Van 19 días de protestas en Colombia y las calles siguen ardiendo. Son manifestaciones masivas contra el gobierno y dolidas por la represión. Al frente marcha una juventud diagnosticada de tristeza, con la confianza rota en las instituciones y empobrecida por la pandemia.
Las protestas, que hicieron desistir al gobierno de la idea de subir impuestos, detonante de la crisis, destaparon un descontento todavía más profundo en este país de 50 millones de habitantes. Un malestar atizado por la reacción de las fuerzas policiales.
En medio de múltiples denuncias sobre abusos, desde el 28 de abril han muerto al menos 42 personas (un uniformado y 41 civiles), según la Defensoría del Pueblo que vela por los derechos humanos. Hay más de 1.600 lesionados entre manifestantes y uniformados.
La pandemia, que hundió en la pobreza al 42,5% de la población, gravita en esta crisis. Casi un tercio de los colombianos (27,7%) entre los 14 y 28 años no estudia ni trabaja, según el órgano estatal de estadística. Los jóvenes piden no ser asesinados y un Estado más solidario.
La firma Cifras y Conceptos realizó en medio de las movilizaciones una encuesta entre jóvenes que revela su desconfianza en instituciones como la presidencia, la policía y los militares. Sus preocupaciones son el desempleo, la pobreza, la corrupción, la inseguridad, la desigualdad y el acceso a universidad y salud.
“La tristeza es hoy el sentimiento que ocupa el primer lugar con un 33%. Es el mensaje más duro de toda esta encuesta. En su asombrosa brevedad parece condensar un enorme agregado de problemas, frustraciones y ansiedades”, comentó César Caballero, gerente de la encuestadora.
El estudio, con un margen de error del 3,7%, analizó 2.556 encuestas entre personas de 18 a 32 años que viven en 13 ciudades.
Aquí algunos retratos de la juventud que protesta en Colombia.
Clamor afro
En 2019 se estrenó políticamente en las movilizaciones contra el gobierno de Iván Duque. Casi dos años después, Juan Esteban Murillo, un estudiante de Educación Física con gorro de lana y la bandera colombiana a las espaldas, está de vuelta en las calles de Medellín (noroeste) exigiendo ser escuchado, megáfono en mano.
“La población afrodescendiente aquí en Colombia venimos con una lucha continua con el racismo”. Juan Esteban se presenta con ese primer reclamo. También denuncia el estigma y la violencia oficial contra los negros, y la “baja calidad” de la universidad pública que, aunque gratuita, no parece suficiente para asegurar un mejor porvenir.
También cuenta que “tristemente” a muchos como él les toca elegir “entre el pasaje o el pan"; entre ir a la universidad o comer, porque los estudiantes no tienen transporte gratuito. “El mayor problema que tenemos los jóvenes aquí en la ciudad es el desempleo; la falta de oportunidades”, sostiene.
Juan Esteban, con 21 años, siente además desconfianza hacia la fuerza pública por sus “ataques” a las marchas pacíficas y lo resiente más cuando lo someten a “requisas arbitrarias” por su color de piel. “Yo sentía que ellos nos tenían que proteger. Ahora simplemente yo siento que más nos protegen los (manifestantes con) capuchas que salen a marchar que la misma policía”.
Mujeres “sin miedo”
“Yo sigo siendo una rebelde con causa. Ya no tengo un fusil, pero tengo esta máquina”, dice la exguerrillera Alexa Rochi en Bogotá y enseña su cámara fotográfica.
De sus 30 años, más de una década la pasó en las filas de las FARC, cuando era la organización rebelde más poderosa de América.
En la selva conoció la fotografía.
Desde que firmó la paz en 2016 dejó de lado el registro de la guerra, se hizo feminista y trabaja con el Senado y un colectivo de mujeres. “La educación aquí es un negocio, la salud es un negocio”, denuncia.
Clama por un nuevo país “donde pensar diferente no cueste la vida”, las mujeres vivan “sin miedo” y no caigan más excombatientes. “A estas alturas, ad portas de cumplirse cinco años de la firma de ese acuerdo, hay 272 firmantes de paz asesinados”.
Cabello desordenado, gafas de sol y “piercing” en la ceja izquierda, está en la “primera línea” de protesta también para repudiar a una policía que “atropella” y “viola”. La Defensoría del Pueblo recibió 16 denuncias de agresión sexual por parte de uniformados en las movilizaciones.
Decepción indígena
Bastón en alto, Abner Mauricio Bisus canta “resistencia” en medio de una manifestación en Cali (suroeste). Tiene 27 años, es autoridad en su pueblo y parte de la guardia indígena que protege a las comunidades originarias.
“Estoy protestando (...) en contra de la violencia que ha aumentado especialmente en territorios indígenas”, lamenta el joven que usa su gorra con la viscera hacia atrás y lleva una pañoleta verdirroja amarrada al cuello.
En lugar de las extintas FARC “han llegado otros actores armados que dicen ser revolucionarios, que dicen ser de izquierda, pero que en últimas responden solo a intereses de narcotráfico”, explica.
Los indígenas representan el 4,4% de los colombianos. La crisis ha destapado el clasismo y el racismo soterrado en ciudades como Cali, donde han sido agredidos con armas de fuego por otros civiles.
“El gobierno me ha fallado (...) ha estado más pendiente de la élite”, deplora.