Con un Trump cuestionado por su apoyo a expresiones racistas, y enfrentado con empresarios y republicanos, así arranca la primera ronda de negociaciones para revisar el acuerdo comercial De tema en tema, México ha dejado de ser el foco principal de los ataques de Donald Trump. En un principio fue sencillo tomar al vecino del sur como el perfecto elemento para desfogar los sentimientos de un sector estadunidense que se sentía traicionado por su propio país: el comercio, la migración, la seguridad y las oportunidades, en general, fueron adaptados para cumplir con un discurso que ofrece soluciones sencillas e inmediatas. La migración ilegal, por ejemplo, prometía Trump, que se acabaría en gran medida con la instalación de un muro fronterizo. La seguridad se obtendría aumentando el presupuesto militar, los empleos se crearían quitando regulación y acortando los procesos. En cuanto a comercio, Trump prometió que la solución estaba en la disolución del Tratado de Libre Comercio entre México, Canadá y Estados Unidos. El gran culpable de todos los problemas, según Trump, fue incluido en la canasta de promesas a cumplir durante esta actual administración. Siete meses después de haber tomado posesión, llegó el día: las tres delegaciones, México, Canadá y Estados Unidos inauguraron ayer, en Washington DC, la primera ronda de renegociaciones del Tratado Comercial. El motivo es un hombre: Donald Trump que prometió a su base electoral arreglar todo lo que según él, ha provocado el acuerdo: desempleo, pérdida del valor de la cadena productiva y otros altos costos que, dice, se han tenido que pagar. Fue con ese discurso como Robert Lighthizer, el líder de la delegación norteamericana, dio inicio al mensaje que ofrecieron los tres grupos a los medios de comunicación previo al arranque en el hotel Marriot Wardam de Washington DC; el TLC ha sido benéfico para ambas partes, pero también ha sido responsable de la perdida de 700 mil empleos en el mercado laboral, e insistió también en el déficit comercial que tanto preocupa a Trump. Reglas de origen, déficit comercial, manipulación cambiaria, disputa y soberbia, y dumping, entre otros, fueron señalados por Lighthizer como las prioridades con las que llega Estados Unidos.
›Para México y Canadá, la posición desde un principio fue diferente. Chrystia Freeland abrió el mensaje a medios con un planteamiento de unidad y respeto al medio ambiente, cuando mostró como apoyo visual una fotografía de la colaboración que ambos países realizan para atender acciones que lo afectan como los incendios forestales.
Por su parte, Idelfonso Guajardo mostró esa seguridad y cauto optimismo del cual habló previo al inicio de la renegociación y dejó claras las posiciones inamovibles de México en ese sentido. Los líderes de los equipos negociadores de México y Canadá, Idelfonso Guajardo y Chrystia Freeland llegaron el martes 15 de agosto a una tormenta política que se generó en Washington desde el fin de semana y que opaca localmente pero por completo, la agenda de la primera ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio, y es que una vez más, Trump rompió con el protocolo de su propio equipo, y en una conferencia de prensa improvisada el mismo martes 15 de agosto en el lobby de la Torre Trump en Nueva York, defendió la posición de odio y violencia que manifestantes de la ultra derecha, supremacistas blancos y neonazis, realizaron el fin de semana en Charlottesville, Virginia, a tan sólo 200 km de la capital, Washington DC.
Las portadas de los diarios importantes a nivel local y nacional en Estados Unidos obviaron en su totalidad el registro de un día histórico como lo representaba el inicio de las renegociaciones. En lugar de ello, la conversación y análisis de la prensa giraba en torno a la respuesta de Donald Trump y a su estatus moral como líder de la nación más poderosa del mundo, y no es para menos. Los periodistas se centraron en la discusión que implica tener un presidente que abiertamente apoya a movimientos de odio que son, inclusive, calificados por algunos como terrorismo doméstico. Lo que tendría que haber sido la semana del comercio e infraestructura, de nueva cuenta se convirtió en una semana de controversia y crisis para la Casa Blanca. Aunque esta vez, el escándalo haya sido quizá el mayor de todos. Trump no hace nada por casualidad, y menos cuando de comunicación se trata. En ese sentido, el presidente se mantuvo en silencio durante el inicio de las renegociaciones; ni Twitter ni los medios impresos obtuvieron algún registro de algo referente al TLC. Quizá sea un silencio pactado, lo cierto es que Trump no es conocido por cumplir con tratos diplomáticos, y ante ello, el silencio toma una mayor importancia. Ya sea por evitar un enrarecimiento de las mesas previo al inicio de las negociaciones, o porque simplemente no tiene nada que decir al momento, pero esa falta de posicionamiento es un posicionamiento en sí mismo: de respeto al proceso y de reconocer la importancia y trascendencia del mismo. Confrontado con empresarios y republicanos, Trump ha perdido capital político minuto a minuto, y bajo ese contexto, se da el arranque de la primera ronda. Con empresarios renunciado a su consejo empresarial y con republicanos criticando la postura racista que ha mantenido tras lo ocurrido el pasado fin de semana, el Tratado de Libre Comercio sufrirá algunas modificaciones que deben aterrizar en la agenda que Trump tanto presume y que tanto ha prometido a su base electoral. Lo está haciendo a costa de un precio muy alto, pero que seguramente confía será suficiente para otorgarle la reelección que busca. En ese sentido Trump necesita resultados claros y rápidos, y puede ser ésta la ocasión en la que no lo obtenga como hubiera querido. Los republicanos y demócratas en el Congreso se lo harán saber una vez que les toque calificar y palomear el proceso, así como los empresarios que cada vez dudan más, no sólo de su altura moral, sino de su capacidad como presidente para generar las condiciones comerciales y económicas necesarias para seguir aprovechando un tratado que claramente las tres partes aprecian y quieren potenciar, mas allá de discursos y compromisos políticos.