En su campaña sin rivales por la presidencia en 1976, José López Portillo usaba entre sus lemas propagandísticos “convencer para vencer”. Hoy, una consigna con el mismo objetivo, pero método distinto, ronda la agenda pública: “confunde y vencerás” emerge como lema en la transición de gobierno cada vez que el presidente electo echa mano de la confusión como eficaz táctica para sembrar temas, dudas y opiniones en la discusión, y asegurarse de que ésta siga girando en torno a él y su visión de la realidad. Andrés Manuel López Obrador determinó que Rosario Robles es un chivo expiatorio y las acusaciones en los medios sobre los desvíos millonarios durante su gestión en Sedesol y Sedatu son un circo. Abunda en que los verdaderos saqueadores del país, en contubernio con medios, sólo han dado golpes espectaculares y metido a la cárcel a funcionarios menores. Así anula extensas y bien documentadas investigaciones periodísticas, como las de Animal Político o Reforma, cuya difusión, por cierto, no influyó poco en el enojo social que lo impulsó a él al triunfo electoral. La declaración de AMLO disparó en las redes sociales reacciones inmediatas de actores políticos y medios, que la tomaron como perdón anticipado o declaratoria de impunidad para doña Rosario. Varios calificaron el dicho como versión remasterizada del “no te preocupes, Rosario”, interpretado originalmente por Enrique Peña Nieto, en respuesta a informes previos de corruptelas de su colaboradora. En la misma entrevista, López Obrador también dijo que, “si existen investigaciones en curso en contra de Robles, se les dará seguimiento”, pero matizó al advertir que en su gobierno “no vamos a perseguir a nadie, no vamos a hacer lo que se hacía anteriormente de que había actos espectaculares de que se agarraba a uno, dos, tres, cuatro, cinco, como chivos expiatorios, y luego seguían con la misma corrupción”. El matiz activó rápidas y animosas defensas de seguidores suyos que, como apuntó Julio Hernández López en un tuit, estuvieron “dispuestos a malabarismos vergonzosos para tratar de ‘justificar’ dichos y hechos lamentables y preocupantes”. Siguió así una balbuceante y larga conversación del presidente electo con los reporteros. Como dijo una cosa, dijo la otra. En condiciones normales, uno pensaría que aquello se salía de control, que se estaba enredando. Pero no parece ser así. AMLO es un eficaz comunicador, que se desplaza en una línea estratégica donde la confusión no es error ni accidente, sino manera de tomar control de conversaciones, debates y asuntos públicos. Otra confusión la sembró Andrés Manuel al refutarse a sí mismo en cuanto a que recibe “un país estable y sin crisis económica” y cambiar a que recibe un “país en bancarrota”, deslindando de paso responsabilidades a priori de incumplimientos en las metas ofrecidas. López Obrador no falla, conoce bien su influencia en las “benditas redes sociales” y el efecto de ello en la discusión pública, entiende el funcionamiento de la mayoría de los medios y busca tenerlos ocupados y a raya, bajo la amenaza de la austeridad y la premisa de su relación con ellos, que parte de que no deben reportar nada contra el interés de la gente, cosa que sólo él conoce y traduce. La confusión como táctica juega con el desasosiego de sus propios legisladores y funcionarios, que emprenden maniobras retóricas para “contextualizar” lo dicho, no diferir de su líder y si se puede, parecer independientes. Una recomendación para vencer en el arte de la guerra de Sun Tzu, dice: “cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándoles respirar”. En la batalla narrativa por el poder, parece ser que el Presidente electo de México tiene sobrados recursos para una ofensiva sostenida.