Pasada la intensidad política de 2018, los comicios celebrados el pasado domingo en seis entidades federativas tuvieron como sello distintivo la baja participación de la ciudadanía. Observarlos sirve para hacer algunas anotaciones.
La primera, referida precisamente a que ni una agenda política nacional intensa, recargada día a día de sendas conferencias de prensa mañaneras, propias de una cuarta transformación, alcanzó para inducir a la gente a ir a las urnas.
En dos estados que eligieron gobernador la participación fue especialmente baja. En Puebla, que tuvo elección extraordinaria tras del fallecimiento de la gobernadora electa el año pasado, participó sólo 33.2% de los ciudadanos inscritos en el padrón. En Baja California, donde los votos sacaron de la gubernatura al PAN que la ocupó desde 1989, acudieron a votar sólo 29.6% de los ciudadanos.
Ni los que están en posiciones de gobierno, ni quienes juegan hoy un rol de oposición, logran interesar a la ciudadanía en los asuntos públicos y motivarla para esa elemental forma de participación cívica que es ir a votar.
Una segunda anotación refiere que la opinión pública es cada vez más indiferente a lo que publican los medios de comunicación que llamamos tradicionales. El contraste entre la cobertura informativa de las campañas y los resultados sugiere que las percepciones y decisiones de la gente sobre un candidato u oferta política, se forman desde fuentes y valoraciones distintas a las de periódicos y programas de noticias radiodifundidos.
En Puebla, más que una cobertura regular, los diarios locales embistieron al candidato, de origen no partidista, postulado por el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, Enrique Cárdenas. El monitoreo del INE reportó que, entre el 31 de marzo y el 8 de mayo, Miguel Barbosa, abanderado de Morena, fue motivo de 38 notas negativas, mientras que Cárdenas, acumuló casi 300.
Hace poco tiempo, un trato así de adverso habría aplastado las aspiraciones de un candidato. Ahora, el resultado del domingo supone que nadie ve o nadie cree los titulares de los periódicos editados en la capital poblana.
A pesar de la invisibilización y las notas malas, Cárdenas cerró la diferencia de votos en el estado a 11 puntos, cuando las encuestas reportaban más de 20 al inicio del proceso. Más aún, en zonas donde no hubo movilización de votantes, como los distritos de la capital, que es donde los periódicos locales más circulan y se supone que más se ven, el candidato vapuleado en los periódicos tuvo una votación mucho más alta que el candidato que recibió trato preferencial.
Si alguien pagó por los ataques o las notas a modo, tiró su dinero. A los periódicos de Puebla les vendrá bien reflexionar sobre el grado de credibilidad que guardan sus cabezas de ocho columnas y sus coberturas “periodísticas”.
Un tercer apunte tiene que ver con la narrativa de las campañas. En Puebla surgen también indicios que hacen dudar de la idea recurrente de que la gente quiere votar por ciudadanos ajenos a los partidos y a la actividad política. El mismo Cárdenas centró buena parte de su relato y sus esfuerzos de comunicación en presentarse distante de los colores partidistas. Lo hizo por congruencia con su historia profesional y su vida pública, que han ido más bien por los carriles de la academia y la sociedad civil. La pregunta es si ese rasgo, siendo verdadero, provoca un efecto de atracción superior al que puede generarse desde la narrativa tradicional partidista. Parece que no.
La próxima escala electoral es la de 2021. Veremos de qué forma las experiencias electorales de 2018 y 2019 nutren las estrategias y decisiones políticas que tomarán para entonces los partidos que irán hacia allá en condiciones de dar la competencia.
Esta columna semanal informa a los lectores que no se publicará en la próxima edición, pero estará de vuelta una semana después.