A punto estuve de salir corriendo del aeropuerto cuando me los volví a topar en mi puerta de abordaje y el viejo me entregó un papel… que resultó ser la cuenta de mi consumo, que yo había olvidado pagar por haber salido a toda prisa y que él se había encargado de pagar, pues se le hacía injusto que le fueran a cargar a la señorita mi olvido. Con la vergüenza a flor de piel, no pude menos que agradecerle e intentar fallidamente reembolsarle.
“No se apure, en Londres me invita un par de single malts”, me dijo antes de hacerme un guiño y volver a su lugar mientras el personal de la aerolínea me llamaba para abordar.
En el avión, como era de esperarse y a regañadientes de la sobrecargo, puse mi backpack debajo de mi asiento, pues le dije que era material médico indispensable para una condición cardiaca, y decidí no beberme la copa de champagne de cortesía que me entregó; no fuese a tener algo que me causara sueño y al rato no encontrara mi mochila y el libro por ningún lado.
Y es que todo comenzó cuando un domingo cualquiera decidí entrar a un mercadillo ambulante de antigüedades, y fue ahí donde adquirí este extraño ejemplar, un grimorio que pensé que sería una buena imitación y que podría adornar maravillosamente una de las mesillas de mi biblioteca.
No lo voy a negar, siempre me han atraído los libros raros y los grimorios aún más, pues no sólo contienen textos mágicos, sino conocimientos alquímicos, de talismanes y sellos esotéricos, y de símbolos antiguos con instrucciones para invocar a entidades sobrenaturales.
Cuando llegué a casa con mi nueva adquisición, me puse a investigar todo lo que pude sobre el libro y no logré encontrar nada sustancioso en la base de datos de obras de la UNAM. Entonces, con un agente especial en libros raros, acordamos reunirnos en un Starbucks en la colonia Condesa para revisarlo, pero ni él ni sus colegas expertos pudieron encontrar información alguna sobre mi ejemplar.
Sin embargo, tres días después, temprano por la mañana, me envió un boleto electrónico de avión con destino a Connecticut. “Vamos a averiguar bien de qué se trata”, decía su mensaje de WhatsApp.
Allá nos recibieron en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos (que tiene entre sus joyas el manuscrito Voynich) y encontraron, entre otras cosas, que la piel que encuadernaba mi ejemplar era de origen humano. ¡Humano! ¿Cuándo se había escuchado semejante cosa? Y por si ello fuese poco, los expertos dijeron que el papel de mi grimorio no era tal, sino que se trataba de vitela uterina, que es la piel de una oveja nonata, y que fecharon con carbono-14 en el siglo XI.
–Es posible– me respondió la Dra. Sheryl Beredo, la curadora en jefe del instituto –que el suyo sea un libro único y quizás se trate del original en el que Lovecraft se basó para sacar su edición del libro de los muertos de los años 30.
–No sólo eso– comentó la Dra. Ashly Caley, la encargada de las compras exóticas de la librería. –Parece que su ejemplar es nombrado en un texto antiquísimo que enumera parte de las obras más exquisitas de la colección de grimorios y libros prohibidos del erudito Abu-l ‘Abbas Ahmad ibn Khallikan de Damasco en el siglo XV– reafirmó.
Como el avión hizo escala en Nueva York y yo no llevaba nada documentado, decidí hacer algo un tanto precipitado e impulsivo: decidí salir corriendo del aeropuerto y no tomar el vuelo del segundo tramo hacia el destino final en Londres. ¡Tenía que protegerme y proteger al libro!
¿Continuará?