El incunable III

6 de Septiembre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

El incunable III

js zolliker

Como el avión hizo escala en Nueva York y yo no llevaba nada documentado, decidí hacer algo un tanto precipitado e impulsivo: me dirigí al baño del área de comida rápida y, después, bajé las escaleras todo lo rápido que pude y me salí del aeropuerto. De inmediato, abordé el primer taxi amarillo con el que me topé para ni siquiera tener que esperar a un Uber.

Estaba decidido: no quería tomar más riesgos y quería quitármelos de encima, así que no tomaría el vuelo de conexión a Londres original. Me largué al conocido hotel Viceroy, cerca de Central Park, pues el gerente era uno de mis más cercanos amigos de la infancia y, gracias a nuestra cercanía, sin pudor podría solicitarle un cuarto seguro y no registrar mi nombre como el contratante de la habitación.

Para mi comodidad y discreción, me asignaron un cuarto al fondo y en la esquina, con vistas al parque, a nombre de otra persona y a precio de empleado. Por mi parte, lo primero que tenía que hacer era asegurarme de que mi mochila, y en especial el libro y mi pasaporte, estuviesen bien ocultos y seguros.

Al examinar el área, vi que debajo de la cama habría espacio suficiente para la mochila y que el libro y los documentos los podría dejar entre el colchón y el box, pero luego, la angustia me hizo cambiar de opinión: los lugares obvios, como en las películas hollywoodenses más corrientes, son los primeros en ser revisados.

Entonces, se me ocurrió que lo mejor era esconder las cosas importantes en lugares simples, insospechados. Así me vino la idea.

Rellené la mochila con toallas y la dejé debajo de la cama. Luego, me desvestí por completo, me puse la bata de toalla del armario, saqué una bolsa para el servicio de tintorería del hotel y dentro, junto con el libro y documentos, puse toda mi ropa sucia y la colgué dentro del clóset.

Normalmente, la mucama revisa eso por la noche y se lo lleva para ser lavado y tenerlo listo al día siguiente. Si alguien entraba, aquello no sería nada más que ropa usada esperando ser lavada. Entonces, me permití relajarme un poco y me serví un whisky del frigobar.

Después de beberlo con calma, empotré la silla contra la puerta y me di un baño con agua caliente. Después, tomé un par de tragos más del minibar, hasta que me quedé profundamente dormido. Al poco rato, vibró mi móvil.

—¿Hola?

—Llegaron a nuestras instalaciones, te están buscando —me dijo mi amigo del otro lado de la línea.

—¿Cómo son? —le pregunté aún medio adormilado. ¿Cuánto tiempo me habré quedado dormido?, me cuestioné. ¿Treinta minutos? ¿Un par de horas?

—Tal y como los describiste —me contestó Robert—. Uno mayor y uno joven, ambos muy amables, de modales irreprochables y vestidos impecablemente con trajes de tres piezas. Aún no me han visto, pero preguntaron por ti y cuando no encontraron tu nombre, dieron tu descripción puntual en el front desk.

—Mierda…

Robert guardó silencio ante mi palabrota y luego agregó:

—¿Necesitas algo? ¿Quieres que haga que los echen de aquí?

Me lo pensé unos segundos. Quizás no sería mala idea que supieran que podía involucrar incluso a la policía si la cosa se ponía pesada con ellos, pero entonces Robert dijo:

—El más viejo acaba de entrar a mi oficina, a saber cómo supo dónde encontrarme… En fin, me dio una tarjeta con una dirección y me pidió encarecidamente que te la entregara en mano. Me dijo que te espera a cenar hoy, ustedes dos solos, a las 9 de la noche. ¿¿¿Cómo carajos dieron conmigo???

¿Continuará?

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