@hjvillarreal
La repetición es una táctica frecuente en las estrategias de comunicación. En la publicidad se utiliza como instrumento para crear conciencia, identidad y memoria acerca de un producto o un servicio entre sus potenciales clientes. En política, es famosa la consigna de Joseph Goebbels que, en Alemania en los años 30 establecía que la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre con base en el mismo concepto, sin fisuras ni dudas. El propagandista alemán seguía otro principio: reunir a quienes pudieran tomarse como adversarios, en una sola categoría.
En el México de la autodenominada Cuarta Transformación, la repetición se instala en la escena pública y la categoría funcional para juntar a los posibles adversarios del relato oficial es el conservadurismo, un sitio obscuro, amenazante, en el que cohabitan las almas de Porfirio Díaz, Hernán Cortés, Maximiliano de Habsburgo, Miguel Miramón y Tomás Mejía. Una cueva etérea en el lado oscuro de la historia, a la que son enviados todos aquellos que disgustan a la nueva administración. El conservadurismo, para su creador, el Presidente, es más una fuente peligrosa de resistencias y críticas, que motivo de ternura.
Este martes, el mandatario se burló y mandó directo al conservadurismo a quienes, desde la oposición, anunciaron el sábado anterior que se reúnen a veces a tomar café y a decir que es importante defender la pluralidad y generar contrapesos a su gobierno. Desde el Palacio Nacional, López Obrador dijo que el mentado grupo le parece ficticio, que le dan ternurita y que no lo ven con buenos ojos, por lo que les dio el consejo, su pena de hacer el ridículo, de formar una escuela de cuadros.
El grupo, cuya existencia fue referida primero en una entrevista por el gobernador de Chihuahua, ha dicho básicamente que la democracia necesita de contrapesos; que busca defender la pluralidad, el diálogo y la reconciliación; que deben impulsarse cambios contra la corrupción, la impunidad, la pobreza, la desigualdad, la inseguridad y la violencia; que reconoce y respalda las luchas de la sociedad civil; que rechaza retrocesos en materia de libertades y pide respeto a los derechos humanos; que concibe necesario el respeto al Estado de derecho y que espera que haya en el país “un debate abierto, plural, diverso, informado sin prejuicios y sin pretensiones de superioridad moral, en los medios de comunicación y las plataformas digitales”. Eso difundió en su comunicado sabatino que irritó y activó respuestas y descalificaciones de varias voces, algunas desde su propia capacidad de pensamiento, otras más bien guiadas por el cumplimiento, habitual en ellas, de alguna encomienda como apoyo orgánico o simples simpatizantes del discurso gubernamental.
Que el grupo es la reedición del frente que postuló a Ricardo Anaya en 2018, que se trata del arranque de campaña para Javier Corral, que es un conjunto de fichas gastadas y destinadas al fracaso, es parte de lo que falsamente han dicho y escrito, por cierto, desde la cúspide de su propio éxito personal, profesional y político, algunos furibundos críticos de que la gente tome café, hable de contrapesos ante los desplantes autoritarios, monólogos y signos inocultables de restauración del gobierno de López Obrador, y haga comunicados.
La comunicación es un instrumento fundamental para la gobernabilidad. Su manera de comunicar revela mucho sobre la calidad democrática de un gobierno. Ante la evidencia, lo dicho: hoy, en México es necesario defender la pluralidad y generar contrapesos.