Darwin y la divina diversidad

27 de Noviembre de 2024

Darwin y la divina diversidad

Darwin

Parte del sismo cultural y científico que implicó la teoría de evolución es la consideración de que la variedad es quizá la mayor forma de riqueza

Cuando Charles Darwin desembarcó del Beagle el 2 de octubre de 1836, aún no tenía idea de que, con base en las experiencias y los ejemplares que había colectado en ese viaje, publicaría, 23 años después, el 24 de noviembre de 1859, el libro más influyente de la historia de la ciencia: El origen de las especies.

Menos idea tenía de que a su teoría de la evolución se le atribuirían no sólo la base de la comprensión de las ciencias biológicas, sino una multitud de aportaciones al cambio de actitudes, valores y preocupaciones culturales, desde el derrumbe del mito de Adán y Eva, y con él una parte importante del dogma de la religión católica, hasta la inspiración de la ideología del nazismo con la idea de la “supervivencia del más fuerte” (que él no escribió).

Sin embargo, es posible que hasta ahora hayamos pasado por alto una idea que ha sido al menos igual de relevante en la historia de la cultura que las anteriores y que actualmente está floreciendo.

Valoración de las diversidades

Darwin

La imagen de la extinción que tenían Darwin y otros naturalistas del siglo XIX es que era lenta y gradual; balanceada por el reabastecimiento de nuevas especies, y, en cierto sentido, progresiva. Es decir, la extinción “al reflejar el resultado ‘justo’ de la competencia natural, contribuye al fortalecimiento de los ecosistemas eliminando a individuos o especies ‘no aptos’”.

David Sepkoski en su libro Catastrophic Thinking (pensamiento catastrófico) explica que ese particular concepto de extinción era central para la ideología política y cultural –especialmente en Gran Bretaña y los Estados Unidos– “que apoyaba el imperialismo y minimizaba el valor de proteger especies y personas de la amenaza de la extinción”.

Ahora vivimos en un mundo dónde la diversidad biológica y la cultural no sólo se consideran recursos valiosos, se ha demostrado ampliamente que lo son y, en general, se actúa en consecuencia.

Un ejemplo de los muchos que hay en biodiversidad es la reciente protección de todas las especies de tiburones al ser incluidos en el Apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES en inglés), que incluye especies que no están necesariamente amenazadas de extinción en la actualidad, pero que pueden llegar a estarlo a menos que se controle estrictamente el comercio.

La protección de estos depredadores es necesaria porque son fundamentales para la salud de los ecosistemas marinos.

Sobre la diversidad cultural hay, por supuesto, muchos más ejemplos, desde la inclusión entre los derechos humanos de los derechos culturales, para que todas las personas puedan desarrollar y expresar su humanidad, su visión del mundo y el significado que dan a su existencia, hasta las demostraciones que se han hecho de que los equipos de trabajo son más productivo e inteligentes mientras más diversos son.

Darwin contra Dios

Un personaje de la novela El secreto de Darwin, de John Darnton, trata de explicar por qué el naturalista se tardó más de 22 años en escribir El origen de las especies diciendo: “El cristianismo llevaba mil ochocientos años de existencia. Él tardó dos décadas en echarlo abajo. Una proporción de 91. No está nada mal”.

Por supuesto que esa no es la explicación (ni Darnton pretende que lo sea), Darwin no estaba tratando de derribar el cristianismo de la misma forma en que no estaba tratando de sembrar el germen del nazismo; de hecho, ni siquiera se puede decir que estaba tratando de formular la teoría de la evolución, pues no usó la palabra evolución sino hasta 1871, en El origen del hombre (que ahora, sin duda, titularía El origen de la humanidad).

Sin embargo, sí se puede decir que a lo largo de su vida su relación con el dios de la cristiandad fue problemática, pues pasó de considerar el sacerdocio como profesión, antes de viajar en el Beagle, a considerarse un agnóstico, palabra recién acuñada en ese entonces por su amigo Thomas Henry Huxley.

En el primer bosquejo de su teoría del origen de las especies, en 1842, Darwin hizo un intento de racionalizar y lidiar con “la muerte, el hambre, la rapiña y la guerra oculta de la naturaleza” con la existencia de un dios bondadoso, y lo logró pensando que gracias a eso se generaba “el mayor bien que podemos concebir, la creación de los animales superiores”, en lo que vemos una vez más que justifica la extinción.

Pero la muerte en 1851 de su hija de 10 años Annie, a la que vio padecer y consumirse, hizo que el sufrimiento pasara de ser abstracto a ser “dolorosamente real. Cualquier fe que tuviera en el amoroso y justo Dios del cristianismo murió con su hija en Malvern”, escribió Nick Spencer en su libro Darwin and God (2009).

“Darwin fue, pues, ateo con respecto al Dios cristiano, pero nunca fue ateo en el pleno sentido de la palabra”, agrega Spencer. “Además, no era simplemente agnóstico en el sentido de no saber si había o no un Dios”, pues dudaba que la mente humana pudiera llegar a conocer tales cosas. “¿Se puede confiar en la mente del hombre, que, como creo plenamente, se ha desarrollado a partir de una mente tan baja como la que posee el animal más bajo, cuando saca conclusiones tan grandiosas?” escribió Darwin en su autobiografía.

Epílogo conciliador

En la teoría de la evolución como la formuló Darwin, la diversidad tiene un papel fundamental: es sobre las ligeras diferencias entre los individuos que componen una población que la Naturaleza “selecciona” a los más aptos (la palabra selección nunca le encantó, pues parece implicar que hay una voluntad detrás de ella).

Así, a las ideas de Darwin se les puede atribuir el origen y extinción de una multitud de tendencias (¿o especies?) culturales; pero, si a esas vamos, hay que darle el crédito por la valoración de la diversidad.

64 es el número de idiomas a los que se ha traducido El origen de las especies, siendo el libro científico de mayor penetración mundial de la historia.