Con los niños no

30 de Noviembre de 2024

Juan de Dios Vázquez
Juan de Dios Vázquez

Con los niños no

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En el contexto de los eventos recientes una noticia destacada de la semana pasada ilumina como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad: la liberación de 137 niños secuestrados en Nigeria. Este acto de violencia atroz, perpetrado por hombres armados, había sembrado el temor y la desesperación en la comunidad local y en el mundo entero. Sin embargo, la confirmación de su liberación, anunciada por el gobernador de Nigeria, Uba Sani, en una entrevista televisiva, trajo un alivio palpable a las familias de las víctimas. Aunque esta noticia es motivo de celebración, nos enfrenta a una sombría realidad que trasciende las fronteras de Nigeria y resuena en los rincones más oscuros de la historia moderna.

En la memoria colectiva persisten otros episodios dolorosos de secuestros masivos de niñas o niños que han dejado una marca indeleble. En Chibok, también Nigeria, durante 2014, el mundo se horrorizó cuando más de 200 niñas fueron arrancadas de sus familias por el grupo extremista Boko Haram, desatando una ola de indignación y demandas de acción internacional. En Uganda, en 1996, el grupo rebelde del Ejército de Resistencia del Señor (LRA) perpetró la captura de más de 100 niños de una escuela en el norte del país, sometiéndolos a inimaginables abusos y explotación. Una tragedia similar también golpeó a Beslán, Rusia, en 2004, cuando terroristas chechenos tomaron como rehenes a más de mil 100 personas, en su mayoría niños, en una escuela, resultando en la muerte de cientos de personas, incluyendo a numerosos niños inocentes. Y no podemos olvidar el incidente que tuvo lugar en nuestro propio país, específicamente en Culiacán, Sinaloa, esta misma semana. En este trágico suceso, hombres armados ingresaron a los hogares y se llevaron a hombres, mujeres, niñas y niños. Según reportes no oficiales, al menos 66 personas habrían sido secuestradas, y entre ellas más de una decena serían menores de edad. Este acto atroz pone de nuevo de manifiesto la vulnerabilidad de los niños ante la violencia y la inseguridad que prevalecen en nuestra sociedad.

Estos eventos, aunque distantes geográficamente y diferentes en sus particularidades, comparten una conexión perturbadora: la violación de los derechos más básicos de la infancia. El secuestro de niños va más allá de ser sólo un acto violento, es una flagrante violación de su derecho fundamental a la seguridad, protección y libertad. Los niños secuestrados son arrancados de sus hogares, separados de sus familias y sometidos a traumas insondables que dejan cicatrices indelebles en sus vidas.

Sin embargo, el secuestro de niños trasciende el ámbito de un mero acto de violencia. Se ha convertido en un recurso utilizado por grupos extremistas, terroristas y traficantes de personas con el propósito de sembrar el caos, el miedo y la desesperación. Detrás de cada acto de rapto se esconde una agenda política o un interés económico, donde los niños se ven transformados en meros peones en un juego siniestro y despiadado, dejando en evidencia una de las manifestaciones más crueles de la explotación humana.

Pero este oscuro panorama no se limita sólo a los secuestros. La violencia contra los niños es un fenómeno generalizado y alarmante en todo el mundo. Según datos de las Naciones Unidas, hasta mil millones de niños en todo el mundo son víctimas de abusos físicos, sexuales, emocionales o de abandono cada año. Esta violencia ejerce un impacto devastador en la salud y el bienestar de los niños, afectando no sólo su desarrollo físico y emocional, sino también su capacidad para aprender, relacionarse con los demás y alcanzar su máximo potencial en la vida.

En este contexto es necesario que reconozcamos la urgencia y la relevancia de proteger a los niños de la violencia en todas sus manifestaciones. Esto requiere no sólo la adopción de medidas para prevenir y responder a casos de secuestro y abuso, sino también abordar las raíces profundas de la violencia infantil, incluidas la pobreza, la desigualdad, la discriminación y la falta de acceso a servicios básicos como la educación y la atención médica.

Como sociedad, estamos llamados a garantizar que cada niño tenga el derecho a vivir una vida libre de temor y violencia. Es nuestra responsabilidad colectiva brindar apoyo y recursos a las familias y comunidades, fortalecer las leyes y políticas que protegen a los niños y empoderar a los propios niños para que puedan reconocer y denunciar cualquier forma de abuso o explotación y defenderse. No podemos permitir que la violencia siga arrebatándoles su infancia y su futuro. Necesitamos políticas más efectivas, sistemas de protección más sólidos y una mayor conciencia pública sobre esta crisis global. También debemos garantizar que se respeten y protejan los derechos de los niños en cada momento y en todas partes.

Cuando un niño es víctima de violencia o abuso se le niega más que sólo sus derechos fundamentales: se le roba la oportunidad de desarrollarse plenamente y alcanzar su máximo potencial. Cada acto de violencia contra un niño deja una cicatriz indeleble en su ser, afectando su salud mental, emocional y física. Es por eso que debemos comprometernos incansablemente a proteger a cada niño de tales atrocidades y asegurar que tengan acceso a un entorno seguro y amoroso. Sólo así podrán crecer y prosperar en un ambiente de paz y armonía, lo que promoverá su bienestar emocional y psicológico.

A medida que avanzamos, es fundamental recordar que cada niño merece ser tratado con dignidad y respeto. Más allá de simplemente merecer protección, los niños merecen ser valorados como seres humanos con derechos inherentes. Su derecho a una infancia segura y feliz, libre de violencia y temor debe ser garantizado en todo momento.

Es nuestra responsabilidad como sociedad asegurarnos de que cada niño, sin importar su origen o circunstancias, sea tratado con el debido respeto y consideración que merece.