El arresto del exembajador Manuel Rocha, acusado de operar secretamente como agente cubano, cimbró a Washington y desconcertó a sus sofisticados servicios de inteligencia. El colombiano nacionalizado estadounidense no levantó la menor sospecha en más de dos décadas en el Servicio Exterior de Estados Unidos, tiempo en que ocupó altos cargos en países latinoamericanos, incluido México, donde cultivó una nutrida red de conocidos y amigos.
En 33 meses que fungió como primer secretario para asuntos políticos en la Embajada de Estados Unidos, bajo la titularidad de John Negroponte, convivió profesionalmente con diplomáticos, académicos, opositores, periodistas y militares. Destacan, Jorge G. Castañea, Roberta Lajous, Arturo Sarukhan, Sergio Aguayo y Adolfo Aguilar Zínser (e.p.d.), y una decena más que pidió omitir sus nombres o no pude contactar.
Hoy, no dan crédito. “Era un hombre inteligente, informado, con una gran capacidad para relacionarse con la gente, conocía a todo mundo y, por lo visto, un gran actor porque nunca pensé que fuera un espía cubano”, me dijo la embajadora Lajous.
Castañeda construyó una amistad cercana y duradera con él. “Tuvimos mucha relación, muchos años de amistad, muchos amigos en común, en Miami, en Washington, en Nueva York. Era muy amigo mío. Era un tipo muy simpático, muy seductor, muy profesional, muy sólido, un poco dandy, le gustaba vestir y comer bien. Dejamos de estar en contracto hace cinco o seis años, cuando se fue a República Dominicana, pero me volvió a escribir hace como un año cuando regresó a Miami”, me dijo el excanciller en entrevista telefónica.
Rocha, quien mostró un gran poder de convocatoria en cenas a las que invitaba en su residencia, es recordado en México con sentimientos encontrados; simpático e informado; altanero y provocador. Algunos decían que era agente, pero no de los cubanos, sino de la CIA, percepción que prevalece entre miembros del Servicio Exterior mexicano que lo trataron. El embajador retirado John Feeley, excolega de Rocha, niega tajante la conjetura. “La neta es que Manuel fue un funcionario del Servicio Exterior estándar. Un topo muy oculto”.
Castañeda cuenta que conoció a Rocha antes, en una conferencia de latinoamericanólogos. Cuando llega a México en 1989, lo busca y se empiezan a ver con mucha frecuencia. Años después, Rocha lo invita a su casa en La Habana donde se desempeñaba como subjefe de la Sección de Intereses. Tras dejar el gobierno en 2002, con su prestigio intacto, Rocha trabaja en el Comando Sur del Pentágono como asesor y en el sector privado, etapa en que no deja de servir a los cubanos hasta el día de su arresto el 1 de diciembre en Miami.
“Me quedé helado cuando me enteré de su detención”, me dijo Castañeda, quien tachó de “inverosímil y poco creíble” la acusación contra su amigo pues, dice, se basa en declaraciones hechas a un agente encubierto del FBI que fingió ser espía de la Dirección General de Inteligencia (DGI). “La única inculpación es que les mintió sobre sus lealtades, que puede ser suficiente para condenarlo, pero de ninguna manera demuestra que ha sido agente. No digo que no sea agente, pero eso que yo leí no me convence”.
En reuniones con el FBI en 2022 y 2023, Rocha llama “comandante” a Fidel Castro, “Dirección” a la DGI, “compañeros” a sus agentes y presume que “lo que hemos hecho… es enorme… más que un golpe demoledor”. Pero la acusación, que puede ser la punta del iceberg, carece de detalles operacionales —cómo se comunicaba con sus handlers, dónde se reunía con ellos— si acepta cooperar, en lugar de morir como héroe de la Revolución, será más fácil saber.
“Es increíble que haya podido vivir una doble vida por tanto tiempo. Debe de estar alucinando en su celda, sabiendo que el dizque comandante y los compañeros
no pueden hacer nada para ayudarle y que Cuba sigue siendo la misma porquería de isla que ha sido desde que la Revolución,
que Manuel sirvió, la jodió”, dice Feeley.
Estados Unidos no acusa a Rocha del delito mayor de espionaje, como a Ana Belén Montes, hallada culpable en 2002. Consideraba la espía cubana más peligrosa, la condecorada analista de inteligencia del Pentágono entregó a la DGI los nombres de cientos de espías en la isla, reveló la existencia de satélites militares ultrasecretos y compartió información que resultó en la muerte de un soldado boina verde en El Salvador. (Más sobre la espía favorida de Fidel en mi próximo #CuartoPoder).
Contrario a los servicios de inteligencia estadounidenses, que se ocupan y preocupan de amigos y enemigos en todo el mundo, los cubanos tienen una sola obsesión: Estados Unidos. La imposibilidad de rivalizar con el poderío militar de la potencia, la compensan con un espionaje de primera que realizan sin rendición de cuentas, reglas o regulaciones. También es un negocio.
Venden a enemigos de Estados Unidos, como Rusia, China, Irán y Corea del Norte, información robada por sus espías. Con paciencia y visión de largo plazo, seleccionan a sus presas en universidades de élite y entre burócratas resentidos como Rocha, quien se radicalizó en el Chile de Allende, aunque posteriormente fingió ser conservador, según la imputación.
“Cuando yo hablaba con él en los 90 y en los 2000, más bien era un demócrata liberal, como la inmensa mayoría de los del servicio exterior”, dice Castañeda.
De la acusación penal se desprende que no traicionó a Estados Unidos por dinero, sino por aversión a la nación que lo adoptó y dio nacionalidad. Contrario a otros países, es la ideología, más que el pago o el chantaje, lo que hace de los cubanos reclutadores formidables.
Al final, Manuel Rocha es fruto de esa capacidad y de las limitaciones de los llamados cazadores de topos para discernir lealtades. No es el primero, ni será el último. Muchos otros navegan incógnitos por las entrañas del poder. Fidel Castro decía que Cuba era el país más espiado del mundo. Pasó gran parte de su vida sorteando intentos de asesinato de la CIA. No vivió para disfrutar el sabor de su venganza.
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