Darwin, monos y memes del XIX mexicano
La publicación del libro El origen del hombre y la selección en relación al sexo, de Charles Darwin; inició un enfrentamiento entre las creencias religiosas y las demostraciones de la ciencia que llegó hasta los periódicos mexicanos de la época; después la fe sería sustituida por la ideología
Se dice que el 29 de enero de 1878 el periódico La Libertad recibió la “deliciosa sorpresa” de un monito que se le escapó a un organillero, entró a la redacción y “pasó a dar un estrecho abrazo y ósculo cosquilloso” a cada uno de sus “respetables redactores”. Se agrega, con sorna, que el animalito luego se formó “entre las filas de sus hermanos para encargarse de escribir parrafillos de selección natural”.
“¿Habrase visto monillo más pretensioso?”, se preguntó el comentario editorial del periódico La Voz de México; pero, más que sugerir bajarle las pretensiones al mono, propuso a sus colegas de La Libertad que buscaran quien le tronchara el rabo y a un “(bárbaro) barbero” que lo afeitara por completo para que pudiera “hombrear” tranquilo con aquellos seres humanos que se creyeran emparentados con la criatura.
Esta publicación formó parte de la intensa polémica que se desarrolló a finales del siglo XIX entre estos dos medios periodísticos mexicanos a raíz de la publicación de las ideas de Charles Darwin; no del parteaguas científico que fue Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, que se publicó el 24 de noviembre de 1859 y en México pasó bastante desapercibido, sino del más controvertido El origen del hombre y la selección en relación al sexo, publicado en dos tomos, el 24 de febrero de 1871.
Esta fue la primera ocasión en que conceptos científicos llegaron a formar parte de una discusión pública a nivel más o menos popular en México (entonces, aun más que ahora, los lectores de periódicos no eran una gran mayoría); sin embargo, sólo al inicio esta discusión se llevó a cabo en términos científicos y más o menos serios, que en un inicio por parte de los redactores de La Libertad, que eran quienes defendían las teorías darwinistas, sino con chistes, poemas y otras formas de burla.
El porvenir de los gorilas
El pleito, contó el historiador Roberto Moreno en su libro La polémica del darwinismo en México: siglo XIX, comenzó con Justo Sierra, quien en su Compendio de historia de la antigüedad puso los básicos de la teoría de Darwin. Poco después, el 6 de enero de 1878, La Libertad publicó un peculiar y provocador texto de Javier Aubuet El porvenir de los gorilas, donde estos animales proclamaban ser “los señores legítimos del mundo”.
›Los gorilas del texto se sienten superiores a los humanos, a quienes desprecian por ser físicamente más débiles y nos avisan: “vamos a reconquistar nuestros derechos primordiales sobre nuestros bastardeados descendientes. Dicen que la especie humana está degenerando: demostraremos lo contrario en la Academia de Ciencias”.
Por su parte, La Voz de México, con un tono serio, hizo un comentario crítico de la obra de Sierra, el cual “se añade al catálogo de las heréticas y de las irreligiosas que se han escrito y se escribirán hasta el fin de los siglos para combatir en su doctrina a la Iglesia de Jesucristo”; además, aseguró que esa nueva producción de la escuela anticatólica “no resiste el más ligero examen” de carácter científico.
Añadió que “la verdadera ciencia, la de Cuvier, de Champolion y de otros ilustres naturalistas siguiendo su camino de observaciones naturales y de aquella investigación imparcial que no lleva preocupación ni consigna alguna, llegaron a conclusiones, que sin ellos advertirlo, se hallaban en conformidad absoluta con La Biblia”.
El texto, que no está firmado, termina diciendo que sus reflexiones no se dirigen al libro “que nada tiene de científico y por lo mismo no merece una refutación seria”, sino al público para que “se forme el debido juicio de la obra”, también está dirigido “en especial al gobierno, qué reportará ante Dios, ante la sociedad actual y ante la posteridad todo del peso de una tremenda responsabilidad, por la clase de instrucción que a su abrigo se da hoy en las escuelas nacionales”.
En La Libertad contestan diciendo que no van a emprender “la inútil tarea de deshacer uno por uno los argumentos” del texto de La Voz, “porque no son argumentos sino afirmaciones dogmáticas, buenas para sorprender a los incautos, pero que nada valen en el terreno de la ciencia”. Eventualmente, La Voz llegaría a pedir a los alumnos que no se inscribieran a la Escuela Nacional Preparatoria por sus libros antirreligiosos.
La Libertad también señaló que dada la separación entre el estado mexicano y “las diversas iglesias que se comparten el dominio espiritual de los habitantes… en la enseñanza oficial de las escuelas nacionales, debe prescindirse de tocar cuestiones religiosas y de enseñar religión alguna sobre todo, para dejar plena libertad a todas las conciencias de seguir la religión que mejor les parezca”.
De amiba a director; de ciencia a ideología
El amibo o amiba,
Que del agua nació con alma viva,
Cuando le dio la gana
En pez se transformó, si no fue en rana;
Ensanchando más tarde sus pellejos
Formó… varios bichejos.
De estas transformaciones como fruto
Resultó el director de un Instituto.
Si este sigue la norma
Veremos en qué bicho se transforma.
Así escribió Clara de Sintemores en El darwinismo en Solfa, en referencia a Máximo Fuertes Acevedo, quien fue director del Instituto de Badajoz, pues en España la recepción del darwinismo fue muy similar a la de México.
