El arranque de la era Trump estuvo marcada por protestas de grupos que, si bien aceptan el resultado electoral, no admiten atentados contra la nación
Juan Pablo De Leo
“¡Regresen a sus posiciones! No pueden estar en la calle”, gritaba el general a los soldados que salían de los puntos de revisión para intentar romper el cerco que los manifestantes crearon para evitar la entrada de los asistentes a la inauguración de Donald Trump.
—Entonces, ¿los vamos a dejar ganar?
—Así es —respondió el comandante, mientras la policía militar se retractaba y lentamente volvía a los lugares asignados.
“¡Qué jodido!”, fue lo último que dijo uno de los militares que, frustrado, veía a centímetros de sí, separado por una valla de metal, cómo la tensión entre asistentes y manifestantes creaba un ambiente que no se sentía en Washington DC quizá desde las marchas por los derechos civiles encabezadas por Martin Luther King Jr.
Más de 900 mil personas llegaron a DC previo al 20 de enero para participar de alguna forma en la investidura del republicano Donald Trump. La capital fue tomada por miles de voces, por cientos de causas, que querían dejar en claro que, si bien la mayoría de ellos estaban dispuestos a aceptar el resultado, no iban a quedarse callados cada que el nuevo presidente pretenda tomar acciones contrarias a sus intereses y de la nación.
A diferencia de hace ocho años y como nunca antes, la tradición de la democracia norteamericana a partir de la transición de poder no era una celebración. Para unos, la oportunidad de restregar un improbable triunfo y recuperar el poder por poder; para otros, una tragedia americana que hay que enfrentar hasta las últimas consecuencias. Pero de ninguna de las partes una celebración.
Vendedores ambulantes de memorablilias ofrecían banderas y pines, pero el negocio no era el mejor. Las filas para acceder al evento a través de los puntos de seguridad eran saturadas por más manifestantes que por seguidores de Trump, que orgullosos, llegaban para observar el inicio de lo que era la promesa de una nueva visión por parte de Trump. Si bien las imágenes no mienten y la asistencia comprada entre Obama 2009 y Trump 2017 fue mucho mayor para el primero, los cerca de 300 mil asistentes no tuvieron un día fácil para llegar a tiempo entre la lluvia y los bloqueos a los accesos.
El augurio de lo que vendría el viernes sucedió la noche previa, a unas horas de que Trump tomara posesión. Cientos de personas se reunieron para agradecer a Barack Obama su presidencia. Padres con hijos, jóvenes estudiantes, médicos aún con sus prendas hospitalarias y abogados y jóvenes políticos que salían de sus trabajos sostenían diferentes mensajes de agradecimiento. A unos metros, anarquistas y otros grupos de protesta sonaban a todo volumen música de Rage Against the Machine mientras gritaban consignas contra Trump y su gabinete. Dentro del Edifico Nacional de Prensa se llevaba a cabo el baile de la ultraderecha o alt-right que patrocinaba una fiesta en honor al triunfo de Trump y, por ello, el epicentro de la protestas a las afueras del edificio esa noche.
Ese grupo que con los rostros cubiertos acosaba a los que apoyaban a Trump fue advertido aquella noche en un par de ocasiones por los diferentes cuerpos de seguridad policiacos con gases y herramientas de contención. El momento inaugural durante la ceremonia fue cuando entonces decidieron detonar la violencia y atentaron como lo hacen los grupos anarquistas en las diferentes manifestaciones en el mundo contra propiedad privada. Puertas de hoteles rotas, autos quemados y mas de 100 detenidos eran también escenario a lo que sucedía a unos metros de manera oficial.
›Las palabras del discurso de Trump resonaban entre los edificios de Washington, mientras se perdían entre los gritos de consigna, protesta y resistencia que lanzaban diferentes grupos.
Desde protestas por los derechos y libertades de la mariguana, hasta otros de defensa por los derechos de las mujeres, o por los derechos de la comunidad LGBT, hispanos y otros grupos amenazados por la nueva administración republicana se unían y cruzaban sus caminos. El titular del New York Times al día siguiente resumía el escenario que se confrontaba a unos metros de la inauguración. El poder resguardado que prometía acabar con la “carnicería de la vida tradicional americana” que se ve amenazada, según ellos, por esa diversidad que representa la agenda progresista liberal gobernada por la izquierda de Obama durante los últimos ocho años.
Las calles eran un indicativo de que no se esperaba un repentino cambio de discurso de Trump hacia lo conciliatorio. Estados Unidos amanecía en tensión. La marcha del millón que seguiría a la inauguración misma el día sábado en DC y otras ciudades de Estados Unidos fue simbólicamente para la oposición la contrainaugración en la que el mensaje pretendía ser igual de claro. Una voz frustrada que políticamente no tiene oportunidad de generar un contrapeso en el el legislativo o federal pero que socialmente pretende ejercer una presión para defender los avances logrados para sus causas.
El miedo que representa el cambio protagonizó una jornada histórica que bajo las nubes grises lluviosas de aquel viernes prometía el amanecer de una nueva era. Para algunos la promesa de una prosperidad ecomónica sin precedentes que puede ofrecer el proteccionismo nacionalista. Para otros la regresión a la obscuridad con la que durante años la ultraderecha se ha refugiado bajo un mensaje que en Estados Unidos ha tenido una resonancia y eficiencia comunicativa sin precedentes. El cambio de una era sin duda, una era que cambió de un momento a otro de forma marcada y abrupta. Estados Unidos ameneció un 20 de enero siendo uno, y se fue a dormir siendo otro y las calles lo sintieron.
Costos Construir un muro costaría unos 6.5 millones de dólares por cada 1.6 kilómetros de extensión.