A una semana del terremoto con la mirada hacia las alturas

22 de Noviembre de 2024

A una semana del terremoto con la mirada hacia las alturas

collag mirada

Ahora toca analizar las construcciones altas y dictaminar si permanecerán en pie o las demolerán; Roma y Condesa tardan en recuperar su vida nocturna

franciscopazos@ejecentral.com.mx Con el cuello erguido y la mirada apuntando a las alturas. Así se camina, se viaja y se pasea en la Ciudad de México desde la tarde del 19 de septiembre pasado. Poco más de una semana ha pasado desde que el sismo magnitud 7.1 golpeó la capital del país y puso a prueba, no sólo la resistencia y la mecánica de materiales de miles de casas y edificios, sino que otra vez, la voluntad y organización de la sociedad todavía se arremolina alrededor del escombro de los inmuebles caídos en busca de sobrevivientes. Han pasado nueve días desde las 13:14 horas que registraron los instrumentos del Servicio Sismológico Nacional, como el momento en que la tierra sorprendió a más de 20 millones de capitalinos, y a los que hasta entonces no lo eran. En la ciudad, la vida se acomoda, aunque todavía incompleta; lejana al ritmo frenético que la caracteriza, ahora camina con cautela. A bordo del camión que cruza la colonia Condesa por el Eje 2 Sur, uno de los usuarios, con el ojo de un inspector improvisado en seguridad estructural, rastrea y revisa los muros de los edificios que soportaron el movimiento. Su mirada atrae a la persona que viaja junto a él, le sigue otro y otro más, hasta que el único que no mira es el chofer. “Este está bien”. “¿Pero sí se ve mucho más viejo que el que se cayó en Ámsterdam? Se cuestionan dos jóvenes que viajan juntos, cómo si conocieran a la perfección el alma de la estructura. La escena se repite en José María Vértiz, prácticamente en cada cuadra entre el Eje 5 Sur y División del Norte. “Ahí están. Ese sí quedó muy mal. Tiene las grietas en equis. Lo van a tener que tirar”, dictaminaban otras dos chicas desde el asiento de un microbús de la Ruta 1.

›La ciudad está dolida y sus habitantes asustados. Muchos con el futuro incierto porque lo que tenían ha quedado acordonado. Marcado como un lugar inseguro, el mismo que durante décadas fue el hogar.

“Nos dieron oportunidad de entrar a una persona por departamento sólo para sacar lo indispensable. Nada de muebles ni electrodomésticos, sólo lo que necesitemos más”, relató una mujer que dijo llamarse Susana, quien habitaba el edificio 1407, en Miguel Laurent, en la colonia Portales. Una de las más golpeadas junto con Narvarte y Del Valle, en la delegación Benito Juárez.

Ruina. Inmueble de departamentos en Viaducto y Monterrey, colonia Roma

Frente a su domicilio, ahora catalogado en riesgo estructural, sus vecinos colocaron una carpa. Sobre la banqueta hay sillas y sillones para aguantar horas en la intemperie. Una cocina improvisada frente a una reja y restos de arroz rojo y chicharrón en salsa verde.

Los peregrinos

Como en la delegación Benito Juárez, en las colonias Roma y Condesa, calificadas por los mismos vecinos y los voluntarios como “la zona cero” del terremoto, en la delegación Cuauhtémoc, hay figuras que deambulan con maletas a rastras. Azules, rosas, negras, con las tapas plastificadas, resistentes al agua; todas tienen algo en común. Están vacías. Esas maletas se pasean con sus dueños desde el viernes de la semana del temblor por las mismas calles en las que sus propietarios, antes del 19 de septiembre, ocupaban como pistas para correr, pasear a sus perros o para caminar. Son ahora las rutas del éxodo obligado. La caminata se detiene frente al cordón amarillo de protección civil que impide continuar. “El problema es que el estudio lo tiene que hacer un especialista, un DRO (Director Responsable de Obra) y necesitamos también a un topógrafo. No han podido llegar, hay muchos reportes y los estamos atendiendo todos”, les explicaba José Ahumada, representante de la Secretaría de Gobierno, el 22 de septiembre pasado, a los vecinos de Ámsterdam 99. Los vecinos se aglutinan, en su mayoría jóvenes. Se miran, se acompañan con un gesto y dan media vuelta, no sin antes apuntar el número de celular del funcionario que les pidió más tiempo. “Sólo queremos pasar por ropa”. “Será más fácil agregarlo al grupo que tenemos en Whatsapp. Ahí estamos todos”. A unos metros de ese lugar, muy cerca de la zona en la que se derrumbó el edificio de Álvaro Obregón 286, una mujer con el celular pegado a la oreja se mueve desesperada. Busca, sin éxito, un sitio para que la mudanza que solicitó se estacione y cargue la vida que hizo en el Edificio Basurto, en el 197 de avenida México. La fuerza de la sacudida fracturó los primeros pisos del inmueble, uno de los más emblemáticos de la Condesa. Ya no es seguro vivir ahí y sus habitantes deben sacar sus cosas antes de que la delegación o el Ejército les prohíban ingresar. Más adelante, otra mujer ríe. “En dónde vamos a meter todo”, pregunta a un joven que la acompaña. “Aquí, arriba, en el techo. Aquí lo amarramos”, responde como solución mientras buscan la forma de cargar sus vidas al interior de un automóvil de lujo.