Según el historiador Thomas Glick hubo un proceso de polarización, un debate entre dos Españas, la liberal y la conservadora, la moderna y la tradicional; el darwinismo fue un parteaguas que “se convirtió rápidamente en un credo de la izquierda, en los inicios de la revolución de 1868, y el antidarwinismo en un pilar de la derecha ortodoxa”.
Esto es algo que sucedió a nivel popular, no a nivel de la comunidad científica, señala Glick en su libro The Comparative Reception of Darwinism, en donde el evolucionismo no era motivo de polarización y su aceptación fue rápida.
En términos sociales, el darwinismo se relacionó con el crecimiento de la clase media, un grupo que tuvo un “despertar intelectual” en esa época y que incluso llegó a ser simbolizada en Doña perfecta, la novela de Benito Pérez Galdós, en la cual a uno de los personajes, el joven Jacinto, “le ha dado por entretenerse con libros novísimos y teorías extravagantes”, dice su tío y cura del pueblo.
›Tras esta presentación, Jacinto le pregunta al ingeniero José Pepe Rey su opinión sobre el darwinismo, que tiene muchos partidarios en Alemania. Rey sonrió “al oír pedantería tan fuera de sazón, y de buena gana excitara al joven a seguir por aquella senda de infantil vanidad”, escribe Pérez Galdós; pero Rey contesta que no ha estudiado lo suficiente sobre el tema como para tener una opinión.
El cura, riendo, dice: “Todo se reduce a que descendemos de los monos… Si lo dijera solo por ciertas personas que yo conozco, tendría razón”.
Este breve diálogo muestra lo que parece ser la esencia de la polémica en los países de habla hispana y católicos: el enfrentamiento entre las creencias religiosas y las demostraciones de la ciencia. Lo cierto es que en países anglicanos o protestantes, como Alemania, las ideas de Darwin fueron aceptadas con menos dificultad, sobre todo por los jóvenes; sin embargo sería también en estos países donde los papeles entre dogmáticos conservadores y científicos de mente abierta se invertirían.
El filósofo inglés Herbert Spencer fue uno de los muchos pensadores sociólogos y teóricos políticos que recurrieron a una ideología llamada “darwinismo social”, que nada tiene de científica, para argumentar en contra de los programas gubernamentales de ayuda a los pobres, pues consideraban que la pobreza era el resultado de la inferioridad “natural” de ciertas poblaciones humanas, las cuales deberían eliminarse.
De hecho, fue un sobrino de Darwin, Francis Galton, quien en 1883 acuñó el término eugenesia , una ideología que se proponía mejorar la salud e inteligencia de las poblaciones humanas esterilizando a quienes, sobre todo mujeres, que consideraba “débiles mentales” o “no aptas”, y que unos años después llegaría a formar parte de la doctrina y de las prácticas nazis en Alemania.
Las esterilizaciones eugenésicas continuaron en Estados Unidos hasta la década de 1970 y el darwinismo social se usó como una justificación para el imperialismo de ese país en Cuba, Puerto Rico y Filipinas; actualmente también está detrás de muchas de las justificaciones que se dan para el llamado capitalismo salvaje.
Eugenesia a la mexicana
La Sociedad Mexicana de Eugenesia para el Mejoramiento de la Raza se fundó el 21 de septiembre de 1931, tenía 130 miembros “y se caracterizó por su cercanía al círculo político en el poder y las autoridades de salud pública”, contaron en 2001 en la revista Ciencias de la UNAM, Laura Suárez y López-Guazo y Rosaura Ruiz Gutiérrez.
Entre los fundadores habían distinguidos científicos y médicos, como el doctor Eliseo Ramírez, quien se pronunciara a favor de la prohibición de la procreación de los degenerados, con el argumento de que “la naturaleza tarda mucho en eliminar a los ineptos”; Ángel Brioso Vasconcelos, que propuso de esterilizar a criminales y degenerados, o Isaac Ochoterena, que añadió que esto podría hacerse por medio del radio y los rayos X.
Pero la eugenesia a la mexicana era distinta a la europea, pues estaba a favor del mestizaje, como lo asentó José Vasconcelos en su libro La raza cósmica o el arqueólogo y antropólogo Manuel Gamio, quien con su obra dio impulso a las políticas indigenistas y era miembro de la Sociedad Mexicana de Eugenesia.
Ya desde la extensa obra enciclopédica México a través de los siglos, publicada en 1884, Vicente Riva Palacio, quien fue el director editorial y uno de los autores, escribe que las nativas americanas tienen “un grado de progreso superior al de otras razas”, entendiendo progreso a la manera darwiniana en que se acumulan caracteres que aportan beneficios en la lucha por la existencia y desaparecen en mayor o menor medida aquellos inútiles o perjudiciales.
Riva Palacio hacía esta consideración por la carencia de vello corporal, barbas y bigotes y de las muelas del juicio que caracterizan a los indígenas americanos, y por un molar que sustituye al canino “que en las razas más avanzadas de Europa todavía subsiste en estado rudimentario”. Sin embargo, aunque más amables, estas ideas eran igualmente equivocadas.
El epílogo como acto de fe o ideología
Actualmente no sólo está claro que la de Darwin es una teoría científica demostrada en múltiples ocasiones, sino que el mundo entero está presenciando en vivo procesos de evolución, como la generación del coronavirus causante del síndrome respiratorio agudo grave SARS-CoV-2, el surgimiento de las diversas variantes del propio virus y las cada vez más abundantes bacterias resistentes a los antibióticos.
Y sin embargo, la costumbre de contradecir, refutar y atacar a la ciencia y los científicos con base en creencias e ideologías que algunos consideran que deberían ser universalmente aceptadas no se nos ha quitado.