No es exagerado decir que el líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, ha cambiado la política progresista en el Reino Unido, y tal vez también en Occidente en general, durante una generación. El barbudo de 68 años de edad, autoproclamado socialista ha demostrado que una oferta no vergonzosa, descaradamente de izquierda, no es una política de lo imposible, sino una política de lo muy posible. El resultado de las elecciones del pasado jueves en el Reino Unido es una confirmación clara de que no es necesario sacrificar el idealismo en el altar del pragmatismo político. En estos tiempos oscuros y deprimentes de Trump y Brexit, de las consecuencias de la Gran Recesión y del surgimiento de la extrema derecha, Corbyn nos ha recordado que una política de esperanza puede ir de la mano con una política de miedo. Millones de personas saldrán a votar por un líder que predica el optimismo sobre el pesimismo, que ofrece inspiración en lugar de pesimismo. Corbyn ha demostrado que la muy calumniada juventud puede ser una fuerza para el cambio. Los electores más jóvenes no son perezosos, indiferentes o apáticos, como dicen muchos, sino que de hecho son capaces de salir y votar por un líder que los motiva y los emociona, alguien que no sólo les da algo por lo cual votar —ya sea una reducción en el precio de inscripción a la universidad, un salario mínimo más alto o un nuevo programa de construcción de viviendas— sino algo en lo que creer. Una lucha común, un futuro mejor, una sociedad más igualitaria. Porque algo siempre será mejor que nada. Corbyn ha demostrado cómo es posible para los progresistas construir una coalición entre los jóvenes, la gente de color y los liberales cosmopolitas por un lado y, sí, esas temidas comunidades blancas de la clase trabajadora por el otro.
›Es una falacia afirmar que los líderes de izquierda deben elegir entre ellos, o enfrentar a un grupo marginado con otro. Blancos exvotantes del UKIP –el partido ultraderechista que busca la salida del Reino Unido de la Unión Europea— en el norte del país apoyaron al partido Laborista en hordas de cientos de miles.
Así que los socialistas y los socialdemócratas ya no necesitan estar a la defensiva. Sí, puede que los principales partidos de centro-izquierda hayan sido aplastados en las recientes elecciones europeas, como en Francia o Países Bajos, pero Corbyn —quien pasó 32 años trabajando fuera de los reflectores antes de convertirse en líder de su partido en una sorprendente victoria en 2015, ha pavimentado un camino que puede sacar al partido de la selva en la que se encuentra. Para ser claro: el Partido Laborista no ganó las elecciones generales del Reino Unido. Los conservadores de Theresa May obtuvieron más votos y más escaños. Sin embargo, es difícil exagerar —como incluso los más grandes críticos de Corbyn han concedido ahora— la magnitud de su logro electoral. La participación de 40% de los trabajadores en el voto nacional es la más alta desde 1970, con la excepción de los dos triunfos de Tony Blair en 1997 y 2001. Las elecciones del jueves pasado también registraron el mayor aumento en la proporción de votos para el Partido Laborista, casi 10%, después del éxito postbélico del líder icónico Clement Attlee en 1945. Todo esto a pesar de que Corbyn había comenzado la campaña más de 20 puntos porcentuales detrás de los conservadores, en una posición minimizada por políticos y expertos de todo el espectro, atacado implacablemente por miembros parlamentarios de su propio partido y soportando una campaña de demonización sin precedentes por parte de la prensa de derecha. Corbyn, no olvidemos, fue calificado de simpatizante de los terroristas, ridiculizado por olvidar los detalles de diversas políticas y calificado de excéntrico. “Tomar en serio las perspectivas laborales de Corbyn implicaba dejar de ser tomado en serio”, escribió Gary Younge, de The Guardian, en vísperas de la elección. “La clase política transmitió ese mensaje a los medios de comunicación, lo que a su vez lo imprimió y difundió… esa noción se esparció entre todos los que importaban. Aquellos que no lo recibieron no eran, por definición, relevantes”. El jueves, probaron de una vez por