or última vez, la reina Isabel II entró a su palacio de Buckingham. Tras haber pasado 24 horas en la catedral de St. Giles en Edimburgo, Escocia, el cuerpo de la monarca fue trasladado a su residencia oficial en un vuelo de aproximadamente una hora en el que la acompañó su hija, la princesa Ana del Reino Unido.
Poco antes de las 19:00 (hora local), el avión C-17 Globemaster aterrizó en Londres, donde miles de personas ya esperaban a lo largo de todo el recorrido desde la Royal Air Force hacia el palacio, donde permanecerá toda la noche.
Será hasta este miércoles que los restos de la reina sean trasladados a Westminster Hall, —donde se albergan las dos cámaras del parlamento—, con el fin de que sea despedida por sus súbditos ingleses. En este sitio permanecerán hasta el lunes 19 de septiembre, momento en que dará inicio el funeral real.
Imprevistos en las ceremonias
Los eventos funerarios no han estado exentos de eventualidades. Tan pronto como se realizó la proclamación del rey Carlos III, un residente de Oxford, de nombre Symon Hill, narró en Twitter que fue detenido por las fuerzas del orden tras preguntar “¿quién lo eligió?” en medio de la multitud. Hill fue liberado más tarde, pero este no ha sido el único cuestionamiento a la monarquía.
Este lunes, una mujer sostuvo a la vista de todos los dolientes un cartel en el que se leía la frase “No es mi rey”, también en alusión al ascenso de Carlos III al trono, y una escena similar se produjo durante uno de los cortejos fúnebres, en el que un joven increpó al príncipe Andrés de York y le dijo “¡Eres un viejo enfermo!”, debido a las acusaciones de pedofilia en Estados Unidos.
Dentro de la familia de la monarca también se han suscitado eventos indeseables, como lo fue la prohibición para Enrique, duque de Sussex de usar uniforme militar durante el funeral, debido a su decisión de abandonar la realeza para contraer matrimonio con Meghan Markle.
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