Acerca de integridades éticas y capacidades expositivas, dos puntos.
Por un momento supongamos que es posible que el mismo standard de eficiencia argumentativa y de integridad ética que se exige a Andrés Manuel López Obrador se les exigiera a sus atacantes.
Comentaré por supuesto solamente sobre aquellos que representan a partidos con cierto potencial para acercarse al político tabasqueño.
A reserva de que José Meade pudiera aclarar si es que no advirtió la corrupción atribuida, percibida o registrada, en los gobiernos de Felipe Calderón y de Enrique Peña y, en espera también de que Ricardo Anaya reconociera su propia inconsistencia respecto de la ausencia de declaración de impuestos en el traslado de la nave industrial y los arreglos previos informales y los legales para venderla, no parece haber un standard superior en ninguno de ellos.
Hay una idea muy importante, sin embargo, que fue sembrada durante el debate. Ojalá algunos de ellos pudieran responder: si no es suficiente que los líderes digan o, incluso con sus acciones, se opongan y combatan a la corrupción, es indispensable que lo haga la totalidad de sus equipos.
¿Cómo puede un candidato garantizar razonable y creíblemente eso?
Acerca del tema del nepotismo. Es un gran problema. Los políticos crean familias y consanguineidades, especialmente a través de sus hijos y los amigos de éstos, que son la base de su estructuración de confianza.
Generalmente de entre esas redes hay personajes con abuso al grado de merecer cárcel. Ocurriría de inmediato en los en países desarrollados de la OCDE. Aquí, en el nuestro, no se ve claro quién pueda lanzar la primera piedra y que pueda esperarse de él la ausencia de nepotismo en su propio negocio, partido, proyectos.
Son temas que merecen precisión de propuestas.
Lo mismo en el caso de la inseguridad en relación con la cual no existe ninguna diferencia programática absolutamente diferenciada y sustantiva, al menos a primera vista y que se relacione con presupuestos y calendario.
Las precisiones deberían presentarse en estos dos meses.
Respecto de la eficiencia argumentativa, el debate deja claros los fuertes relativos de Meade y de Anaya.
De ahí tendríamos que pasar a preguntarnos las razones por las cuales ambos no parecen ser capaces de conectar con audiencias distintas de las que físicamente se encontraban dentro del Palacio de Minería durante el debate organizado por el INE.
Es decir, si la diferencia en capacidades atribuidas en la argumentación no es compartida por las audiencias más generales, ¿no existe un problema de comunicación entre los interlocutores, esto es, los candidatos y los electores?
¿No es el problema fatal de Meade el despeñadero del PRI y no es el de Anaya la furiosa división interna del panismo y su alianza misteriosa con el PRD?
Por eso creo que las diferencias en capacidades exhibidas durante el debate no representarán más que una diferencia menor en las tendencias actuales: tal vez dos puntitos. El estándar lo trae AMLO. Veamos.
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