Donald Trump, el Silvio Berlusconi de EU

12 de Febrero de 2025

Donald Trump, el Silvio Berlusconi de EU

THE INTERCEPT_ | Escribe Alexander Stille

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Por Alexander Stille*

Como un escritor que ha cubierto a Silvio Berlusconi desde que se convirtió en primer ministro de Italia en 1994, ha sido difícil no percibir una poderosa sensación de déjà vu al ver la campaña presidencial de Donald Trump.

Algunas de las semejanzas son tan evidentes como extrañas. Ambos son multimillonarios que hicieron su fortuna en el sector inmobiliario, cuya riqueza y estilo de vida de playboy los convirtió en celebridades. Ambos han tenido divorcios desagradables y presumen de su potencia sexual. Trump defendió notablemente su virilidad en uno de sus debates, mientras que Berlusconi dijo una vez: “la vida es una cuestión de perspectiva: piensa en todas las mujeres en el mundo que quieren dormir conmigo, pero no lo saben”. Él hizo esa declaración antes de comenzar a celebrar sus fiestas “bunga bunga” (expresión con la que la prensa italiana designaba los bacanales) con prostitutas.

Ambos son maestros de la manipulación de los medios, Berlusconi como el mayor propietario de televisión privada en Italia, y Trump como la estrella de su propio reality televisivo y creador de la marca “Trump”. Al entrar en la política, ambos se han construido una reputación de antipolíticos, como los empresarios exitosos que combaten a los grises “políticos profesionales” que no saben lo que es una nómina y están arruinando a sus respectivos países.

La estrategia funcionó bien para Berlusconi: ganó tres elecciones nacionales y sirvió como primer ministro durante nueve años, entre 1994 y 2011. ¿Ocurrirá lo mismo con Trump?

Ambos son deliberadamente transgresores, rompen el tedio de la política tradicional mediante el uso de lenguaje vulgar, insultando y gritando a sus oponentes, adoptando frases simples y pegajosas y haciendo chistes subidos de tono y comentarios misóginos. Sus “pifias” verbales —que serían un suicidio para la mayoría de los políticos— son en realidad parte de su atractivo.

Recuerdo cuando Berlusconi presidió una cumbre europea y, cuando las negociaciones se estancaron, dijo a los jefes de Estado ahí reunidos: “Vamos a aligerar el clima hablando de futbol y mujeres”. Volteó a ver a Gerhard Schröder, entonces canciller de Alemania, quien había estado casado cuatro veces. “Usted, Gerhard, ¿qué puede decirnos de las mujeres? ”, dijo Berlusconi. El comentario fue recibido con un escalofrío. Al principio pensé, ”¿cómo puede Berlusconi ser tan tonto?” Pero su verdadero público no eran los jefes de Estado europeos, sino los hombres italianos en casa. Después de todo, ¿cuáles son los dos temas favoritos en la mayoría de los bares italianos? Futbol y mujeres.

Del mismo modo, se podría haber pensado que Trump se habría condenado a sí mismo con sus declaraciones sobre el ciclo menstrual de la presentadora de Fox News, Megyn Kelly, y su capacidad de conseguir “un pedazo de culo joven y hermoso” (“a young and beautiful piece of ass”, dijo). Pero esta falta de solemnidad ante la “corrección política” ha permitido a Berlusconi y Trump crear con éxito un personaje híbrido inusual: una especie de a pie multimillonario. Alguien que, por una parte, en virtud de su extrema riqueza, éxito y audacia, es como un Superman para el que las reglas normales de conducta no aplican. Al mismo tiempo, su habla simple y tosca conecta visceralmente con mucha gente, particularmente con la parte menos educada del electorado.

Ambos tienen un atractivo improbable entre muchas clases: entre los hombres muy ricos, interesados en políticas que benefician a los muy ricos, y al mismo tiempo entre los miembros con más problemas de las clases medias y la clase trabajadora, a través de sus recursos retóricos efectivos y su lenguaje de cantina.

