Uno de los grandes misterios de la vida es el amor, desentrañarlo es una aventura, un viaje, una locura. Yo amo, me entrego, abrazo el ser entero que el otro es. Nunca he dejado de intentarlo todo en mis vínculos, porque no hay nada que se haga desde el corazón que pueda estar mal. Me pongo, me expongo, me vulnero con total abandono en la relación, porque no veo más honestidad y confianza que esa. Sentirme amada es, en gran medida, ser la versión más completa y más bonita que pueda haber de mí en la mirada de alguien más. Que ese alguien aspire mi olor y experimente bienestar, ternura, deseo. Explorarme a través de la vista del otro y descubrir las mil posibilidades que soy. Compartirme en esencia, con mi propio universo y sentirme bienvenida. Saber que mi libertad es valorada, respetada y aceptada en toda su dimensión. La idea de amar, de sentirse amada, es sólo eso, una idea. El amor real lo veo en los hechos, en la congruencia que hay entre el decir y el hacer, si se ama se cuida, se mira, se respeta, se comparte. Amar a medias no es amar. Si no hay respeto, no es amor. Y el mayor amor lo entiendo como el resultado de amarse a uno mismo con la profundidad necesaria para poder sernos fieles y libres y desde ahí compartirnos con el otro. En la confianza de que esa pareja podrá hacer lo mismo, ser libre y cuidarse y compartirse. Creer que soy digna de una pareja con la que pueda comunicar, colaborar, explorar todas mis pulsiones, las agradables y las que no lo son, las que enriquecen y las que no, pero acompañada, dispuesta a abrazar los bajos instintos y las altas y más etéreas emociones. Una relación con matices, con voluntad, con madurez emocional y motivación adolescente. Creer que existe es el primer paso para crearla, para atraerla, para vivirla en plenitud. Albert Camus dijo que “no ser amados es una desventura, la verdadera desgracia es no amar”. El que ama goza, vive, toca el cielo con los dedos, la emoción lo invade, el corazón le brilla, en sus poros vive el deseo y la caricia. El que ama es el afortunado aunque después se deshaga, se rompa y lleve el duelo más largo si la relación termina. Al final es el que más experimenta la vida, el que más se conecta con lo que siente, con lo que lo mueve y conmueve. Aunque sea tan corto el amor y tan largo el olvido, como decía Neruda. Alegrarse por la simple existencia del ser amado, o naufragar en las aguas convulsas de las pasiones, ser azar (y evoco la poesía de Julia Santibáñez) y convertirse en poeta y en amante. Se es junto al otro y el otro también es. La necesidad de la cercanía, del apego que se antoja delicioso y sucio y sano por enfermo, por entregado, por transparente, del inmarcesible deseo de ser útil para el otro, de la contención dada y recibida. El poeta Jaime Sabines en su poema “No es que muera de amor”, me hace morir de amor por él, un fragmento de sus versos rezan: No es que muera de amor, muero de ti. Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma de ti y de mi boca y del insoportable que soy yo sin ti. Muero de ti y de mí, de ambos, de nosotros, de ese, desgarrado, partido, me muero, te muero, lo morimos. (…) Y así vamos tejiendo nuestra vida amorosa, estable o no, impaciente o no, con el fino hilo de la confianza, con el miedo del desamor, de no ser correspondidos, con las pasiones exaltadas, con la vulnerabilidad a tope, conociendo quiénes somos y cómo nos compartimos, celebrando la vida o llorando el vacío, pero todos, creando la mejor prenda de nuestras vidas: el amor que damos y que nos damos. @didiloyola