Falta un mes para la elección. En la víspera de este último tramo del proceso electoral tres condiciones se cumplieron.
Las enlisto a continuación. Primero, la identificación temprana de la relevancia del discurso antisistema consolidó a sus portavoces; segundo, las deficiencias del liderazgo nacional proyectaron definitivamente su sombra sobre las candidaturas del partido en el gobierno y, finalmente, la coalición de segmentos de derecha y lo que alguna vez fue izquierda mayoritaria permitieron la permanencia de sus cúpulas.
Andrés Manuel López Obrador continúa haciendo campaña como si estuviera diez puntos atrás del primer lugar y no veinte puntos adelante, lo cual prácticamente lo hace inderrotable a un mes de la votación. Está en condición de ganar la mayoría en los cuerpos legislativos, así como las entidades que concentran la mayor votación: el Estado de México, la Ciudad de México y Veracruz.
José Antonio Meade, obligado en su infortunio a presentar el rostro de una victoria imposible y preparado para identificar objetivamente las condiciones de la inminencia de su derrota, omite realizar otra labor que la de cuidar el 20 por ciento de votación que conseguiría el PRI, y de sorprender, ganar el segundo lugar.
Ricardo Anaya, el candidato de una coalición cupular de agrupamientos de derechas y de un segmento ya minoritario de la izquierda mexicana, permitiría que su partido conserve algo menos que el mismo porcentaje histórico del panismo y posibilitará al PRD llegar al 6 por ciento que le era indispensable para acomodar a las fichas integrantes de las disminuidas tribus que controlan la franquicia del sol azteca.
A partir de este mes, la preocupación central de las alianzas y coaliciones será diseñar el plan de contrapeso a la fuerza Morena, el partido más joven con la mayor capacidad de acceso al poder nacional que ha existido en la historia nacional.
Estamos a punto de escuchar la tercera llamada. Y en la obra a presentarse todavía puede haber algunas sorpresas para el público… y los actores.