Por cuestiones de seguridad y porque así me lo ha solicitado ella, omitiré su nombre real en el presente escrito. Baste saber a quienes estas líneas lean que es mujer, raya los 50 años, es foránea y en adelante le llamaremos Yuri. Obsesionado por la puntualidad como soy, llegué con sobrada anticipación al punto de encuentro donde me citaron para la entrevista (un afamado restaurante de comida asiática), pero ella ya me estaba esperando. De entrada me pareció elegante, menuda, de hablar suave, ademanes dóciles y de una sonrisa harto contagiosa. De sus orígenes diremos únicamente lo esencial: fueron demasiado humildes. Por falta de estudios y experiencia suburbana abundante, descubrió muy joven que la movilidad social a su alcance serían sólo su cuerpo y su inteligencia poco común y callejera.
Para dar un imprescindible contexto a esta historia debo recalcar, en honor a la verdad, que di con Yuri por una interpósita persona, un conocido periodista que gusta del trago y que, por no poder o no querer pagarme un préstamo personal y que requería solventar por mi falta de liquidez, me contactó con ella, sabedor de mi interés por lo extraño y sin que yo conociese que, a ella le cobraría en efectivo para que pudiera dar a conocer su historia a través de mi espacio en el periódico. Por falta de espacio seré breve: comenzó como amante de un lidercillo de malandros de quien tuvo que huir y por ello llegó a la gran ciudad, encontrando refugio y regencia con una vieja madama, bien conocida por importantes políticos y empresarios.
Dice Yuri que en cuanto le vio, presintió su potencial y fue quien la educó en las artes de la seducción y el sexo que, por mucho tiempo le resultaron sumamente redituables. Tanto que, con el afán de superarse, le permitieron, incluso, conseguir tutorías para aprobar los exámenes de revalidación de la primaria, luego secundaria, bachillerato y hasta cursar la carrera de psicoanálisis, misma que dejó trunca cuando su gran benefactora falleció por los estragos de su edad y profesión. Por azares del destino y la necesidad de aprender a convivir con el cambio generacional de políticos que ven mal el negocio del cuerpo y una ciudad que luego prohibió la prostitución y los table dance, llegó entonces a una solución sumamente interesante: abrió un espacio que adapta los “maid cafés” de Asia y que, en los submundos nacionales es conocido como El capricho.
Los “maid cafés” son originalmente sitios donde atractivas mujeres disfrazadas de asistentes y sirvientas victorianas asisten a los clientes, a los que llaman “amo”, y les preparan el café o té o algunos platillos de alimentos, mientras les hacen sentir especiales. Pero aquí fue que le sirvió todo lo que estudió y comprendió de los hombres exitosos además de estar sumamente solos, necesitan sentirse deseados y a cambio de que se les cumplan ciertos fetiches son capaces de pagar fortunas con regularidad.
Entre su clientela regular destaca un exministro de justicia. Una vez a la semana asiste a un lugar privado para, en la más absoluta intimidad después de un baño caliente, recostarse en el regazo de una chica. Ésta le ayuda a consumar su más alto placer: que le acaricien las orejas y los oídos con cotonetes. También me cuenta el caso del presidente de un partido político que goza de ver los pies desnudos de unas chamacas a las que, sin jamás interactuar sexualmente con ellas, les implora que caminen frente a él, calzando los zapatos de su difunta madre… En fin, que todo esto a Yuri le ha traído fortuna, pero sin decirme el motivo quiere pagarme una considerable suma para que regularmente nos reunamos y yo escriba aquí, sin revelar jamás la identidad real, los fetiches y cosas raras de varios poderosos y famosos. ¿Ustedes qué harían? ¿Me animo?