agravios del pasado y continuamente se nos invita a mirar para atrás. Ello suele resaltar las diferencias que tenemos entre nosotros mismos. La solicitud de disculpas a España por la conquista, las continuas referencias a las disputas ideológicas del siglo XIX y la próxima consulta para juzgar exfuncionarios son temas que nos confrontan y polarizan.
Vasconcelos usaba la historia para mirar hacia adelante: el mestizaje, hasta entonces considerado como señal de impureza, lo convirtió con su raza cósmica en ruta de perfeccionamiento que nos permite aspirar a una visión verdaderamente universal. Invitaba a la rebelión de nuestras conciencias luego de la rebelión armada, para que con nuevas lecturas del pasado pudiéramos desprendernos de rencores y ataduras, sustituyéndolas por aspiraciones y objetivos comunes. Y qué decir de su visión de las artes como instrumento para reforzar la identidad mexicana: su impulso fue suelo fértil para Orozco, Rivera y Siqueiros en la pintura; Moncayo, Ponce y Revueltas en la música; Gorostiza, Novo y Villaurrutia en la literatura. La historia, la cultura y la ideología al servicio de la construcción y la creación de un México más unido y mejor.