Corrupción, sin aplausos

17 de Noviembre de 2024

Corrupción, sin aplausos

vicente-amador

“…Ver un garaje tu puedes / donde caben tres mercedes / cuatro mustangs y un jaguar”

Óscar Chávez

Palabras gastadas

Los escándalos de corrupción en la clase política prendieron como pólvora por el número de casos sucedidos en poco tiempo, y porque una cosa es que te lo platiquen, o lo intuyas, y otra que te lo restrieguen. Dejaron de ser leyendas y se convirtieron en titulares de primera plana.

«Tráfico de influencias», «enriquecimiento ilícito», «abuso de autoridad», «conflicto de intereses», «moches», son términos repetidos hasta el cansancio, especialmente en los últimos meses. Los escándalos de “las casas” (Las Lomas, Ixtapan de la Sal, Malinalco), recientes noticias sobre costosas propiedades en Manhattan adquiridas a través de empresas ficticias, y las revelaciones del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación sobre el apoyo del banco HSBC a millonarios de todo el mundo para efectuar evasiones fiscales, colocan la palabra «corrupción» ―entonada con reclamo― en la boca de muchos medios de comunicación y de más ciudadanos. Qué bueno. Y mira que no es fácil poner de moda tales expresiones en una sociedad acostumbrada al despotismo.

En general, nos faltan elementos para hacer un juicio sobre las responsabilidades en cada caso (¿o casa?), pero tantos años de atestiguar cómo engordan los bolsillos de algunos servidores públicos y de no contar con un sistema anticorrupción efectivo, no daba para menos que un incendio. Por eso se extinguió el sonido de los aplausos.

A tal nivel ha retumbado el abuso de los cargos públicos, que algo había que hacer, por lo menos comunicativa e inmediatamente. Así, el Presidente de la República anunció ocho medidas para combatir la corrupción. Destaco la obligación de declarar, por parte de trabajadores del Estado, posibles conflictos de interés. El otro trending topic fue la designación del Secretario de la Función Pública.

El nombramiento de Virgilio Andrade no tuvo el mejor de los recibimientos; así dieron parte las redes sociales, columnas y cartones periodísticos. La amistad con miembros del gabinete actual y, principalmente, la subordinación del recién nombrado al Ejecutivo Federal generaron malos augurios. Al respecto, dos ideas.

Si la evaluación del Secretario de la Función Pública será positiva únicamente en tanto enjuicie al Presidente, desde hoy aceptemos que no sucederá. ¿Por qué? Por el fuero del Primer Mandatario, la falta de regulación en cuanto a la profundidad de las responsabilidades en la asignación de contratos, el hecho de que la Primera Dama no sea servidor público, que el Secretario de Hacienda haya adquirido su casa cuando no era parte del gabinete y un amplio etcétera. El marco jurídico dejará el asunto zanjado, aunque no necesariamente dará satisfacción moral. De esa cuestión, no esperemos mucho. Lo cual no quiere decir que la tarea de Virgilio Andrade carezca de valor. Pero ese es otro texto. Por lo pronto, no prejuzgo. Mis mejores deseos al reciente Secretario. No sería la primera vez que las adversidades iniciales impulsen una gestión fuerte. Ojalá.

Espejismos

Combatir la corrupción, tema central en estas líneas, va mucho más allá de las actividades y posibilidades de una dependencia del Estado Mexicano, por bueno que sea el trabajo de ese organismo. Implica un sistema anticorrupción eficaz, de alcance nacional y, principalmente, una gran dosis de formación cívica. Platiquemos de eso.

La corrupción gubernamental tiene muchas vertientes. La creatividad aflora cuando hay intereses de por medio. Además, la deshonestidad desborda las altas esferas, sucede en todos los niveles: desde el que recibe un porcentaje por la asignación de un contrato de cientos de millones de pesos, hasta el que utiliza los coches del gobierno para rentarlos como taxi, el jefe que pide un diezmo del salario de los colaboradores o el que estafa con 500 pesos para tramitar la licencia, “para que salga rápido, porque se cayó el sistema”.

Mientras las acciones que se emprendan, por bonitas que se escuchen, no consigan atacar casos como los recién referidos, de poco servirá todo el papeleo que se utiliza para justificar un proyecto financiado con recursos públicos. Mucha tinta, cientos de trámites y procesos, comités, revisiones y, al final, el corrupto encuentra la manera de ir a pedir su “mordida”.

Tampoco dejaría de pensar, y poner en práctica, el sistema nacional anticorrupción del que tanto se ha hablado: una entidad con autonomía de gestión, nombramientos transexenales a cargo de la sociedad, capacidad para incidir a cualquier nivel de gobierno. Un organismo evaluado por su eficacia, donde realmente se investigue y logre consignar funcionarios corruptos, porque a pesar de que intuimos que los hay muchos, en la cárcel hay de todo, menos ellos.

Con todo, el problema de la corrupción es más profundo. Como lo acaba de señalar Leonardo Núñez en La Razón, «atacar la corrupción no sólo es encontrar a los culpables, sino reconocer lo que en verdad se ha roto». Aún en amplios sectores de la sociedad hay un conformismo acrítico, donde lo importante es “nomás que no me molesten”. Es así porque buena parte de nuestra sociedad privilegia el éxito individual por encima del bienestar colectivo. Lo importante es la acumulación de dinero, poder, influencias, fama, consumismo en todas sus facetas.

Por eso no es extraño que hipócritamente critiquemos la corrupción ―con la nariz arrugada y aires de dignidad― y, al mismo tiempo, continuemos admirando el poder y la riqueza del funcionario corrupto. Peor aún, actuando con servilismo cuando advertimos la posibilidad de que el manto del poderoso nos cobije. Tal vez, dejando de elogiar y encumbrar socialmente al corrupto, por lo menos, ya no maleduquemos a las generaciones jóvenes a quienes hemos enseñado a envidiar el brillo por encima de la luz del fondo.