A cuatro años de su existencia, Morena se convierte en el partido más joven del mundo en hacerse del poder nacional. La repercusión del cisma político apenas inicia. A partir de diciembre el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, según lo ha prometido duplicará la capacidad de entrega de resultados al promedio de lo que ha existido. Ha dicho “haremos dos sexenios en uno”. El costo de ese desafío, agregado al implicado en la expectativa social, es gigantesco. Más que nunca, requerimos afinar nuestras capacidades constructivas y críticas para mantener nuestra contribución con lo político cuando ello representa, en uno de sus sentidos clásicos, la construcción de la comunidad, en este caso igualitaria y ordenada que las diversas izquierdas buscan, en el centro de la transición fundacional que atestiguamos. Entre los pendientes sobresale la identificación del tema de la dirigencia del partido, el más fuerte de que se tenga memoria en México desde Lázaro Cárdenas, la eficiencia del gabinete presidencial, las capacidades de Morena en la capital del país así como la interlocución creativa con el conjunto de la sociedad. El primer año Morena deberá convertirse en una maquinaria ordenadora de políticas públicas que cobrará cientos de ajustes de la burocracia, de la relación con los empresarios y los medios de difusión y con las clases medias informadas y participativas que estarán atentas al desempeño del liderazgo de López Obrador. Todo ello no debería impedir la observación de los ajustes que ya ocurren en el PRI y con las finanzas de algunos de sus dirigentes desde hace tres meses claramente. Una pista: Banorte, banco central en el resguardo de dinero de importantes dirigentes del trillar ha estado moviendo sumas enormes en los últimos noventa días. Sin descuidar el futuro Morena debe estar atento a verificar la ley con el presente que comenzó a ser pasado en este año de Hidalgo que cierra con la debacle del PRI y de fuerzas cercanas al frente político del PAN y del PRD.