La noche

Con un esfuerzo notorio, que exige más al ánimo que a las piernas, tres mujeres caminan por la banqueta del Parque México, a la altura de la calle Chilpancingo. Es sábado, sábado por la noche. Tomadas del brazo giran la mirada a las alturas y se acercan hasta donde una cinta plástica les permite. Frente a ellas está lo que el sismo dejó del edificio 105 de avenida México. El café está cerrado. El espacio que ocupaba la terraza en la que se comía faláfel está invadida con pedazos de mampostería y recubrimientos. Las tres mujeres siguen su marcha, casi empujadas por la obligación de recuperar los días que el sismo del martes rompió, más que por las ganas de hacerlo. En el Foro Lindbergh se escucha jolgorio. Son los voluntarios que mucho más organizados, mantienen dos filas con manos para pasar los víveres, el agua y la herramienta que sigue llegando al Parque México. “Un aplauso para la familia Ochoa”, y los jóvenes responden. El sonido de las palmas los mantiene animados. Han pasado ya más de 100 horas después del terremoto. En la Glorieta de Cibeles también hay voces y gritos. Pocos negocios se atrevieron a abrir sus puertas para darle paso a la vida nocturna que cada fin de semana invade a la colonia Roma. Sin embargo, la atención no está en los tarros de cerveza, sino en las carpas en donde otros voluntarios se organizan para caminar hasta el derrumbe de Álvaro Obregón, y en las que se seleccionan las toneladas de ayuda que pasan de mano en mano. La terraza no se ve bien. Contrasta con la dinámica que domina el centro de operaciones improvisado. Dos jóvenes comen pizza y se inclinan sobre sus copas con vino. Los observan, con desapruebo. Nadie les dice nada. La noche no llegó está vez a la Condesa, tampoco a la Roma. “Hay más gente en un lunes por la noche que hoy”, apunta Ernesto, encargado de una tienda de conveniencia. La colonia se percibe más oscura que de costumbre y las terrazas se levantan apenas pasada la medianoche. Sólo queda el puesto de flores, el del cruce con Mérida, y la música hueca que sale de dos bares.

¿sabías que? El sismo del 19 de septiembre de 2017 tuvo su epicentro en la latitud 18.40 norte, longitud 98.72 oeste, 12 kilómetros al sureste de Axochiapan, Morelos, en el límite con Puebla.

El quiebre “¡Está temblando!” “No, soy yo, el que está moviendo la mesa”. “Está sonando la alerta sísmica… ¿no?” El movimiento que parece que no se va, el ulular que encoje la panza, pero que no existe. “¡Ahora sí está sonando la alerta sísmica!” Extirpados de la cama, en sábado, pasan las siete de la mañana y la ciudad es arrancada del sueño nuevamente. El temor regresa junto con la ansiedad que no se ha ido. En calzones y sobre la avenida, la ciudad espera el embate que por fortuna no fue violento. Decenas siguen en la calle. Ahí han pasado la noche. Al edifico de Miguel Laurent llega un grupo de ingenieros para revisar los daños que sufrió el inmueble. Se toman una fotografía frente al edifico derruido. “Que no hagan eso. Que nos respeten”, suelta un joven al mirar la escena. Mañana será lunes y la ciudad regresará a sus actividades normales. La ayuda todavía se necesita. Al menos en las delegaciones más afectadas las clases iniciarán hasta nuevo aviso. Habrá que salir más temprano, muchas calles están cerradas. La Ciudad de México arranca de nuevo. Avenida Constituyentes tiene más tráfico que de costumbre y eso que son las seis y media de la mañana. En los cortes viales de la colonia Condesa ya no hay jóvenes que dirijan el tránsito, sólo dovelas plásticas. Y la lluvia de madrugada que frenó a los rescatistas, y el enojo de las familias. Es lunes, otra vez lunes.(Fotos: Jorge Villalpando)

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