La designación de Claudia Sheinbaum como candidata oficialista fue dedazo, pero sin tapadismo. Dedazo porque al igual que en la época dorada del PRI, el presidente Andrés Manuel López Obrador señaló con el dedo a su sucesora; sin tapadismo porque a diferencia de los tiempos del PRI, la identidad de la escogida no fue un secreto. Todo mundo sabía que Claudia era la no tapada.
La faramalla de las encuestas se realizó en la lógica del autoritarismo presidencialista, no con el afán de consensuar. La consulta de Morena fue una parodia de las que hacían los tecnócratas priistas hacia el interior del sistema que sí tomaban en cuenta sus estructuras de alianzas, complicidades burocráticas y de grupo, aunque era el presidente en turno el que tenía la última palabra. Morena mostró no ser un sistema político, sino un aparato electoral golpista, a cargo de los acarreos y las tortas, pero excluida de la decisión sobre la nominación. AMLO consultó con algunos morenistas, pero no con el partido. Decidió unipersonalmente quién era su tapada. En ese sentido fue más despótico que sus antecesores priistas.
Marcelo Ebrard, por cálculo político o ingenuidad, tronó, dando fuerza a la percepción de que la selección fue impuesta. Cortó el cordón umbilical que lo ataba a AMLO. El dedócrata no supo tejer fino con su resentido excanciller a las primeras señales de humo. Quizá sobrestimó la lealtad de su subordinado. La humillación de doblarse ante Trump no lo salvó de la derrota. Ebrard, figura trágica.
Tomando una página prestada del manual de la dedocracia del viejo PRI, el perfil de la candidata no lo determinó la coyuntura—violencia desbordada, poder paralelo al narco, inseguridad, oposición fortalecida, tensiones con Washington—sino el deseo del presidente de continuar su proyecto personal. Echeverría puso a López Portillo por ser el más maleable; de la Madrid a Salinas porque era su clon.
En ambos casos prevaleció el proyecto nacional. Sheinbaum es la única que puede garantizar continuidad sin riesgo de traiciones. Es la más afín y más cómplice para salvarlo de una presidencia vengativa. Claudia es paz mental. Desde la Presidencia, escribió Raymundo Riva Palacio, Sheinbaum blindará jurídicamente a AMLO para que viva tranquilo ante eventuales denuncias penales que pudieran presentarse en su contra. “Con ella en Palacio Nacional, López Obrador tiene garantizado el sueño”.
AMLO le quitó el misterio al tapadismo, al juego de adivinanzas que en el pasado ni la CIA podía descifrar, pese a que no había nada inescrutable en México para la famosa agencia de espionaje. Era tal el secretismo que rara vez anticipó el desenlace del bizantino deporte. En los 50, por ejemplo, la estación de la CIA a cargo de Winston Scott, el poderoso súper espía que tuvo a tres presidentes mexicanos en la nómina de la CIA, aseguró que el tapado era el director de Pemex. Gran sorpresa se llevó cuando Ruiz Cortines destapó a su tocayo López Mateos.
En un intento por entender el tapadismo, la Embajada de Estados Unidos en México inventó la “fórmula del tapado”. Un despacho confidencial de 1957 identificaba cuatro ingredientes en la receta del tapado: ser propuesto por el presidente en turno, no ser vetado por los expresidentes o por la alta jerarquía partidista, ser popularmente atractivo y no ser objetado por Washington. El despacho informaba que la “fórmula” estaba siendo aplicada a un “pool” de aspirantes, pero que sólo tres reunían los requisitos, entre ellos López Mateos.
El cisma en el PRI, encabezado por Muñoz Ledo y Cárdenas, complicó aún más la predicción a finales de los 80. En lugar de fórmulas, la embajada elaboró listados de posibles tapados. En la lista A estaban: Bartlett, del Mazo y Salinas; en la B: González Avelar, Aguirre y de la Vega Domínguez, y en la C: García Ramírez y Petricioli. “Bartlett y del Mazo llevan la delantera”, reportó el embajador, “aunque Salinas no es un tercero distante ya que es el más idóneo a preservar el legado histórico de De la Madrid”. Esta vez, AMLO se la puso fácil a la embajada. No ocultó a quién señalaría su dedo inapelable. Al diablo con las fórmulas y listas.
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