Ni Trump ni Berlusconi tienen un programa político real; lo que venden es a ellos mismos. Berlusconi solía decir que lo que Italia necesita es más Berlusconi. Recuerdo un momento muy revelador en su primera campaña electoral. Durante un debate televisivo, su oponente, el economista Luigi Spaventa, señalaba los huecos y las inconsistencias en el programa económico de Berlusconi, y Berlusconi lo interrumpió a media frase y señaló las victorias de su club de futbol, el AC Milan: “Antes de tratar de competir conmigo, intenta, al menos, ¡ganar un par de campeonatos nacionales!” El comentario tenía el aire de verdad irrefutable; sin embargo, resultaba irrelevante para la aptitud de Berlusconi para gobernar. Del mismo modo, cuando se le preguntó a Trump cómo haría para que México pagara por un muro gigante entre ambos países, Trump simplemente respondió: “No te preocupes, ¡tendrá que pagar!”

Sin embargo, hay otro elemento —uno sistémico– que ayuda a explicar por qué Italia y Estados Unidos son las únicas grandes democracias en las que un circo multimillonario ha instalado su carpa: la desregulación casi total de los medios de difusión.

Berlusconi se las arregló para adquirir el monopolio virtual de la televisión privada en la década de los setenta a través de contactos políticos. Él introdujo noticieros altamente partidistas, llevando a la televisión a personajes como Vittorio Sgarbi y Paolo Liguori, quienes vendían teorías de la conspiración.

Italia y EU tienen grandes cadenas que son, en esencia, el brazo mediático de uno de los principales partidos políticos del país. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la transformación del panorama de los medios de comunicación en esos países, no se dio mágicamente, sino que fue resultado, en parte, de las decisiones políticas.

Hace unos 30 años, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC por sus siglas en inglés) de Estados Unidos tenía algunas reglas pintorescas llamadas “doctrina de imparcialidad” y “equidad de tiempo”. Eran vistos como una forma de garantizar que los titulares de licencias privadas operaran al menos parcialmente en el interés público y se garantizara cierto grado de pluralismo de opiniones.

Estas reglas tenían sentido en una era analógica en la que el número de frecuencias era limitada. La televisión (y las noticias de televisión) estaba dominada por las tres grandes cadenas, cada una de las cuales competía por un mismo mercado. No tenía ningún sentido para ninguno de ellos crear un noticiario abiertamente partidista que alejaría a su público republicano o demócrata. A pesar de ello, estaba lejos de ser la edad de oro: las noticias eran de centro, aburridas y convencionales, pero había reglas básicas de cortesía y un cierto respeto a la exactitud de los hechos.

Con el advenimiento de la televisión por cable en la década de 1970 y la revolución de Reagan de la década de 1980, todo cambió. El presidente de la FCC de Reagan, Mark Fowler, insistió en que la televisión no era diferente de cualquier otro aparato comercial, “una tostadora con imágenes”, le llamó. Los cambios tecnológicos en el área —la aparición de la tv por cable— reforzaron esa postura. Con docenas y eventualmente cientos de canales se consideró que las viejas reglas de equidad y el equilibrio eran anticuadas, ya que la gran cantidad de canales garantizaría la pluralidad. Lo que este punto de vista pasó por alto fue que no correspondía con la forma en que la gente realmente consume noticias: No busca múltiples puntos de vista, cambiando de canal entre PBS, Fox, MSNBC y CNN. En su lugar, cada grupo busca las noticias que se ajusten a sus propias suposiciones ideológicas y se queda allí.

En 1987, Fowler eliminó la doctrina de la imparcialidad. Al año siguiente, Rush Limbaugh creó su programa de radio de difusión nacional. Fox News, dirigido por el ex agente del Partido Republicano Roger Ailes, comenzó a operar en 1996.

En Gran Bretaña, Alemania y Francia, las compañías de medios estatales siguen dominando las frecuencias y actúan como una especie de árbitro para el discurso civil y el establecimiento de los hechos comúnmente aceptados; la situación que prevalece es similar a la televisión estadunidense antes de que fuera interrumpida por Reagan y Fox. No ha impedido que se desarrollen movimientos políticos extremistas, pero ha motivado que los principales partidos conservadores y sus electores acepten realidades básicas, tales como el calentamiento global y el hecho de que la invasión de Irak no fue todo un éxito. No puedes simplemente decir lo que te venga en gana en sus frecuencias.

