Las elecciones del 2 de junio en México han dejado en claro una realidad incuestionable: Morena ha emergido y se ha mantenido como la fuerza dominante en el panorama político nacional. Sin embargo, más que un triunfo abrumador, los resultados revelan la lamentable decadencia a pasos agigantados de una oposición que parece haber perdido el rumbo y la relevancia en su afán por representar una alternativa viable al gobierno en turno.
La alianza en decadencia PRI-PAN-PRD, nacida bajo el pretexto de ofrecer una opción sólida y coherente, ha demostrado ser poco más que un espejismo político. Desde su génesis, esta amalgama de partidos ha sido víctima de su propia incapacidad para articular un discurso claro y persuasivo, dejando a la oposición en un estado de desarticulación y vulnerabilidad que ha facilitado el avance avasallador de Morena en todos los ámbitos del poder.
La derrota estrepitosa de Xóchitl, la candidata de la oposición a la presidencia, resalta la desconexión entre la oferta política de la oposición y las preferencias del electorado. Aunque su figura podría haber representado una opción competitiva en la Ciudad de México, su derrota nacional evidencia la falta de penetración y arraigo de la oposición en amplios sectores del país.
Ante la derrota, ¿la única aspiración de la oposición? Un Congreso dividido y con contrapesos, la cual se desvaneció rápidamente ante la aplastante mayoría de Morena en esta instancia. Este escenario plantea serias interrogantes sobre la capacidad de la oposición para ejercer su función de control y balance frente al Poder Ejecutivo, poniendo en riesgo la salud de la democracia mexicana.
Por el bien del país, es imperativo desearle el mejor de los éxitos a la nueva presidenta y a su equipo. Más allá de las diferencias políticas, el progreso y la estabilidad de México dependen en gran medida de la capacidad del gobierno para abordar los desafíos actuales y futuros de manera efectiva. Que le vaya bien al país, siempre el más grande deseo.