La sesión inicial del primer periodo de sesiones de la LXIV Legislatura mostró el clima de la conversación política en México en las horas y días en que la autonombrada Cuarta Transformación asume sus nuevas responsabilidades públicas. “La hora cero de la nueva República”, dijo el octogenario nuevo presidente de la Cámara de Diputados, con su grandilocuente retórica que por generaciones ha estado en el debate político nacional. Bajo una lluvia de porras, aplausos, gritos y mentadas de la bancada de Morena, que estrenó ese día su cómoda mayoría en ambas cámaras, se hicieron los posicionamientos de inicio de los trabajos del nuevo Congreso. Es normal en la pluralidad, frente a cambios profundos y en un marco de libertades, que el debate haya sido duro y estridente. En las redes sociales el ambiente es parecido, sobre todo en Twitter, donde una mirada breve muestra los asuntos y formas que predominan en la conversación digital. La convivencia en las redes es por naturaleza horizontal y directa, sin las barreras de los medios tradicionales. También es álgida y ruda, como corresponde a tiempos electorales y de inicio de un gobierno que se ve a sí mismo como la reinvención del país. Lo que no es muy natural es que la intensidad se vuelva acoso y agresión. El problema es que el mensaje y tono de algunos intercambios digitales apunta hoy en esa dirección. En línea con los legisladores de la nueva mayoría, sus tuiteros afines llevan rato armando equipos y escuadrones que aprovechan el anonimato y no dejan usuario “influyente” de la red sin insultos y descalificaciones cada vez que se cuestiona la versión de la realidad y de la historia contada por su dirigente y sus voceros. Una vez ubicado el crítico y definida una narrativa para el ataque, el enjambre entra en acción. Hace una década, Sartori escribió que “el ideologismo habitúa a la gente a no pensar… pero es también una máquina de guerra concebida para agredir y ‘silenciar’ el pensamiento ajeno”. Se refería a los “epítetos” promovidos por la comunicación de masas: “una guerra de palabras entre ‘nombres nobles’, que el ideólogo atribuye a sí mismo, y nombres ‘innobles’, descalificatorios y peyorativos que el ideólogo endosa a sus adversarios”. El epíteto, apuntaba el sociólogo italiano, “exime del razonamiento y lo sustituye”. La conversación sobre la política mexicana en Twitter muestra hoy más epítetos, insultos y prejuicios, que argumentos. No extraña que en las redes haya un clima encendido. Las urnas evidenciaron el nivel del enojo social. Para colmo, estos días fuimos fustigados por la campaña del adiós de Enrique Peña Nieto, con su habitual abuso del tiempo oficial y del dinero público que hartó al pueblo con su versión radiodifundida de sí mismo y de su sexenio, tan lejana de los hechos como provocadora y deprimente. Sin embargo, conviene tomar en cuenta que, si coincidimos en que desarrollo, justicia y paz son productos democráticos, habría que tenernos algún respeto. Respeto que, como ha explicado el coreano Byung-Chul Han, es “masivamente destruido” por el anonimato de la comunicación digital, más cercana a los afectos que a las razones y capaz de convertir una conversación en linchamiento digital. La historia registra que la sensación de poder experimentada por ciertos individuos en las actuaciones conjuntas empeora con el anonimato y tiene siempre consecuencias nefastas. Es conocido el riesgo que implican los que gozan de sentirse fuertes por ser parte de un “nosotros” orientado a callar o acosar a otros. No es buena idea tolerarlos, mucho menos estimularlos. Ante la efervescencia comunicativa, vendría bien el llamado del líder a los suyos a no echar montón, a serenarse y respetarnos todos. Eso se supondría parte del relato de una república amorosa que busca la reconciliación.