El próximo domingo votaremos para elegir a la primera mujer presidente México, nueve gubernaturas, la totalidad de las cámaras de diputados y senadores, la composición de los congresos estatales y múltiples alcaldías. Se termina una campaña y precampañas eternas, marcadas por la violencia, golpes a las autoridades electorales, uso ilegal de recursos públicos, cuchareo de encuestas y chapulineo de personajes que un día representan una cosa y al siguiente lo contrario.
Las campañas de las candidatas punteras no podrían ser más diferentes. Claudia Sheinbaum optó por administrar su ventaja, evitar temas incómodos, posicionar la idea de la inevitabilidad de su victoria y, por su puesto, navegar con el impulso de los vientos presidenciales. Xóchitl Gálvez se vio obligada a asumir riesgos, adoptar un discurso más agresivo y recurrir a su espontaneidad para intentar cerrar la brecha. El domingo veremos qué tan efectivas resultaron sus estrategias.
En un contexto donde la cargada mediática y el manoseo de encuestas dificulta conocer la verdadera distancia entre las candidatas, podemos perfilar cuatro posibles escenarios.
En un primer escenario, el que ha tratado de posicionar el equipo de Sheinbaum, su ventaja se traduce en un triunfo cómodo y blindado ante cualquier impugnación, la conquista de seis gubernaturas y la mayoría absoluta en ambas cámaras. Este escenario ideal para la 4T, luce cada vez más improbable considerando que diversas encuestas señalan que la competencia en la mayoría de los estados es cerrada.
En el segundo escenario, Sheinbaum obtiene un triunfo cerrado, gana cuatro gubernaturas y queda cerca de la mayoría en alguna de las cámaras. Si bien esto implica una presidencia acotada por la oposición, mantendría un margen de maniobra para construir una coalición mayoritaria en el Congreso, dependiendo políticamente del apoyo abierto de López Obrador y sus partidos satélite, los cuales aumentarían significativamente su costo de negociación. Estaríamos ante un contexto de turbulencia y conflicto entre las distintas fuerzas políticas y difícilmente habría avances significativos en temas centrales de la agenda pública.
En el tercer escenario Sheinbaum gana por un margen cerrado, conquista solo dos gubernaturas, incluyendo una derrota en la Ciudad de México, y enfrenta mayoría opositora en el Congreso. En este caso estaríamos ante una presidencia muy débil, acotada permanentemente por la oposición, completamente dependiente a la operación política de López Obrador y sujeta a los caprichos de sus propias tribus y partidos aliados. El gobierno enfrentaría riesgo de parálisis, dificultad para negociar con la oposición y fuerza para articular a sus aliados, lo cual podría traducirse en un ambiente de polarización política y social más extrema.
Finalmente, Xóchitl Gálvez gana la presidencia por un margen estrecho, lo cual implica el triunfo en seis de las nueve gubernaturas y la mayoría en al menos una de las cámaras del Congreso. Además de la incertidumbre al respecto de la voluntad del presidente y su partido en reconocer la derrota, se abriría paso a un contexto de movilización y conflicto por parte de la oposición. Su capacidad para formular política pública dependería de alcanzar mayoría en la cámara de diputados para aprobar el presupuesto. Escenario también de mucha turbulencia política.
Los escenarios advierten un contexto poselectoral complejo y conflictivo en un momento en que el país requiere tomar definiciones importantes en materia de seguridad, salud, educación, finanzas públicas, medio ambiente y protección civil, entre muchas otras. Independientemente de esto, las candidatas tendrían que asumir su responsabilidad ante el país y utilizar su fuerza política para impulsar la negociación y el acuerdo entre las fuerzas políticas después de las elecciones. México no puede seguir perdiendo el tiempo en arrogancia política, rencillas entre tribus, grillas de partidos y oportunismos de chapulines.
