Es el problema educativo más serio y aún no tiene espacio en la agenda pública. Aún estamos lejos de cumplir en México con la más elemental de las obligaciones para el Estado y las familias en materia educativa: lograr que todas las niñas, niños y jóvenes en edad de hacerlo, asistan a la escuela. Y el problema, normalmente ignorado por autoridades, académicos y actores políticos, se ha agravado aún más en la pandemia. Hoy, la inasistencia escolar se agrava y tendría que ser la principal preocupación de cualquier autoridad educativa, junto con las condiciones sanitarias de operación en los planteles.
La asistencia escolar universal es apenas una aspiración en México. Si bien la primaria es obligatoria desde 1867, la secundaria desde 1993, el preescolar desde 2002 y la media superior desde 2012, el Censo 2020 de Inegi nos hizo saber que en marzo de ese año había cinco millones 316 mil 787 personas de entre tres y 17 años que no asistían a la escuela. Esta cifra, previa a los efectos de la pandemia, es mayor a la registrada cinco años antes por el propio Inegi en el Conteo 2015, que era de cuatro millones 762 mil 863 personas. El retroceso ocurrido entre 2015 y 2020 rompe la tendencia a la mejora observada en todos los años previos. Se trata de una falta mayúscula del Estado mexicano a su obligación de ofrecer servicios educativos para todos (Artículo 3), pero también una falta de los ciudadanos a su obligación constitucional de enviar a la escuela a sus hijos menores de edad (Artículo 31). A diferencia de muchos otros países, en México esa falta no se ve sancionada en modo alguno.
La contingencia sanitaria ha agravado la crisis de asistencia escolar en el país. De acuerdo con la Encuesta para la Medición del Impacto Covid en la Educación (ECOVID Ed), levantada en los meses de noviembre y diciembre pasados, hubo un millón 539 mil personas de entre tres y 18 años que no se inscribieron en el ciclo 2020-21 por causas relacionadas con el Covid. Ello en adición a aquellas que no se inscribieron por falta de recursos, por necesidad de trabajar u otras razones. Esta cifra siguió creciendo en los meses posteriores, de acuerdo con las mediciones que llevan a cabo los estados. Los docentes han registrado a estudiantes que no cuentan con información suficiente para ser evaluados (o no cuentan con ninguna información), quienes están formalmente inscritos pero dejaron de realizar actividades académicas en algunas materias o en todas ellas. La cantidad de estudiantes desvinculados de enero a la fecha es muy probablemente una cifra de siete dígitos.
¿Por qué un problema tan grave es subestimado e ignorado?
En medio del suceso más disruptivo en los cien años de historia de la Secretaría de Educación Pública (SEP), la discusión pública se ha concentrado principalmente en valorar si hay condiciones para reanudar las actividades presenciales. La prioridad de asegurar condiciones de salud para alumnos y maestros no debe ser causa para subestimar otros temas de enorme relevancia, como asegurar para cada niña, niño y joven la asistencia escolar, su permanencia en el sistema educativo y el aprendizaje de al menos los contenidos esenciales incluídos en los planes y programas de estudio.
La inasistencia ha estado fuera de la agenda educativa por décadas. Hoy el gobierno ofrece apoyos a personas de entre 18 y 29 años que no trabajan ni estudian, pero no hay ayuda o programa federal alguno para incorporar a la educación formal a los menores de edad que no asisten a la escuela. Ellos deben esperar a cumplir los 18 años para poder ser considerados por la política educativa, aun cuando toda la evidencia señala que los recursos invertidos en asegurar la escolaridad oportuna son mucho más eficaces que aquellos que pretenden remediar el daño que provoca la inasistencia. El atractivo electoral de los mayores de edad parece ser más relevante que la necesidad de garantizar el derecho a la educación de niñas, niños y jóvenes.
Una razón de la subestimación del problema es que las principales consecuencias de la acción educativa sólo son palpables en plazos largos: una crisis en el mundo educativo es menos evidente que una en salud o economía, por ejemplo. Los aciertos y deficiencias de los gobiernos nacionales en la salud resultan evidentes al comparar la cantidad de contagios y decesos entre países. En el caso de las finanzas públicas, las decisiones se reflejan pronto en estabilidad y crecimiento, o en inflación y devaluaciones. En la educación, aún errores muy graves pueden pasar desapercibidos para los grandes públicos durante muchos años, y sus efectos con frecuencia resultan evidentes cuando ya es demasiado tarde.
Otra razón es que la atención de la asistencia escolar no conlleva premios ni castigos claros. Ignorar el problema no afecta la imagen gubernamental, pues se trata de menores de edad; de bajos ingresos, difíciles de identificar y reunir, y no representan una amenaza de corto plazo para la gobernabilidad. No se esperan manifestaciones, acciones en el Congreso o demandas judiciales para asegurar la asistencia escolar. De hecho, ignorar el problema no ha representado ningún costo hasta ahora para los gobiernos nacionales. Tampoco hay consecuencias para los padres de familia que incumplen con esta obligación.
Una tercera razón es que muchos gobiernos no tienen claridad en cuanto a cómo resolver el problema. No se trata de construir planteles y asignar plazas: tan sólo en la Ciudad de México había casi 220 mil menores de tres a 17 años fuera de la escuela en 2020. Es más un tema de concientización, liderazgo y coordinación, que uno de recursos. Por ello sería útil contar con una instancia para promover el derecho a la educación. También es deseable conocer las acciones que otros países llevan a cabo para avanzar en las Metas de Desarrollo Sostenible de la Unesco, entre las cuales está la asistencia universal de niños y jóvenes a la escuela.
Tiempos extra
Cada año se repite la magia: las personas confirman su esperanza en la educación al mandar a sus hijas e hijos a la escuela día con día. En este inicio de ciclo escolar, esa magia alcanza nuevas alturas: millones de familias tomaron la decisión de que sus hijos regresaran físicamente a la escuela a sabiendas de sus riesgos.
Podemos ratificar, más que nunca, que la educación es un gran acto de confianza, de optimismo y de amor.
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