Italia, sin embargo, ha sido algo atípico en Europa. No sólo las cadenas propiedad de Berlusconi fueron transformadas en su fuerza aérea y su artillería, constantemente colocó a su propia gente en posiciones estratégicas en el sistema de difusión del Estado, su competidor más evidente. Un director de noticias del canal estatal más grande inventó un sistema conocido como “el sándwich”, bajo el cual toda noticia política se presentaría de la misma manera: comenzaría con la opinión del gobierno de Berlusconi sobre la noticia, contendría una rebanada delgada de la opinión de la oposición y concluirá con otra rebanada más gruesa de la refutación del gobierno. Sin su elaborada red de protección de los medios de comunicación, es difícil entender cómo Berlusconi podría haber sobrevivido a tantos escándalos.

Para reforzar sus realidades alternas, tanto Berlusconi como Trump se han enfocado en los denominados medios de comunicación dominantes. El uso de Trump de las redes sociales para perseguir a sus críticos es una reminiscencia de los frecuentes ataques que Berlusconi lanzó sobre sus críticos en los medios de comunicación. Un momento especialmente preocupante ocurrió hace unos días, cuando Trump instó a los camarógrafos en uno de sus mítines para enfocar a un manifestante en particular, concentrando súbitamente en él la ira pública. Eso me recordó un momento en el que Berlusconi se puso de pie al lado de su buen amigo Vladimir Putin durante una conferencia de prensa en Moscú. Cuando una periodista rusa hizo una pregunta difícil a Putin (esto fue hace varios años, cuando tal cosa todavía era posible), Berlusconi hizo el gesto de disparar hacia la mujer con una ametralladora. En un país en el que de hecho han sido asesinados varios periodistas críticos, eso carecía decididamente de gracia.

❝Son peores que los políticos... Pueden escribir lo que quieran y no los puedes demandar debido a las leyes de difamación, que en esencia no existen, y una de las cosas que voy a hacer es que voy a abrir las leyes de difamación❞, advierte Donald Trump.

Berlusconi no tenía exactamente el mismo problema en Italia, donde las leyes de difamación son mucho más favorables a la parte demandante. En la ley de difamación estadounidense, la verdad es una defensa absoluta y, en el caso de que los medios de comunicación publiquen información falsa sobre una figura pública, el demandante debe demostrar que se hizo a sabiendas de que era falsa o que se actuó imprudentemente. En las leyes de difamación de Italia, algo puede ser verdad y, sin embargo difamatorio. Berlusconi y sus allegados han demandado a decenas de periodistas y críticos en los últimos años, perdiendo con frecuencia, pero logrando que sus críticos gasten dinero, intimidando a los editores y manteniéndolos atados a los tribunales o reducidos al silencio.

He aprendido sobre las buenas distinciones de la ley de difamación italiana gracias a mi experiencia personal. Cuando mi libro The Sack of Rome fue lanzado en Italia, el mejor amigo de Berlusconi y director de su compañía de medios, Mediaset, me demandó por difamación criminal. Su argumento principal no era que los hechos en el libro no fueran correctos, sino que debería haber incluido otras circunstancias atenuantes que dejaran al lector una imagen más positiva y, en su opinión, más real de él. Afortunadamente, gané el juicio y la apelación, pero en Italia, donde hay tres niveles de justicia, 11 años después de que fueran presentados los cargos iniciales, el caso todavía está en proceso en el sistema legal.

ENTRESACADO

›Berlusconi ganó tres veces, pero él también perdió dos veces ante un político (Romano Prodi), que era mucho menos llamativo y mucho más competente. Tenemos la esperanza de que no le tome a Estados Unidos 17 años cansarse de Donald Trump.

*Alexander Stille, colaborador de las revistas New Yorker y New York Review of Books, es autor de The Sack of Rome y Excellent Cadavers.