El reloj marca las cuatro de la tarde. Puerto Vallarta disfruta los veintiocho grados que marca el termómetro. El recibimiento es alegre, emotivo, y con entusiasmo, pero no para todos.
Una toma en las dos pantallas que se encuentran a los costados del templete anuncian su llegada. Los gritos se sueltan, como si fueran globos de cantoya que cuelgan deseos en el aire, como queriendo llegar hasta Palacio Nacional o hasta la calle de Cuitláhuac, en la alcaldía de Tlalpan.
Cerca de veinte minutos pasan, el presidente Andrés Manuel López Obrador avanza entre el pasillo que –aunque separado por las vallas de metal- estaba lleno de abrazos, besos, regalos y cartas para él.
Como si fuera su cumpleaños, el tabasqueño recibió regalos, como una botella de rompope de vainilla, del que hace doña Laura, que se ve delicioso, pero que es sólo para él.
A su lado, María Luisa Albores y Román Meyer, pasan desapercibidos. Los secretarios de Bienestar y de Desarrollo Urbano, Territorial y Agrario, no son reconocidos por los presentes, hasta que menciona sus nombres y cargos el maestro de ceremonia.
Tampoco figura, pero algunos de los presentes lo utilizan como fotógrafo. Es el gobernador Enrique Alfaro Ramírez, que en cada una de las visitas del primer mandatario ha sido abucheado, en Puerto Vallarta no es la excepción.
Sus primeros dos minutos de discurso o intento de, porque no pudo y se enojó. Los gritos y abucheos no lo dejan hablar. “Si no quieren escuchar…”, dice y se detiene, se traga sus palabras.
Suda, su cara está roja por el calor –o por el coraje-, saca fuerzas y continúa. Cinco minutos de discurso, de fondo suena “¡fuera, fuera!”, gritos, silbidos, todos en los sonidos en su contra, termina y saluda al Presidente de México. Sonríe.
En un ambiente diferente, que hasta parece otra espacio, los aplausos, la celebración, el grito de triunfo y de gusto de los jaliscienses por López Obrador, “¡Presidente, Presidente!” se escucha a un solo y muy fuerte tono.
“Sólo siendo buenos podemos ser felices”, la frase que tanto menciona el mandatario se lee en algunas playeras, “Me canso ganso” no puede faltar.
Llega al escenario, su guayabera blanca muestra rasgos de sudor, de cansancio. Su cara roja confirma la temperatura del lugar, su sonrisa distrae, su visita llegó, lo esperaban.
Cada tema se le celebra, se le aplaude. Las personas aceptan su discurso, lo aprueban. “Se va a acabar la corrupción”, dice –“esa va para ti, Alfaro”, le gritan al gobernador.
Lo esperaron cinco meses, lo esperaron por más de dos horas este domingo. “¡Me canso ganso!”, llega la frase más esperada.
Se olvidan de los programas, del desarrollo urbano y hasta de la corrupción, la frase más representativa del presidente Andrés Manuel López Obrador hace que todos olviden todo y aplaudan como si del máximo logro se tratara.
Con una sólo frase se olvida cualquier problema, la pobreza, la desigualdad, la violencia, se olvidan los abucheos y reclamos a su gobernador, se olvidan hasta los colores de partidos.