No soñar cuesta caro

11 de Abril de 2025

Diana Loyola

No soñar cuesta caro

DIANA LOYOLA

¿Quién no recuerda la famosa frase de Pedro Calderón de la Barca, que en pocas palabras nos entregó un regalo, un pedazo de certeza que ancla la existencia a lo etéreo?:

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

Hace varios años, una terapeuta me dijo que los sueños eran un diálogo íntimo con uno mismo, que cada quien tenía las claves para desentrañar sus misterios, para entender la simbología, para comprender sus elementos. Si bien me pareció ambicioso, fue una revelación que me abrió una ventana al autoconocimiento, porque yo recuerdo desde muy niña lo que sueño. Mis quimeras, mis temas, mis miedos, mis deseos profundos… todo tiene un espacio ahí, en ese encuentro onírico donde el inconsciente reina.

Hay noches en las que la nostalgia y el amor habitan mis sueños, veo a mi abuelo, corro, lo abrazo, siempre lo abrazo, sé que al despertar no podré hacerlo. Le pregunto si tiene mensajes qué darme, le prometo entregarlos, a veces sólo sonríe y yo le sonrío también, en una complicidad que se alimenta de silencios. Despierto con una alegría serena que permea mi día entero, que me hace recordarlo y levantar las comisuras de los labios en gesto agradecido. Qué bonito es soñarte abue.

En las sombras de otras noches mis fantasmas me encuentran, logran asustarme en pesadillas invadidas por mis miedos. Me amenazan, me limitan, me hacen consciente de mi temor a la pérdida, a perderlos, a perderme. Me debilitan y me alertan, apneas y el deseo de salir de ahí, despertar, recuperar la calma. Por fortuna son los menos.

He tenido mañanas confusas, donde no estoy segura si mis sueños son más bien recuerdos, me veo pequeñita, apenas aprendiendo a caminar, miro a mis papás tan jóvenes, abriéndome los brazos celebrando mis primeros pasos. Mi gemela a mi lado, dormida con un chupón junto a su mano, si en mi imagen ella tiene meses, yo también. Sueño con una guardería, y yo sólo fui una semana cuando tenía tres meses. ¿Por qué regresar a esos días o por qué crearlos de nuevo?

También soy mis imposibles, mis ensueños, como volar a voluntad con los brazos como alas, sentir el viento despeinarme el cabello y pensar la manera más suave de aterrizar. Caminar a cuatro patas sabiendo que soy un perro y sorprenderme al ver que mi dueña soy yo, y me acaricio sintiendo en la mano el pelaje y en la espalda el cariño. Soy ambos personajes y me siento feliz, aunque a veces quisiera sólo ser el perro.

Sueño música, caminos, agua, temblores (mi trauma por el 85), mar y bosque. A veces soy nube y al rato río, no quiero más que fluir y dejarme llevar con la conciencia de que soy la que respiro y el aire que respiro. Porque así son los sueños, una confusión donde el orden es orgánico, el caos la fuerza que todo lo acomoda y el diálogo que intenta resolvernos.

Hay noches que me abruman, otras que quisiera hacer eternas, otras más de las que me encantaría prescindir. Las horas de insomnio que interrumpen o que consuelan, que son horas internas, reflexivas. Somos sueños, forman parte de la materia de la que estamos hechos, los sueños al dormir y los sueños al despertar, esos que son anhelos, deseos por alcanzar. Aristóteles decía que era más valiente conquistar los propios deseos que a los enemigos, porque la victoria más dura era sobre uno mismo.

Si la vida es un sueño, entonces no tiene límites, el alcance es inconmensurable y tan alentador como lo percibamos. No es necesario vivir para soñar, pero si lo es soñar para vivir, porque ¿qué sería de nuestra psique sin los sueños? Arraigarnos al suelo conectados con la tierra, con la mirada en lo que queremos y nuestros pasos acercándonos de a poco, conectándonos con lo sutil. Ir avanzando hacia lo que nos hace nuestra mejor versión, velando cada noche y cada día por aquello que soñamos.

@didiloyola

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