Se puede decir que la medicina del futuro, la que probablemente nos salve de las bacterias súperresistentes, se gestó a principios del siglo XX, tras una investigación para elaborar aguardiente, a partir del agave llamado sisal en una plantación cercana a Mérida, Yucatán.
En 1909, después de dos años de trabajo contratado por el gobierno mexicano, el microbiólogo francés Felix D’Herelle logró desarrollar un método para la producción industrial del aguardiente de sisal y viajó a París para supervisar la construcción de
las máquinas necesarias para el proceso.
Antes de abandonar el proyecto, D’Herelle se ocupó de tratar de controlar una plaga de langostas que amenazaba a las plantaciones de sisales, y realizó la primera de sus dos grandes innovaciones: utilizó a una bacteria patógena de las propias langostas para combatirlas, con tanto éxito que después fue invitado a diversos países para implementar su método.
Mucho más éxito tendría unos años después su siguiente innovación, que se empezó a gestar también en México.
De fagos y otras revoluciones
De acuerdo con una revisión hecha por Sulakvelidze, Alavidze y Morris publicada en la revista Antimicrobial Agents and Chemotherapy, mientras D’Herelle estudiaba el tema de las langostas en México en 1910, se le pidió investigar un brote de disentería que había ocurrido entre los soldados de la zona.
En algunos cultivos de bacterias del género Shigella, aislados de los pacientes hospitalizados, el microbiólogo observó la aparición de pequeñas áreas claras, sin bacterias. “Los hallazgos de D’Herelle se presentaron durante la reunión de la Academia de Ciencias de septiembre de 1917, y posteriormente se publicaron en las actas de la reunión”, comentan los autores de la revisión.
A diferencia de otros científicos que habían hecho observaciones similares antes (entre los que se encontraba Nicolai Fyodorovich Gamaleya, que dio nombre al instituto que desarrolló la vacuna Sputnik V contra la Covid-19), “D’Herelle tenía pocas dudas sobre la naturaleza del fenómeno y propuso que estaba causado por un virus capaz de parasitar bacterias”.
También fue D’Herelle, quien propuso el nombre “bacteriófago”, palabra que literalmente significa comedores de bacterias y que ahora se abrevia como fagos. “Según sus recuerdos, decidió este nombre junto con su esposa Marie, el 18 de octubre de 1916, el día antes del cumpleaños de su hija menor”, comentan los autores.
Además, D’Herelle fue pionero en implementar una fagoterapia, en 1919, cuando trabajaba en el Instituto Pasteur. Tanto
él como el jefe de Pediatría del Hôpital des Enfants-Malade y varios internos del hospital ingirieron un coctel de fagos para comprobar su seguridad; al día siguiente le dieron la preparación a un niño de 12 años con disentería grave.
“Los síntomas del paciente cesaron después de una sola administración del fago antidisentería de D’Herelle, y el niño se recuperó por completo en unos pocos días”, escribien Sulakvelidze y sus colaboradores. Después, curaron de esta manera a otros tres pacientes con disentería bacteriana.
Las fagoterapias tuvieron un boom. D’Herelle las usó para tratar a miles de personas con cólera o peste bubónica en la India y varias empresas comenzaron la producción comercial activa de fagos contra varios patógenos bacterianos. Hasta que llegaron los antibióticos, que eran mucho más prácticos y baratos.
Por cierto, es probable que los soldados con disentería de 1910 estuvieran en las cercanías de Mérida a causa de la agitación social que condujo a la “primera chispa de la Revolución Mexicana”, como se suele llamar a la rebelión de Valladolid, que ocurrió el 4 de junio de 1910.
Un nonillón (es decir, un “1” seguido de 31 ceros) de fagos existen en el mundo en cualquier momento; son la forma de vida más abundante en el planeta.
Los bacteriófagos del futuro
A principios de este año, el primer análisis exhaustivo del impacto global de la resistencia a los antibióticos, publicado en la revista The Lancet, calculó que la resistencia en sí misma fue la causa de 1.27 millones de muertes en 2019, y estuvo relacionada con un total de muertes.
Ante esta amenaza, se está considerando seriamente el regreso a las fagoterapias, pues aunque las bacterias también tienen probabilidades de desarrollar resistencia a los fagos, estos son la forma de vida más abundante en el planeta.
De acuerdo con cálculos de Sulakvelidze, en un análisis para usar a los fagos como desinfectantes de alimentos publicado en la revista Applied and Environmental Microbiology, existen alrededor de un nonillón de fagos, es decir, un “1” seguido de 31 ceros. Además, como todos los virus, los fagos tienen mutaciones que pueden sobreponerse a la resistencia que desarrollen las bacterias.
Pero la medicina ya no se practica como hace un siglo. Últimamente se han dado a conocer algunos casos de fagoterapias que han resultado exitosas; pero son similares a los primeros casos de D’Herelle, pues se realizan con pacientes únicos, muy enfermos a los que no les queda otra salida y son tratamientos “a la medida” para cada paciente.
Sin embargo, investigadores de diversas instituciones francesas desarrollaron un modelo para predecir mejor la eficacia de la terapia con fagos de manera que permitan hacer ensayos clínicos sólidos. Su modelo incorpora también datos sobre la respuesta inmune ante los fagos, pues nuestros cuerpos reaccionan ante ellos.
“Nuestro modelo podría utilizarse para predecir la eficacia de cualquier bacteriófago contra las bacterias a las que se dirige, una vez que un número limitado de hay datos in vitro e in vivo disponibles sobre su acción... el modelo también podría usarse para probar terapias antiinfecciosas basadas en la asociación entre bacteriófagos y antibióticos”, comenta Jérémie Guedj, del Instituto Nacional de Salud e Investigaciones Médicas de Francia y uno de los autores del modelo.
Así que es posible que, más o menos pronto, podamos tomarnos unos virus para curarnos.
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