México nada a contracorriente. Mientras que Europa expulsa a más de 400 representantes rusos que se dedicaban a espiar, el gobierno de López Obrador acredita a 36 diplomáticos rusos por encima de los 49 que había antes de la invasión a Ucrania, para un total de 85, de acuerdo con la Secretaría de Relaciones Exteriores. El aumento de casi 60 % de diplomáticos acreditados en la Embajada Rusa, que no había sido reportado antes, no tiene justificación ni precedente. Rebasa por mucho al de cualquier embajada en la Ciudad de México, incluida la de Estados Unidos, con 46 diplomáticos. Es un secreto a voces que Rusia abusa de la figura diplomática para infiltrar espías. Más en tiempos de guerra. “El número de diplomáticos rusos en México no tendría ningún sentido si lo que estuvieran haciendo fueran labores tradicionales de una embajada. Los espías casi siempre tienen cobertura diplomática”, me dijo John Feeley, embajador en retiro y especialista en seguridad.
El auge de rusos en territorio nacional corrobora el plan de Vladimir Putin de construir un centro de espionaje en el hemisferio occidental justamente en las entrañas del patio trasero de Estados Unidos. Asimismo, exhibe la hipocresía sobre la presunta “neutralidad” ante la guerra. Para el Kremlin, el gobierno de López Obrador es material maleable, interlocutor confiable, facilitador obsequioso, aliado retórico contra Occidente y tonto útil de su maquinaria propagandística. Basta ver las redes sociales rusas para constatarlo.
“México es un lugar muy conveniente para que los handlers rusos sostengan reuniones periódicas con sus agentes encubiertos que tienen en Estados Unidos. Pueden viajar a Cancún como turistas e interrogarlos sin ellos arriesgar entrar a Estados Unidos”, señaló Feeley. Ante la expulsión de más de la mitad de los espías rusos en Europa, 60 tan sólo en Alemania, algunos de los cuales podrían haber sido reubicados en México, y el endurecimiento de la vigilancia en Estados Unidos, México cobra gran relevancia por su cercanía y fácil acceso al vecino del norte.
Se trata de la mayor cifra de agentes de la GRU en el mundo cuyo blanco principal es Estados Unidos, como alertó el Comando Norte del Pentágono. Lo mismo ocurre con los agentes del FSB, ex KGB. Si el hackeo a políticos y al parlamento alemán es referente, los rusos también estarían espiando a mexicanos, con el agravante de que, frente a la capacidad nula de contraespionaje del gobierno de AMLO, pasan desapercibidos.
La SRE es la dependencia responsable de gestionar las acreditaciones diplomáticas a través de sus embajadas, en este caso la de Moscú, cuyo titular es Eduardo Villegas Megías, “filósofo” cercano a Beatriz Gutiérrez. Las peticiones de visas diplomáticas son enviadas, junto con las biografías de los interesados, a la Oficina de Protocolo, a cargo de Susi Iruegas quien, en consulta con la Dirección de Servicios Consulares, autoriza su expedición en la sección consular en el país solicitante. México tiene 11 diplomáticos acreditados en Moscú. El desfase, que ocurre mientras Marcelo Ebrard anda en campaña, viola el criterio de reciprocidad. No se sabe si Protocolo reportó la irregularidad al Canciller. Ebrard no respondió a mis preguntas sobre la razón del auge ruso y el desfase. La inusitada presencia rusa coincide con la llegada de Nikolái Sofinski, el nuevo emisario de Putin que en su primer mensaje invitó a México a unirse al “concepto ruso de orden multipolar”.
La embajada rusa es una guarida de espías que conducen actividades secretas injerencistas violatorias de la Convención de Viena. La ínfima relación de México con un país condenado por las democracias del mundo por invadir a Ucrania, no necesita 85 “diplomáticos”, la mitad “consejeros de asuntos políticos”, cinco “consulados honorarios”, una agregaduría militar y una nueva “oficina comercial”.
Los rusos no llegaron a México en un submarino que accidentalmente encalló en las costas, como en el film de los 60; entraron por la puerta principal que les abrió la SRE. Ebrard debe explicar por qué ayudó a Moscú a introducir un Caballo de Troya ruso en México contra sus propios intereses y los de su principal socio estratégico. Otros gobiernos ya habrían sonado la alarma y procedido a expulsarlos. La soberanía se defiende con hechos no con palabrerías.