Pocas cosas disfruto tanto como comer y hacer el amor -sé que todos (o casi) podrían decir lo mismo-, y sospecho que es porque tengo un chakra sacro inquieto y alineado (ese que se encuentra en la zona donde está el estómago y los órganos sexuales), así que mi pulsión de vida es un constante deseo. ¿A quién no le divierte comer y saborear? la mente parece ponerse de fiesta cuando las papilas, los ojos, la piel o el olfato, activan los caminos neuronales del placer. Comerse como alegoría de un suculento encuentro amoroso, de esos que lo llevan de viaje a uno y lo que importa es el vuelo no el destino. Como decía Octavio Paz en su crónica, “adonde yo soy tú somos nosotros” y así nos vamos uniendo en la incesante hambre de amar. Como si el alma necesitara nutrirse y el cuerpo esparcirse más allá de los límites del otro, integrándolo al propio ser como proteínas a las células. Es de asombrarse las apetencias de las que somos capaces, yo por ejemplo, tengo otro estómago para el postre. No importa cuán satisfecha esté, para el postre siempre habrá un lugar. Lo dulce de la vida no sólo está en los besos. Recomendable es ser selectivo, quisquilloso y exigente, porque aquello que pueda engordarnos debe sin duda valer la pena. Lo de selectivo y exigente aplica también para quien nos bese, al menos en mi norma. Para comer y amar se necesita el cuerpo entero, los sentidos y la atención exacerbados. Eros (la pulsión de vida) triunfante sobre Tanatos (la pulsión de muerte), la vida pulsando goces y completando nuestro estar, nuestro cuerpo físico y nuestro cuerpo espiritual, porque la comida y los encuentros amorosos nos conectan con la parte material de lo que somos y con la parte nutricia de la vida. Comer es una oportunidad para compartir, los sentidos, el espacio, la plática, la experiencia… coger (en la acepción sexual del término), también. Disfrutar y tomarse el tiempo de apreciar cada bocado, cada instante, cada mordida, cada olor. Tomarse. Como si el cuerpo fuera el más refinado platillo, que va seduciendo poco a poco, por momentos en deleites suaves y por momentos en salvajes mordidas de hombros, o de senos, o de labios. En el comer y en el amar el corazón se expone todo, como amar el olor a sopa de la infancia o los olores de la piel deseada. Los antojos son constantes y las ganas muchas. Se cierran los ojos y se evoca, con la misma convicción y delicadeza para un buen plato que para el amante, con las nostalgias y los anhelos. Soy donde somos, ese supremo chile relleno y yo, esos panuchos gloriosos y mi persona, esos postres maravillosos y mis caprichos. Porque a la tumba se lleva lo comido, lo amado y lo viajado. Se viaja también a través de los sabores, de los orígenes, de las técnicas. Se ama con todos los sentidos. Se viaja con toda la conciencia. Lo que comemos al crecer nos da identidad, lo que elegimos comer de adultos nos da pertenencia. Creo que lo vivo así porque tengo un chakra inquieto, ese donde conviven descaradamente el estómago y la vulva, satisfechos ambos de conectarme a la vida, al gozo y a la sublime experiencia de amar. Vivo sin culpa mis hambres voraces que siempre han cabido en mi cuerpo pequeño. Soy lo que escojo comer y también soy de quien amo. Al final eso somos todos, porque de amores glotones o golosos, todos sabemos. @didiloyola