Al finalizar el sexenio la política exterior de México se encuentra en una situación deplorable, algunas veces reactiva y otras al arbitrio ideológico e improvisado del presidente. Es obvio que un mandatario nunca debe actuar en contra del interés nacional y que la política exterior requiere planificación.
La política exterior debe ser una política de Estado, que responda al interés supremo de la nación y no de un gobierno; mientras más sólida sea, será más fácil resolver los desafíos internacionales y del interés nacional, a efecto de apuntalar la seguridad y sobrevivencia del país, su bienestar y desarrollo económico, y sus principios y valores.
Existe un vínculo indisoluble entre el interés nacional y los principios de política exterior, que han sido parte de nuestra historia y desde luego vigentes, afirma Juan Carlos Mendoza en su obra Cien años de política exterior mexicana, sin embargo, estos principios no pueden constituir por sí mismos una política exterior, finalmente es el interés nacional y su pragmatismo el que determinará el camino y la respuesta.
Nos encontramos frente a una política exterior inconsistente y sin presencia internacional, yo podría decir incluso deleznable e injerencista, particularmente ante el principio de no intervención.
La cuestión subyacente es si en verdad la próxima presidenta tendrá interés por los asuntos internacionales o serán marginales como lo ha hecho el mandatario saliente. La pregunta es si se abocará a impulsar una mayor proyección de México en el mundo, o si seguirá prevaleciendo la complaciente costumbre de arropar dictaduras y violaciones a los derechos humanos y democráticos en países como Cuba, Nicaragua, Venezuela o Rusia, lo que constituye una visión diplomática insostenible e ideológicamente maniática.
Es necesario retomar la presencia y la fuerza diplomática de México. A diferencia del presidente actual, se esperaría que la nueva presidenta despliegue esfuerzos en foros como el G-20, APEC o las Cumbres de las Américas, entre otros, relevantes para México, así como evitar perderse en innecesarias invocaciones demagógicas hacia América del Norte y aplicar una real diplomacia profesional con nuestros importantes socios geopolíticos y comerciales. Inexplicablemente, al inicio del sexenio la Cancillería mexicana desapareció la Subsecretaria para América del Norte, área estratégica para las relaciones con Estados Unidos y Canadá.
Estamos ante la presencia de un permanente debilitamiento del Servicio Exterior Mexicano y el excesivo nombramiento de embajadores políticos que resintió nuestra política exterior, así como la desaparición de entidades como el Consejo de Promoción Turística y Proméxico, sin adicionar presupuestos ni personal a las embajadas y consulados de México, a los cuales se les asignaron esas funciones.
Se esperaría que la próxima presidenta retome la diplomacia profesional hacia Centroamérica y América del sur en función de la integración y la cooperación, en lugar de la confrontación, tendiente a trabajar conjuntamente en sórdidos temas, como el crimen organizado y la migración.
Se requerirá una Cancillería renovada, con visión y propuestas, y suficientemente hábil y capaz para la gestión diplomática ante la oficina presidencial, con el fin de romper con la penosa marginación a la que han sido sometidos sus titulares, así como superar la negligencia diplomática y mansedumbre observada en éstos, en función de sus propios futurismos políticos. La política exterior de México requiere reorientarse y dimensionarse, en un ineludible ámbito mundial interconectado entre regiones, mediante una política exterior planificada, activa y especializada. Es hora de retomar la diplomacia.