todas su importancia. Y el tranquilo y modesto Corbyn demostró que era realmente un candidato serio y viable para el cargo más alto en el país. Un análisis encontró que sólo dos mil 227 votos, en siete asientos, se interpusieron entre él y su meta de volverse un primer ministro a la cabeza de una coalición “progresista” entre el Partido Laborista y los otros partidos más pequeños del parlamento. Ahora que sus antiguos críticos están recibiendo enormes rebanadas de un pastel de humildad, el líder laborista podría considerar tomar prestada la famosa cita de George W. Bush: “Me malentendieron”. Para ser honesto, yo también lo “malentendí”. Creo necesario aclarar que conozco a Corbyn personalmente y comparto muchas de sus posturas políticas. Nunca he dudado de su integridad o de su honestidad. Sin embargo, no esperaba que obtuviera ni siquiera el 40% de los votos o evitaría que May ganara la mayoría en el Parlamento. No me imaginaba que el Partido Laborista ganaría escaños como Canterbury, que había estado en manos de los conservadores durante los últimos 99 años, o Kensington y Chelsea, el distrito más rico del Reino Unido y sede del Daily Mail. No podía creer, como muchos otros de la izquierda, que un gobierno de Corbyn era una posibilidad muy real y viva, más que una fantasía loca, una ilusión. Estaba equivocado. Completa, total e irremediablemente equivocado... pero nunca he sido más feliz de estarlo. Tal vez debí haber puesto más atención. El muy vilipendiado Corbyn tenía un plan muy claro desde el principio. “La política de la esperanza no es una reacción inevitable cuando la política falla”, declaró en un discurso en la London School of Economics en mayo de 2016. “La política de la esperanza tiene que ser reconstruida”. La reconstrucción, explicó el líder laborista, requería tres cosas: “una visión para inspirar a la gente con la idea de que la política tiene el poder de hacer una diferencia positiva en sus vidas, la confianza de la gente de que podemos y vamos a cambiar las cosas para mejor, y la participación y compromiso de las personas para hacer posibles las dos primeras”.
Corbyn, como Bernie Sanders antes que él, tuvo éxito en los tres frentes. Movilizó a un gran número de personas para organizarse, asistir a manifestaciones, tocar puertas. Cambió las viejas ortodoxias políticas y económicas, se negó a aceptar la austeridad o demonizar a los inmigrantes, o presionar para entrar en guerras extranjeras. Y adivinen qué: resulta que no tienes que triangular para ganar el 40% de los votos. Tampoco debes enfrentar las agendas reaccionarias e iliberales de la prensa derechista de Murdoch para ganar asientos marginales en Inglaterra. Ni Corbyn ni Sanders ganaron sus elecciones, pero llegaron muy cerca. Hay que darles un poco más de tiempo. “Una vez más” ya no es una política peyorativa. Con el Parlamento en el limbo y Theresa May bajo el fuego de su propio partido, la próxima elección del Reino Unido podría celebrarse en cuestión de meses. Los corredores de apuestas han aumentado las posibilidades de Corbyn de convertirse en el próximo primer ministro británico y una nueva encuesta postelectoral muestra que el líder laborista está empatado con su homóloga conservadora en la cuestión de quién sería un mejor primer ministro. Después de los sorprendentes resultados de la semana pasada, lo que antes eran asientos seguros para los conservadores ahora son marginales y lo que antes eran marginales laborales ahora son asientos seguros. En tanto, en Estados Unidos el corbynesco Sanders se ha convertido en el político más popular del país y probablemente ganaría de calle la nominación presidencial demócrata de 2020 si la contienda se llevara a cabo mañana. Algunas encuestas también sugieren que podría haber derrotado a Trump el pasado noviembre. Así que, ¿presidente Sanders?, ¿primer ministro Corbyn? Lo que antes eran fantasías progresistas son ahora realidades potenciales. La izquierda puede haber despertado finalmente de su sueño y, por lo tanto, los ataques desde la derecha sólo se intensificarán. Pero, ¿qué fue lo que dijo Gandhi? “Primero te ignoran, luego se ríen de ti, luego te combaten, luego ganas”. Traducción: Carlos Morales