Perdonar requiere de una enorme humildad y de una enorme fortaleza interna. Perdonar es disculpar al otro porque nos lastimó, nos ofendió, nos hirió, nos ignoró, dejó de vernos, nos hizo daño y muchas otras acciones que nos pueden fracturar el alma, lastimar el ego, rompernos la calma. Es también renunciar a la posible venganza y no desear ningún mal a quien nos vulneró. Suena factible, pero qué difícil es lograrlo en ocasiones, a veces no nos es posible salir de nuestro papel de víctimas. A veces se complica hacernos cargo de nuestra corresponsabilidad, otras veces no podemos perdonarnos errores que cometimos (involuntarios la mayoría), a veces el rencor y los resentimientos nos impiden sentir o ver más allá de nuestro dolor.
Para perdonar hace falta la mirada compasiva hacia nosotros mismos, porque sentir enojo, odio, sed de venganza o inquinas contra alguien nos desgasta, nos pesa, nos debilita. No nos permite ser en libertad. El cuerpo tarde o temprano se enferma, la emoción también. Es como guardar basura en el templo sagrado que es nuestro organismo. De a poco la falta de perdón nos mina y nos convertimos en un campo minado donde cualquier situación que nos remita al malestar original nos hace explotar y sentir la herida una y otra vez.
En su reciente visita a Colombia, el papa Francisco habló sobre el perdón y en su discurso se reconoce una fórmula aplicable para movernos hacia el perdón. El pontífice reconoció el daño sufrido por la sociedad colombiana: “Ustedes llevan en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva y reciente de su pueblo, marcada por eventos trágicos”. Acto seguido, reconoció las fortalezas de los colombianos: “(una historia) llena de gestos heroicos, de gran humanidad y de alto valor espiritual de fe y esperanza”. En su discurso el papa hizo acto de empatía y acompañamiento al dolor de los familiares y amigos de las víctimas: “Estoy aquí para estar cerca de ustedes y mirarlos a los ojos, para escucharlos y abrir mi corazón a vuestro testimonio de vida y de fe. Si me lo permiten, desearía también abrazarlos y llorar con ustedes. Quisiera que recemos juntos y que nos perdonemos”. Finalmente abre el camino hacia el perdón, el entendimiento de las consecuencias tanto de no perdonar como de darse la oportunidad de hacerlo: “La violencia engendra más violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación”.
Estos pasos podemos aplicarlos en nuestra propia persona o hacia los demás:
— Reconocer la agresión externa o autoinfligida sin juicios.
— Darnos cuenta que, si bien sufrimos y nos duelen los ataques recibidos, no sólo somos sufrimiento y dolor, también somos esperanza, fe y resiliencia.
— Ser compasivos con nosotros mismos y con quienes necesitan perdonar, sólo siendo capaces de acompañarnos y mirar nuestro proceso, tratándonos amorosamente sin abandonarnos al odio o la venganza, podemos lograr salir del loop de dolor y el rencor.
— Desear perdonar, darse el chance de liberarse de las emociones negativas, reconocer que nuestra vida es más ligera si no generamos más “ganchos” donde se “cuelguen” los resentimientos. Otorgar el perdón desde las personas con suficiente amor propio para liberarse de esas cargas emocionales que somos.
Suena a cliché, pero la afirmación del papa Francisco me parece acertada “No se puede vivir del rencor, solo el amor libera y reconstruye”. Yo agregaría que sí, el amor al otro, pero sobre todo el amor a uno mismo. Sólo perdonando somos libres y tenemos la capacidad de reinventarnos en versiones más ligeras, más completas y fortalecidas.
Estudié gastronomía y joyería, por lo que deduje que lo mío eran los laboratorios donde las materias primas se transforman en experiencias.